Consultora de RH y 'Coach' ejecutivo

Conversaciones que hacen crecer (o empequeñecer)

14 de Mayo de 2025
Aida Jurado

Hay palabras que abren puertas y otras que las cierran. Que dan luz o dan sombra. Palabras que calientan, que animan, que impulsan... y palabras que pueden enfriar, desanimar o dejar a alguien paralizado. No son metáforas bonitas, es ciencia. Mariano Sigman, en su libro El poder de las palabras, explica cómo el lenguaje transforma literalmente la manera en que pensamos, recordamos y decidimos. Conversar no es sólo intercambiar información, es construir realidades.

 

Y es aquí donde me quiero detener. En las conversaciones. En las de verdad. No en las que hacemos de pasada, mientras miramos el correo, contestamos un WhatsApp y hacemos ver que escuchamos en una reunión por Teams. Me refiero a las conversaciones que cuentan. Las que pueden marcar una diferencia en una persona, un equipo o incluso en una organización entera.

"Conversar no es sólo intercambiar información, es construir realidades"

En el mundo de la empresa, hemos sofisticado mucho la comunicación formal: presentaciones impecables, discursos cuidadosamente preparados, newsletters bien pulidas. Pero, ¿qué pasa con las conversaciones informales? ¿Con aquellos momentos de verdad donde no tenemos PowerPoint ni tiempo para ensayar? Cuando alguien nos dice “estoy cansado”, “me siento perdido”, o “no entiendo por qué hacemos esto”. ¿Cómo respondemos? ¿Qué palabras elegimos? ¿Qué conversaciones tenemos, y sobre todo, cuáles evitamos?

 

Muchas veces el liderazgo se juega en estos espacios pequeños. No sólo en las grandes decisiones, sino en cómo leemos aquello que se dice —y aquello que no se dice— en una conversación. Hay líderes que tienen la habilidad de escuchar lo que queda entre líneas. De intuir lo que aún no se ha verbalizado. Y de generar espacios donde la gente se siente con confianza para hablar.

Esto no quiere decir hablar más. Quiere decir hablar mejor. Entender que una conversación no es sólo una herramienta para dar instrucciones o hacer seguimiento de objetivos y resultados. Es un espacio compartido donde se construye sentido. Un terreno delicado, pero muy potente, donde se puede ganar (o perder) la confianza.

Sigman habla de una idea muy interesante: la conversación como una forma de pensar. Cuando hablamos, ponemos orden a lo que sentimos, testamos ideas, nos entendemos mejor. Una buena conversación puede ayudar a alguien a ver claro, a desbloquearse, a tomar decisiones. Por eso los buenos líderes no son sólo buenos comunicadores. Son personas que saben conversar. Que hacen preguntas buenas. Que escuchan para entender, no para responder. Y que no tienen miedo de cambiar de punto de vista.

"Entender que una conversación no es sólo una herramienta para dar instrucciones o hacer seguimiento de objetivos y resultados"

Ahora bien, no nos engañemos: esto cuesta. Conversar de verdad requiere tiempo, atención y un poco de valentía. Y en el día a día, donde vamos muy rápido y parece que siempre tenemos que tener una respuesta rápida, este tipo de conversaciones se ven como un lujo. O peor, como una pérdida de tiempo.

Es curioso, porque la mayoría de los problemas que detectamos en equipos (conflictos mal gestionados, desmotivación, rotación, falta de compromiso) no surgen de una mala estrategia o de una falta de recursos. A menudo tienen que ver con conversaciones que no han pasado. Con silencios llenos de ruido. Con palabras que no se han dicho, o que han sido dichas a destiempo y de cualquier manera.

Conversar no es sólo intercambiar información, es construir realidades | iStock
Conversar no es sólo intercambiar información, es construir realidades | iStock

¿Y si nos lo tomáramos en serio, esto de conversar? ¿Y si entendiéramos que es una de las habilidades más importantes de un líder? Quizá dejaríamos de ver las conversaciones difíciles como una excepción, y las trataríamos como una herramienta clave para hacer crecer a personas y equipos. Quizá cuidaríamos un poco más cuándo y cómo hablamos, el contexto de nuestras interacciones: el momento, el lugar, la actitud con la que entramos a hablar. Quizá revisaríamos expresiones que repetimos sin pensarlo y que tienen efectos devastadores: “siempre”, “nunca”, “toca”, “es lo que hay”, “ya sabes cómo va”.

Hay empresas que están empezando a entrenar a sus líderes no para hablar mejor, sino para conversar con más conciencia. Para hacer preguntas genuinas, para saber sostener silencios, para dar feedback que realmente ayude a crecer. Son organizaciones que han entendido que la cultura no se construye con valores colgados en la pared, sino con conversaciones cotidianas. Con aquello que se dice —y cómo se dice— cuando las cosas van bien y, sobre todo, cuando no.

"A veces, la mejor contribución de un líder es crear un espacio donde los demás puedan pensar en voz alta, equivocarse, hacerse preguntas"

Liderar desde la conversación no es más fácil. Es más humano. Requiere mirar a las personas por quienes son, no sólo por los roles que ocupan. Y aceptar que, a veces, la mejor contribución de un líder es crear un espacio donde los demás puedan pensar en voz alta, equivocarse, hacerse preguntas. Un espacio donde las palabras no sólo comuniquen, sino que acompañen, revelen e inspiren o simplemente hagan que las personas se sientan escuchadas.

No se trata de hablar más. Se trata de hablar mejor. De reconocer el poder que tenemos cada vez que abrimos la boca —o escuchamos con intención—. Porque cada conversación, bien hecha, puede ser un acto de liderazgo.

¿Por dónde empezamos?

Si todo esto resuena, seguramente te preguntas: y yo, ¿por dónde empiezo? No hace falta hacer un máster en comunicación ni convertirse en coach. El primer paso es más sencillo —y más profundo— de lo que parece: empezar a prestar atención. Escucharse a uno mismo cuando habla. Hacer una pausa antes de responder. Preguntarse: ¿estoy conversando o sólo estoy transmitiendo?

Aquí van algunas pistas para iniciar este aprendizaje:

  • Abre más preguntas que respuestas. Empieza conversaciones con un “¿cómo lo ves tú?”, “¿qué te está preocupando?”, “¿qué necesitas?”. Son invitaciones a pensar en voz alta.
  • Practica el silencio. No corras a llenarlo. A veces, lo mejor que puede hacer un líder es sostener un silencio para que el otro encuentre sus propias palabras.
  • Pon nombre a lo que pasa. Si notas tensión, confusión o incomodidad, ponlo sobre la mesa con respeto: “tengo la sensación de que algo no se ha entendido bien, ¿hablamos?”.
  • Revisa tu lenguaje. Detecta frases automatizadas (“es así y punto”, “ya sabes cómo funciona esto”) y observa cómo podrías sustituirlas por un tono más abierto.
  • Pide feedback. Pregunta sinceramente cómo viven los demás tus conversaciones: “¿Te sientes escuchado/a cuando hablamos?”, “¿Hay algo que podría hacer mejor?”

Lo más importante es entender que conversar mejor no es una meta, sino una práctica continua, un camino. Como liderar. No se trata de tener todas las respuestas, sino de generar los espacios donde las respuestas puedan emerger colectivamente.

Porque, al final, las organizaciones no se transforman por decreto. Se transforman conversación a conversación.