Un sistema de clases claro, estructurado y clasificado

En Qatar, los extranjeros no pueden abrir empresas y necesitan siempre un socio local

Pasear por las calles constituye, en Qatar, una actividad rara y que es observada como extravagante. En Doha podemos distinguir dos grandes zonas. Una de urbana y unos alrededores industriales y logísticos. En la zona urbana habita la mayoría de la gente. ¿Toda? No, porque las clases más pobres económicamente duermen en las zonas industriales. Empezamos, pero, por la ciudad y sus correspondientes áreas. El centro de negocios, el West Bay, viene a ser el equivalente a la City de Londres. Rellenado de rascacielos que se han edificado en los últimos veinte años. Por lo tanto, se asemeja más a la nueva City de Londres -el Canary Wharf-. Con la diferencia que en esta zona de Doha hay bastantes hoteles de alta gamma que son ocupados por la población flotante, que es elevada. ¿Gente por las calles? Poca. Esta zona es de dominio de los coches e ir a pie es un calvario.

Más allá de la zona industrial y logística, las otras zonas de la ciudad son más bien residenciales. Pero tampoco verán demasiada gente. El calor es un factor determinante, y la mayoría del año es insufrible. Donde la gente sí que pasea y se mezcla un poco es en los centros comerciales. El aire acondicionado lo hace posible. Hablo de centros de dimensiones descomunales. Y hay muchos. Un hecho necesario si consideramos que los fines de semana -viernes y sábado- tienen que acoger gran parte de la población. Es en los centros comerciales, pues, donde podremos contemplar casi toda la gamma de clases sociales que componen la sociedad qatarí.

Donde la gente sí que pasea y se mezcla un poco es en los centros comerciales

Queda claro que en estos lugares no encontraremos la cúspide de esta sociedad -de hecho, en ninguna parte del mundo he visto que las élites vayan a los centros comerciales a pasear ni a hacer nada-. Me refiero a la aristocracia del país, la gente ligada a la dinastía gobernante. Estos relativos han ido creciendo con los años, y ahora hay bastantes. Son los jeques, que poseen este título honorífico que es, pero, de gran utilidad práctica. Ya se pueden imaginar ustedes las puertas que, en un país de clases muy establecidas, este título puede abrir. Sobre todo entre el resto de la población que se encuentra, respecto a los jeques, a una distancia social considerable.

Después, vienen los qatarís. Los ciudadanos qataríes, que no llegan a las 300.000 personas. Algo más del 10% de la población. Y estos sí que se los ve pasear por los centros comerciales, por cafeterías y por restaurantes. Van ataviados de blanco, con el tradicional traje árabe. En la cabeza llevan el pañuelo, la Kufiyya, que los distingue entre familias y orígenes tribales. Son gente acomodada que disfrutan de altos ingresos y facilidades del gobierno, puesto que una parte del dinero del petróleo y del gas se reparte entre ellos. Ahora bien, su gran ventaja proviene del hecho que en Qatar los extranjeros no pueden abrir empresas y necesitan siempre un socio local que haga de fiduciario o, como ellos dicen, de "sponsor". Ya se pueden imaginar que esta posición es envidiable. La cantidad de trabajo a hacer es escasa. Los riesgos casi nulos.

En Qatar, los extranjeros no pueden abrir empresas y necesitan siempre un socio local

Inmediatamente después, en la escala social, vienen los expatriados occidentales. Dejémoslo claro: estos expatriados no pretenden, en ningún momento, mezclarse con los qatarís. La distancia cultural es enorme. Solo se reúnen para hablar de negocios. Son gente altamente cualificada que gestiona, para hacerlo raso y corto, la riqueza de las dos clases que antes he mencionado. Constituyen, también, aquellos profesionales que dirigen la construcción y explotación de las infraestructuras que el país ha puesto en marcha en un tiempo récord.

Gente muy bien pagada que vive con un lujo no habitual en Occidente. ¿Nacionalidades? Británicos, americanos, franceses o italianos. A mucha distancia, el resto de europeos, incluyendo nosotros, está claro. Aunque no occidentales, destacan en este grupo los emprendedores libaneses. Normalmente asociados con un "sponsor" local ineludible.

