Politóloga y filósofa

Vivir en una película

16 de Septiembre de 2023
Ariadna Romans

Desde pequeña, muchas personas me han recalcado, con mejores o peores intenciones, que vivo en una película. “Es que crees que las cosas son mucho más intensas de lo que son”, “vives demasiado sentimentalmente” o “haces una narrativa fantástica de todo lo que te ocurre, incluso cuando las cosas te van mal”. Mi personalidad de lo que la juventud ahora llama main character energy empezó de pequeña, y se ha ido desarrollando y sofisticando a lo largo de los años. No es que sea una egocéntrica, o que piense que el mundo revoluciona a mi alrededor, pero me gusta pensar que mi existencia es una especie de película particular en la que todo acaba teniendo un sentido y las cosas que no ocurren en esta escena tal vez sean el zumo principal de la siguiente. Como en esa película donde todo es una simulación, pero como si no hubiera público y tampoco nadie estuviera filmando. Como si mi vida fuera una película que no se representará en ningún cine y que no ha escrito ningún guionista. Como si fuera, únicamente, la materia gris que utilizan los cineastas para inspirarse.

 

Vivir en una película parece fantasioso, creativo y estupendo, pero también tiene cosas negativas. A veces no encuentras el sentido de lo que sucede, y te preguntas si, en realidad, sólo se trata de un intento de película condenada al fracaso. Cuando te ocurren cosas malas, te preguntas si vives en una tragedia, o si es una de esas películas donde todo acaba mal. Puede ser un hilo conductor que te ayude a salir adelante, pero también un motivo fantástico para echarlo todo por la borda. Y cuando más lo necesitas, puede ser un recordatorio de que en todas las películas hay un momento en el que todo va mal, pero que, con el paso del tiempo, se soluciona y se resuelve en un final más o menos satisfactorio.

A veces no encuentras el sentido de lo que sucede, y te preguntas si, en realidad, sólo se trata de un intento de película condenada al fracaso

Todas hemos tenido grandes amores, a lo largo de nuestra vida, o por lo menos esto deseo para todo el mundo. Amores que, aunque no han sido constantes o estables, han significado cosas muy fuertes en nuestro proceso de conformación como persona. Amores que van y vienen, que quizás sólo se llamen de vez en cuando, cuando alguien tiene ganas de saber qué ha sido, de la vida del otro. Pero amores que, a pesar de que ya no son como antes, todavía te despiertan una sonrisa cuando recibes sus buenas noticias, o que te hacen caer lágrimas pesadas cuando te transmiten una penuria de su vida. Vivir en una película también te permite dar un sentido narrativo a todas estas cosas y conectarlas en una trama que derivará en una historia. Tu historia. Nuestra historia. Y desde dónde será mucho más fácil decirnos y encontrar una explicación a las cosas que nos han pasado hasta llegar al momento en que nos encontramos.

 

Claro que las mentes más racionales dirán que todo esto no es más que una técnica para engañarnos a nosotros mismos. Es posible que tengan razón. Pero dadas las limitadas opciones que tenemos para asumir nuestra existencia, yo, individualmente, prefiero seguir viviendo en una película.