Directora de VIA Empresa

Ya no sé si me volveré a meter en medio

28 de Junio de 2024
Act. 29 de Junio de 2024
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Siempre he sido de las que, ante un conflicto ajeno entre dos o más personas, me he sentido interpelada y he sentido la necesidad de ayudar o colaborar de alguna manera, intentando poner paz o señalando la injusticia. No siempre me ha salido bien. De hecho, no digo que esté bien intervenir, son maneras de ser.

 

Recuerdo hace unos meses cuando, en las puertas de un autobús de la Ciutadella, en Barcelona, una chica lloraba porque un carterista le acababa de robar el móvil. Otro hombre tenía agarrado al sospechoso -bueno, agarraba su mochila- para que no escapara, antes de resolver el conflicto. Muchos miraban curiosos, pero no se involucraban. Otros sacaban sus teléfonos para grabar la escena. Pocos actuaban. A nadie le resultará extraña esta escena.

Como no podía ser de otra manera, me involucré. La chica recuperó su móvil. Y a él deberíamos haberlo retenido hasta que viniera la policía, a pesar de que horas después de pasar por comisaría seguro que volvería a estar en cualquier otra línea de autobús o metro, haciendo su jornada laboral como ladrón profesional. El hecho es que el ambiente se fue calentando, yo incluida, que intentaba aleccionarle con razonamientos sobre la vida y sobre la desgracia que iba repartiendo con sus acciones, mientras, un poco colérica, le gritaba “carterista” y “ladrón”.

 

Obviamente no sirvió de nada. Todo lo contrario. Se produjo un pequeño linchamiento y la violencia llegó a las manos de muchos de los ciudadanos que, en un inicio, no se habían querido involucrar. Tuvimos que dejarlo ir, antes de que la situación llegara a un punto de no retorno. Al ladrón, semanas más tarde, lo vi en diferentes vídeos en las redes, de cuentas de patrullas ciudadanas, que se dedican a filmar a los carteristas de diferentes ciudades. Es su estilo de vida, y ni la tensión vivida en aquel momento ni la ley que tenemos -y que en teoría nos ampara- le hicieron cambiar de opinión.

"Ni la tensión vivida en aquel momento ni la ley que tenemos -y que en teoría nos ampara- le hicieron cambiar de opinión"

Semanas más tarde, en Rodalies, viví una situación aún más violenta, con cuchillos de por medio, y con un chico que acabó con un corte más largo que un palmo en uno de sus brazos. Intervenir ya era más complicado. Sólo lo hice para pedir que salieran del vagón, que mi hijo de tres años no tenía que vivir esa escena. Nadie dijo nada más. Obviamente, meterse en medio podía salir muy caro.

Mientras explico estas dos escenas -verídicas ambas- a muchos de vosotros os habrán venido unas cuantas más a la cabeza, vividas por vosotros o por vuestro entorno más cercano. Especialmente si vivís en Barcelona. Es estadística: Barcelona lidera la lista de robos con violencia en España.

Según datos del Ministerio del Interior, durante el primer trimestre de 2024 en España se registraron -o sea denunciaron- más de 15.000 robos con violencia, concentrados especialmente en las capitales de comarcas. Más datos: en el ranking por provincias de este mismo periodo, tampoco salimos bien parados: según un análisis de Datadicto, en Barcelona se produjeron 900 robos con violencia por cada millón de habitantes, en Madrid 419, en Girona 361 y en Valencia 347. Tengamos en cuenta que, además, son los casos denunciados, no podemos sumar los no denunciados. No es de extrañar que la inseguridad ciudadana sea el principal problema que señalan los barceloneses en los barómetros municipales desde 2018. A este problema, le siguen la vivienda, la limpieza y el turismo. Nada nuevo.

De hecho, según datos de Eurostat, Barcelona se ha convertido en la segunda ciudad más peligrosa de Europa. La precede Bruselas y la sucede Melilla. En este caso tienen en cuenta los hurtos, los robos sin violencia.

Después de estas cifras, de la horrible verbena de San Juan que ha vivido Catalunya -que ha concluido con tres asesinatos en medio de la calle- y de las vivencias de unos y otros del último año, son difíciles de asimilar algunas declaraciones que están haciendo los portavoces de los cuerpos policiales estos días. Como Toni Pérez Maldonado, coordinador de la Región Policial Metropolitana de Barcelona de los Mossos d'Esquadra, que esta semana en el programa Bàsics de Betevé aseguraba que no han “detectado un aumento de la violencia en el ocio ni en la actividad delictiva”. ¿De verdad? O que “no es habitual que un robo acabe con violencia, pasa cuando a veces la víctima se resiste”. ¿Cuál es el mensaje que se concluye de estas declaraciones? No os resistáis. No intervengáis. No ayudéis.

"¿Cuál es el mensaje que se concluye de estas declaraciones? No os resistáis. No intervengáis. No ayudéis"

Más allá de que las cifras demuestran que sí hay un aumento de la violencia en Catalunya, especialmente en las capitales de comarca, con más hurtos, más robos con violencia y más abusos sexuales que el año pasado, y más allá de analizar las causas políticas, demográficas y socioeconómicas que nos han llevado hasta aquí, quisiera detenerme en un daño colateral que está sufriendo toda la ciudadanía: el efecto de vivir en alerta permanente, tanto en el entorno físico como en el virtual. Y eso, la inseguridad ciudadana, tiene unas consecuencias en nuestro bienestar mental, en nuestra percepción de la convivencia y el entorno social, y en nuestro papel en la sociedad. Y no es algo superficial: las percepciones importan. A veces tienen mucha más influencia que la misma realidad.

A estas consecuencias podemos sumar también los efectos que tiene la inseguridad ciudadana en la economía: algunos directos, como el gasto judicial o en seguridad, pero también hay muchos indirectos, como el empeoramiento de la marca Barcelona o Catalunya para el potencial inversor extranjero, los negocios que dejan de abrirse en una zona en concreto... De hecho, el Banco Interamericano de Desarrollo estimó en 2017 que el coste que supone el crimen en Latinoamérica representa el 3,6% de su PIB. Está claro, sin embargo, que al otro lado del océano la película es muy diferente, y más grave.

También hay un precio que pagamos todos: el de la desconfianza. Lo hablaba hace unas semanas con el economista Jordi Gual (presidente de CaixaBank entre 2016 y 2021): "La confianza tiene un punto contagioso. Cuando nos decepcionamos por la ruptura de una confianza, podemos dejar de confiar en otra gente. Se viraliza en positivo y en negativo." Esto pasa en la economía y pasa en la calle. La mala acción de alguien puede llegar a romper nuestra confianza en la sociedad, o en alguien que se le parezca: por su origen, por su ideología, por su profesión...

"Las percepciones importan; a veces tienen mucha más influencia que la misma realidad"

Ya no es solo que Barcelona sea más insegura que hace unos años, es que además la percibimos así: nosotros y todos los turistas que nos visitan. Y quizás, incluso, la percibimos más insegura de lo que es, gracias a las redes sociales y sus algoritmos, que ceban aún más esta percepción. Engrosan el miedo y nuestra percepción del peligro. Si sumamos, además, que solo la extrema derecha es quien ha abanderado el debate político de la inseguridad ciudadana, con grandes tintes xenófobos y racistas, nos queda un panorama desolador, falto de esperanza, de visión constructiva y que no nos deja mucha más alternativa que quedarnos con los brazos cruzados; observando la injusticia que vive el de al lado, esperando que el siguiente no seamos nosotros y planteándonos si, la próxima vez, quizás no tengamos que volver a meternos en medio.