Un conjunto de gente tan importante -en volumen y en ingresos- como las tres clases que hemos visto hasta ahora -jeques, qatarís y expatriados- requiere servicios. Quiero decir que los qatarís y los expatriados occidentales se ponen enfermos, se los estropea el coche y el ordenador. Se necesita gente cualificada de carácter muy profesional. Y es aquí donde topamos, solo faltaría, con los indios. Buenos ingenieros, médicos, mecánicos o técnicos informáticos. Problema: hablan un inglés endemoniado que hace volver loco al resto de habitantes, que tienen grandes dificultades para entenderlos. Tienden al caos colectivo, pero a escala profesional individual son muy buenos. Hay, pero, un conjunto de profesionales donde también los árabes destacan: los abogados. Y es que para interpretar eficazmente leyes que beben de las fuentes de la sharia, hay que haberlo mamado culturalmente. Hablo de jordanos o sirios.

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Imagen del paseo marítimo de Doha | iStock

Los trabajos administrativos (secretarias, administrativos en general, contables o empleados de banca) son asignados a inmigrantes del mundo árabe. Jordanos, libaneses, palestinos, egipcios o magrebíes. Hasta Marruecos estamos ante una gran cantera de trabajo de formación media, pero que cuenta con la enorme ventaja de hablar árabe. Muchos de ellos francés, también. Mucha gente joven que su país ha echado por carencia de oferta de trabajo.

En el último peldaño social, abajo de todo, encontramos aquella gente que trabaja en la construcción y en los trabajos más manuales y de esfuerzo físico: estibadores manuales o servicio doméstico. Como el resto del mundo desarrollado, estas posiciones son ocupadas por filipinos, indonesios y pakistaníes. Volúmenes enormes de gente que malviven según nuestros estándares, pero que ganan bastante si lo comparamos con el que se paga en su país. ¿Esto justifica condiciones de vida miserables? No.

Llegados aquí hay que pararse para hacer alguna puntualización. Qatar no es un país que destaque por los derechos laborales de los trabajadores. La situación es la que es debido a una tradición árabe que relaciona el bienestar del otro al resultado de la limosna. Pero también porque los derechos laborales y la cultura que esto comporta no se exportan como se exporta un Ferrari -quiero decir que se hace difícil propagar la bonanza del estado del bienestar-. Todo ello lleva al hecho que la legislación local sea del tipo "si no te gusta, te vas".

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Imagen de una obra en Doha | iStock



Todo el mundo tiene garantizado el viaje de regreso y no se quedará nunca pillado al país sin poder volver a su casa. Este es un requisito que la legislación local exige al "sponsor" -el qatarí que ha puesto su nombre para abrir una empresa local- y que enlaza, como he dicho, con una tradición árabe, fuente de derecho, que es la de proteger los enrolados a tu corte o familia -modernamente, empresa-. Está claro que todo este intríngulis tiene lugar sin solucionar el problema de raíz del empleado: su miseria. Pero este no es el objetivo. Porque se hagan una idea, cojan Los Santos Inocentes de Miguel Delibes (pueden ver la película también) y lo trasladan en el tiempo unos cincuenta años atrás y después lo pasan por la criba árabe. Tampoco conviene hacerse el hipócrita.

Como dije al primer artículo, en Qatar todo está controlado. El carnet de identidad es el teléfono móvil que permite, de paso, ubicar la gente geográficamente. Los derechos, tal como los tenemos entendidos en Occidente, no son aquí de aplicación -en ningún país del mundo musulmán, de hecho-. Ni por cultura ni por necesidad. Y los derechos de los trabajadores, menos todavía. Estamos ante la lógica de una monarquía absolutista rica que aplica el principio "si te gusta, bien; si no, no haber venido; nadie te obligaba". Las clases están perfectamente encuadernadas y puestas al estante social. Unas tienen el lomo con incrustaciones de pan de oro y lucen mucho. Otras son ediciones de bolsillo. Y otras están simplemente sujetadas con una grapa.

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