Hace pocos días, la China y los Estados Unidos han anunciado un acuerdo "histórico" para luchar contra el cambio climático a través de la reducción de las emisiones de CO2. Los dos grandes países son los principales responsables de las emisiones mundiales de gases con efecto invernadero –principalmente, pero no sólo, el CO2- y hasta ahora se habían desvinculado de los acuerdos internacionales. Ahora, impulsados por Europa e inaugurados en Kyoto, adoptan, por fin, compromisos concretos –a pesar de que con una ambición relativa- para frenar sus emisiones.
En concreto, y centrándonos en el compromiso de la China, esta se comprometía a empezar a reducir las emisiones a partir del 2030 y conseguir que en aquella fecha, el 20% de su consumo de energía procediera de fuentes renovables. En el acelerado proceso de industrialización chino, y a pesar de algunas obras hidroeléctricas gigantescas y emblemáticas, el carbón ha sido la fuente principal para satisfacer sus necesidades energéticas aceleradamente crecientes.
El carbón, que es el combustible fósil más contaminante, es también el más abundante y regularmente repartido por todo el mundo, incluida la China, que sufre la carencia de yacimientos significativos en petróleo o en gas. Precisamente, su obsesión para reivindicar nuevas aguas territoriales vinculadas en pequeñas islas en disputa de la plataforma marítima-terrestre china al Pacífico proviene de la expectativa de encontrar los anhelados recursos petrolíferos de que ahora no dispone.
En la decisión china, seguro que ha pesado la creciente conciencia que uno de los puntos débiles de su economía es la contaminación, de la que conocemos episodios tan espectaculares como las crisis de contaminación atmosférica que periódicamente asolan las grandes ciudades del este del país, pero que alcanzan grandes problemas también en materia de contaminación de aguas fluviales interiores y del suelo. Probablemente, las autoridades chinas se están dando cuenta que la contaminación, junto con las crecientes desigualdades sociales y territoriales y la carencia de democracia y la corrupción queestá asociada, llevan el riesgo de convertir la China en un gigante con pies de barro.
La apuesta china por las energías renovables, pero, no es nueva. En el sector fotovoltaico es conocida la circunstancia que ha sido el abaratamiento de las placas derivado por la irrupción de las fabricadas en la China ha sido uno de los factores decisivos –junto con el aumento del rendimiento físico y del precio mediano de la electricidad- que han conseguido que las instalaciones de nueva creación sean hoy ya plenamente competitivas a la hora de producir energía eléctrica.
Evidentemente, esto ha comportado la práctica desaparición de nuestros fabricantes de placas fotovoltaicas, pero ha sido esta irrupción china la que ha acabado de dar viabilidad a la opción d'autoconsumir energía eléctrica de origen solar y, por lo tanto, reducir costes energéticos y aumentar la competitividad general de nuestras industrias y actividades productivas. Son las paradojas de la globalización que con el acuerdo entre los Estados Unidos y la China penetra definitivamente también en el campo de las energías renovables.
Y por cierto, un año y medio después de anunciar la penalización de la autoconsum eléctrico, el Gobierno español no lo ha llegado a materializar. Era una decisión tan escandalosa que ha obrado el milagro de hacerse atrás en una decisión más para favorecer los grandes oligopolios eléctricos.