En las últimas semanas hemos asistido a una serie de hechos relevantes en el mundo de la tecnología y la innovación: la quiebra de RIM (fabricante de Blackberry ), la compra de Nokia por Microsoft, la salida de Microsoft de su principal directivo, el mítico Steve Ballmer, y el lanzamiento de un nuevo modelo de iPhone low-coste por parte de Apple. Los líderes tambalean. RIM no supo aprovechar su posición pionera en el mundo de los dispositivos móviles corporativos. Nokia perdió el futuro anclada en un viejo paradigma de telefonía móvil disociada de internet. Microsoft asiste estupefacta a la emergencia del mundo abierto e interconectado, persistiendo en un modelo de negocio obsoleto (la venta de licencias para PCs), y Apple , sin el visionario Steve Jobs, aniquila sus márgenes y reproduce los errores de los 80 (competir contra un estándar abierto –el de la plataforma Google-Android- con modelos bajo coste). Apple ha olvidado que vivió una situación idéntica hace 30 años, luchando contra el estándar abierto de PC de IBM, y cayó en la marginalidad al derivar hacia un modelo competitivo de bajo coste. Es el ocaso de los dioses.
Dicen que la historia se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Efectivamente, los líderes de la industria caen cíclicamente, en inevitable decadencia, superados por oleadas de cambio disruptiu (combinaciones de nuevas tecnologías y nuevos modelos de negocio). Las empresas catalogadas como las más innovadoras, en los sectores teóricamente más innovadores del planeta son, realmente, gigantes conservadores, arterioscleròtics ante el rápido cambio del entorno. Los campeones tecnológicos (y de cualquier sector), un golpe han crecido, empiezan a conducir hacia el futuro mirando por el retrovisor, paralizados por la enorme distancia entre los puntos de venta o los laboratorios de investigación (donde se captan las señales de los nuevos tiempos) y los estirados headquarters corporativos. Capas de management, superposición de procesos, controles, toneladas de burocracia y rutinas obsoletas aniquilan cualquier iniciativa realmente innovadora. La verdadera innovación es liquidada por las fuerzas de la inercia organizativa. Todo irá contra el cambio: los empleados (que tendrán miedo a una pérdida de status quo, o a quedar en evidencia operante en nuevos contextos), los inversores (que persistirán al invertir en aquello que los ha dado rentabilidad en el pasado), los proveedores (que no querrán perder clientes), y los clientes (que se los pedirán el mismo, mejor –no diferente-)
En un mundo en permanente cambio, las claves del éxito del pasado son, precisamente, la garantía del fracaso del mañana. Por eso sistemáticamente los líderes (a pesar de tener posiciones dominantes: más recursos, marcas más sólidas, control de los canales de distribución, etc...) sucumben siempre ante jóvenes start-up's, con mucha más velocidad y flexibilidad estratégica, que no tienen nada a perder para innovar de forma radical. Los líderes de hoy, que adoptan posiciones conservadoras y no se arriesgan a innovar, no saben que, si innovar es arriesgado, no hacerlo es letal.