Se acabó la purpurina

La Unión Europea declaró hace unos días que a partir de octubre estará prohibida la purpurina. La purpurina, algo tan simple, pero tan presente en toda nuestra vida, prohibida. No es que esté en contra, soy de esas personas que sabe perfectamente que la transición climática no será gratuita y que implicará sacrificios, pero no pensaba que uno de los primeros sería, justamente, la purpurina. Es muy sensato, prohibirla (es de esas cosas que ya haría años que habríamos tenido que empezar a hacer de forma sostenible), pero la purpurina representa un gran elemento simbólico de nuestras sociedades contemporáneas. Y por eso no deja que, individualmente, me cueste aceptar esta medida, por el rol que ese polvo mágico ha desempeñado en mi vida y en el de muchas otras personas.

En las fiestas de cumpleaños es seguramente donde nos introduzcamos en las purpurinas varias. Con la sexualización de los niños se ve rápidamente cómo las niñas quieren utilizar toneladas de purpurina para brillar y los niños se avergüenzan de poder brillar, y son reñidos por sus “mayores” para utilizar este material. Algunos de ellos tendrán la suerte de tener familias abiertas de mente, pero seguramente encontrarán a algún compañero que se reirá y vuelta a empezar en la rueda de la liberación. Este material también se ha relacionado con la magia y el mundo de la fantasía, todavía puros en los primeros años. Al cabo de unos años, cuando nos hacemos "mayores" y empezamos a salir de fiesta, a escuchar nuestros propios gustos musicales o descubrirnos sexualmente, entenderemos que la purpurina tiene otra interpretación: la reivindicación de subculturas sociales y culturales.

"La purpurina representa un gran elemento simbólico de nuestras sociedades contemporáneas"

La purpurina ha sido una manera de reivindicar y hacer brillar algunas culturas que han encontrado, en estas partículas de plástico, una forma de conseguir la luz que la sociedad les ha privado sistémica y sistemáticamente. La purpurina, por tanto, más allá de ser, efectivamente, microplásticos, ha sido una fuente de reivindicación, de lucha, de reclamo. La purpurina y los brillos también son una manera de embellecernos, ponernos y hacernos atractivos en un contexto social, generar una identidad propia a partir de complementos que nos resaltan aspectos de nuestra personalidad y proyectan una idea concreta en el mundo. Por supuesto, la purpurina tiene una vertiente de diversión, ocio y alegría que no podemos negar. Y es que algo que debemos asumir y que deberemos aprender a confrontar es que muchas veces, lo que nos aporta felicidad, contamina. Y lo que nos libera, también.

La discusión central del debate, bromas y memes aparte, no es la prohibición de la purpurina, sino el orden de las cosas. Teniendo industrias altamente contaminantes que emiten a diario grandes cantidades de residuos en el medio ambiente, hemos tenido que centrarnos en la purpurina que, si bien es cierto, contamina, no debe representar un porcentaje tan elevado en comparación con otros sectores. Ante esta tesitura, yo solamente encuentro dos elementos explicativos. Lo primero es que es más fácil prohibir la purpurina que cerrar grandes empresas extractoras de petróleo. El segundo es que el mensaje que se evoca prohibiendo un producto tan cotidiano como la purpurina es la necesidad de sacrificios diarios que traerá la crisis climática.

"Deberemos aprender a confrontar que, muchas veces, lo que nos aporta felicidad, contamina"

O quizás únicamente se trata de una estrategia política porque ya ha salido un nuevo sustitutivo sostenible por este producto. No sé. Las teorías son tan vastas como habitantes tiene la Tierra y seguramente todos tengan algo de razón. El caso es que la purpurina ha terminado y ya no podemos hacer nada para evitarlo. El símbolo festivo y de celebración que ha sido la purpurina para todas las que hemos nacido antes de octubre de 2023 persistirá como un recuerdo llamativo, bonito y deslumbrante de lo que hacíamos cuando queríamos resaltar. O quizás solo pasará a la historia como una mala práctica de nuestros antepasados. Así, con la pena resignada de quien sabe que es por un beneficio mayor, a partir de ahora escatimaré la purpurina que aún tengo para fiestas y ocasiones especiales, sabiendo que, desde hace unos días, he entrado al final de mi glitter era.

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