Que Cataluña está dividida es un hecho. El pasado sábado sin ir más lejos
Cataluña estaba dividida entre los que fueron
al concierto de Bruce Springsteen en el Camp Nou, los que vieron
Eurovision a la tele y los que vieron
La Pegatina en Tàrrega. Sólo había que mirar Twitter, Facebook e Instagram para saberlo.
Yo sábado era de los de Eurovision a la tele. Eurovision es de los acontecimientos televisivos que a casa nos gusta ver con ocho o diez mil amigos. Lo hacemos también en las finales del Barça, la ceremonia inaugural de las olimpiadas, los escrutinios electorales y Eurovision. El mecanismo siempre es el mismo: twitter al móvil, la transmisión en cuestión a la tele y a la mesita una cerveza. Pero no siempre había sido así.
Mi relación con Eurovision ha pasado
por tres épocas muy diferenciadas en función de mi relación con la tele. La primera es la época solemne.
Época de blanco y negro, de un solo canal y época de callar: cuando mon paro grababa algún tema directamente del altavoz y en el momento de las votaciones. Época de resignación y grandes decepciones.
La segunda es
la época de la indiferencia mutua. Me coincidió con la adolescencia, la investigación de nuevas experiencias y los conciertos de Polla Recuerdos. A la tele lo importaba poco el que me importaba a mí y al revés. Hay uno una veintena de años que ni que me matarais no os podría decir ningún representante español a Eurovision.
Y finalmente la época actual, que los estudiosos coincidimos al denominar
la época efervescente. Empezó en el momento más bajo del festival cuando el 2008
TVE abrió el proceso de selección del representando –participación por SMS– y los de la Azotea decidieron presentar Rodolfo Chikilicuatre. Con aital decisión
TVE o enterraba definitivamente Eurovision o la relanzaba por siempre jamás. El final ya lo sabéis:
Chikilicuatre con el Chiki Chiki fue lo más votado por el público, La Casa Azul con
La Revolución Sexual quedaba en tercer lugar. Paradójicamente Eurovisionfue el gran ganador.
Y ahora miramos Eurovision por Twitter. Sábado por la noche enviamos más de siete millones de tuits hablando de Eurovision superando el récord del año pasado y en el momento en qué Ucrania superaba Australia en la extraña votación final, estábamos enviando 72.915 tuits cada minuto superando los 48.461 tuits que hicieron triunfar Georgia el 2015.
El más retiutat con 13.000 retuits fue lo del videoblogaire británico
Dan Howell donde decía que había probado de explicar Eurovision a un camionero norteamericano y que este le había dicho que era entre "gay y espantoso". El comediante le daba la razón y le decía que efectivamente era así.
Eurovision es ya un fenómeno global televisivo multe pantalla. La larga duración del acontecimiento, el pelmazo tempo del espectáculo, la audiencia global y la efervescencia de Twitter parecen especialmente diseñados porque la segunda pantalla –la del móvil– pase a ser la primera y le tome el lugar a la tele. Sábado volví a comprobar que Eurovision se ve mejor por Twitter.