Ayer volví de hacer la primera etapa del Camino de Santiago, 150 kilómetros en seis días, con un máximo de 72 “pisos” subidos al día según mi teléfono, con más frío que sol, jornadas con hasta tres horas de lluvia seguidas, que por mucho Gore-Tex que lleves acabas navegando dentro de tus zapatos.
Tengo que reconocer que no fue idea mía, y no sé si el karma estaba informado porque un par de días antes me lesioné un pie y he hecho el camino con dos dedos vendados. Pero como a testaruda no me gana nadie, si digo que lo hago, lo hago.
Me he informado y parece que casi medio millón de personas lo hacen al año, la mitad nacionales, aunque yo de local no vi a muchos, quizás porque nos gusta hacerlo con un poco mejores tiempos. Más mujeres que hombres, las estadísticas dicen un 53% y sólo la mitad lo hacen por motivos religiosos.
Y la diversidad es brutal, gente joven (he conocido estudiantes americanos que les daban un crédito por hacerlo), grupos de amigas, personas solas, con sus perros, padres y madres con hijos. Creas mucho bonding con tantas horas. Incluso hay un libro famoso del actor Andrew McCarthy que lo hizo con su hijo adolescente.
Y para dimensionarlo, quizás lo sabe todo el mundo, yo antes de hacerlo no lo sabía... si quieres hacer todo el “Camino”, o uno de ellos, porque hay varias rutas, necesitas muchos días, estamos hablando de 900 kilómetros y sólo haces unos 25 kilómetros o 30 kilómetros al día.
Y ahora entiendo perfectamente por qué hay tanta gente que lo prueba y si engancha. Yo que he probado la meditación, sin ningún resultado por ahora, y otras técnicas varias, tengo que decir que ésta me ha funcionado. De aquí el título del artículo.
Es muy liberador tener unos días ante ti con una rutina idéntica, donde no tienes que planificar, ni pensar en nada, por la mañana te cambias (esto espero, calcetines, camiseta...) y como máximo a las ocho de la mañana ya has empezado. Caminas cinco, seis, siete horas y al llegar al destino, que generalmente es un pueblecito, los planes se limitan a descansar, comer y dormir. Y al día siguiente se repite.
"No soy tan ingenuo como para pensar que hacer el “Camino” es la solución a nuestros problemas, pero es una experiencia física, mental, espiritual y obviamente religiosa para muchas personas"
Tu concentración se centra precisamente en el mismo camino, cómo cambia el paisaje, si amenaza con llover, si tienes suficiente agua o comida... y al cabo de un par de días se añade a quién te encuentras. Si he atrapado a la pareja joven, voy bien, si los canadienses jubilados están delante, voy lenta...
No puedes improvisar, no puedes añadir, no te puedes desviar. Y, al mismo tiempo, lo puedes hacer a tu ritmo. Y es curioso porque entre tanta diversidad también te sientes “hermanada”, todo el mundo te desea “buen camino”, te ayuda si te hace falta, te sonríe cuando hay literalmente muchas piedras en el camino...
Recuerdas el poder de la repetición, que es fundamental para las personas, la repetición ayuda a disminuir la actividad mental, el nivel de estrés, y nos hace sentir cómodos. Como los mantras, que se repiten para enfocar la mente, concentrarnos y huir de pensamientos negativos.
"Y es curioso porque entre tanta diversidad también te sientes “hermanada”, todo el mundo te desea “buen camino”"
Incluso el no pensar en qué nos ponemos, el “uniforme” de caminar fomenta la igualdad y el sentido de pertenencia y nos da seguridad, como el que llevan en las escuelas.
Y por primera vez he sido bendecida, por el sacerdote de Roncesvalles, donde empecé, que hizo una misa de peregrinos dedicada absolutamente a todo el mundo. Y en un momento tan convulso geopolíticamente como el actual, esta apertura, tolerancia e inclusión a la diversidad me gustaron más que nunca.
Últimamente, veo a la gente más nerviosa, oigo voces más subidas de todo que hace años en reuniones de trabajo, las personas y con razón estamos inquietas por la situación de los mercados financieros, por la situación de retroceso de los derechos humanos...
No soy tan ingenuo como para pensar que hacer el “Camino” es la solución a nuestros problemas, pero es una experiencia física, mental, espiritual y obviamente religiosa para muchas personas, al alcance de casi todo el mundo. Sólo necesitas unos buenos zapatos para caminar, unos días de tiempo y es apto a todos los bolsillos. Como os decía al inicio no hagáis un retiro, haced un “Camino”.