Desde Turquía: delicias turcas

No había estado en Turquía desde hacía décadas y la modernidad aparente de las ciudades y de la sociedad me sorprendió

Imagen de la ciudad de Estambul | iStock Imagen de la ciudad de Estambul | iStock

He tenido ocasión durante estas primeras semanas de otoño de efectuar una visita a Turquía. En concreto en la zona del Mediterráneo occidental y en la banda sur del Egeo. Cómo siempre, aunque viajes por turismo, observas lo que te rodea y valoras la experiencia, condicionado por tu trayectoria profesional. Las reflexiones que expondré a continuación vienen en todo caso condicionadas por esta visita necesariamente epidérmica y parcial a la hora de captar una realidad económica y social tan vasta y diferenciada. Y también por el hecho de encontrarnos en un una de las zonas más turísticas del país. De hecho, el yacimiento arqueológico de Efes es el segundo lugar más visitado, después de Estambul.

El contacto con el turismo, cómo ya nos pasó en nuestra casa, favorece posiciones más abiertas y tolerantes. Por eso, nuestra experiencia personal viene condicionada por la zona que visitamos. Un sector dónde en las recientes elecciones presidenciales ganó la oposición liberal. También lo hizo en Estambul y en la región de Ankara, aunque no en la capital estricta. Y también en la zona kurda. Por cierto, solamente llegar, hice un comentario a mi mujer -en catalán, está claro- donde salía la palabra "kurdos". Dos mesas más allá, un joven con aires de profesional cualificado se giró enseguida y nos observó fijamente. No volví a referirme en todo el viaje.

Un país moderno y turístico

Lo primero que nos llamó la atención cuando llegamos al país, más allá de los aeropuertos nuevos, es que nos encontrábamos en una sociedad moderna, con avenidas y edificios similares a otras capitales europeas del sur. No había estado en Turquía desde hacía décadas y la modernidad aparente de las ciudades y de la sociedad me sorprendió. Pensé en cómo los intercambios comerciales y la globalización en general han llevado muchos países subdesarrollados a la categoría de emergentes y a la modernidad en general. De hecho, en las afueras de muchas ciudades medianas, se levantaba un hospital que parecía muy nuevo, siempre en una ubicación ligeramente elevada, quizás para enfatizar su presencia.

El contacto con el turismo, cómo ya nos pasó en nuestra casa, favorece posiciones más abiertas y tolerantes

Y hablando de sanidad constatamos como el turismo sanitario era una realidad. Además de múltiples anuncios de clínicas, tanto en la calle como en las páginas de las revistas turísticas, encontramos varias personas con signos evidentes de operaciones estéticas recientes, incluidos implantes de cabellos masculinos. De hecho, el turismo ya genera el 10% del PIB turco -en España el ocho por ciento- y el gobierno hace todo lo que puede para promoverlo y diversificarlo. Empezando por una compañía mixta entre Turkish Airlines y Lufthansa, especializada a volar a destinos que aportan visitantes en el país, sobre todo desde Alemania. Sean turistas estrictamente como turcos expatriados.

Un tesoro en forma de piedras

De hecho, para complementar el sol y la playa, los turcos han encontrado un tesoro en su subsuelo. No se trata de gas ni de petróleo. Se trata de piedras helenísticas y romanas. La gran densidad urbana durante la antigüedad, sobre todo en las zonas costeras y prelitorales, hace que los yacimientos arqueológicos tengan una gran densidad. El hecho que muchas de estas ciudades fueran abandonadas -a menudo en la edad media- debido a invasiones o de terremotos ha hecho que no se construyera encima y ha facilitado la conservación de los restos. Han pasado más de un siglo desde que las autoridades de la Puerta Sublime no tenían ningún inconveniente a venderse estatuas y frisos encontrados por las expediciones extranjeras y que ahora llenan los museos de Berlín, Viena o Londres.

Para complementar el sol y la playa, los turcos han encontrado un tesoro en su subsuelo. No se trata de gas ni de petróleo

Desde que Atatürk, a comienzos de los años 30, visitó el teatro de Aspendos -cerca de Antalya- y dijo que era un espacio demasiado bonito para no usarlo, los turcos han puesto en valor cada vez más su patrimonio arqueológico. De hecho, ya en los años 70 se volvió a levantar, por parte de los austríacos, la emblemática portalada de la biblioteca de Celsus en Efes. En los últimos años, excavaciones y reconstrucciones se han acelerado. Algunas seguro que muy rigurosas –"con el 85% de material antiguo", se explicaba. Otros quizás más cuestionables, incluso impulsadas por entes tan singulares como el mismo parlamento turco. En todo caso, un tesoro cultural que refuerza el discurso de Anatólia como cruce de civilizaciones diversas -en detrimento de las históricas reivindicaciones griegas e italianas- y origen del hecho urbano. De hecho, sostienen que la ciudad más antigua del mundo no surgió en las llanuras de la Mesopotamia, cómo siempre nos habían explicado, sino en la meseta de Anatólia.

La cuestionada herencia griega

El nacionalismo turco se manifiesta desacomplejado, con todo de banderas en los puntos más elevados de ciudades y parajes y con la figura omnipresente -estatuas, carteles en lugares públicos y privados, calles principales...- de Atatürk, apodo que equivale al padre de la patria. Atatürk, uno de los comandantes en la victoria turca en la batalla de Galípoli en 1915, contra británicos y aliados, fue quien salvó la actual Turquía de quedar reducida a la meseta de Anatólia. El tratado de Sèvres repartía el imperio turco entre las potencias ganadoras de la Primera Guerra Mundial. Franceses, británicos e italianos renunciaron finalmente a las nuevas posesiones en el actual Turquía -pero no del imperio, repartido entre la Gran Bretaña y Francia-, pero los griegos consideraban propia la capital turca de entonces, Constantinoble, e inicialmente impulsados por el resto de aliados lucharon para quedarse la mitad occidental de Turquía, donde había una gran cantidad de población griega. La retirada del apoyo de Francia y Gran Bretaña y los conflictos internos griegos propiciaron la victoria turca capitaneada por Atatürk, que acabó proclamando la república turca ahora hace cien años.

El acuerdo final de paz estableció un intercambio masivo de población: 1,5 millones de griegos de la actual Turquía se desplazaron a Grecia, sobre todo a la zona de Atenas- y medio millón de turcos volvieron a la metrópoli, sobre todo desde Creta y Tesalia. En Turquía, varios pueblos, habitados principalmente por griegos, quedaron abandonados, porque estaban en la montaña y los turcos que llegaron quisieron quedarse en el plano. Visitamos un par, con la arquitectura neoclásica típica del s. XIX griego. Uno convertido en un destino turístico, lleno de comercios, restaurantes y hoteles. Otro, a medio rehabilitar por propietarios de segundas residencias, más sensibles y respetuosos con el patrimonio y el entorno.

El expansionismo de Erdogan

De hecho, ahora que vuelve a estallar el conflicto entre Israel y Palestina, hay que recordar que toda la inestabilidad de Oriente Medio y de Libia y Egipto deriva en buena parte de la deficiente descolonización de Gran Bretaña, Francia y también Italia después de repartirse las posesiones del imperio otomano. El afán expansionista del actual presidente Erdogan se manifiesta precisamente dentro de este ámbito. Cómo todos los imperios recientes, no renuncia a influir y a poner bajo su órbita países cómo Siria o Libia. Este expansionismo también se manifiesta en el apoyo a Azerbaiyán frente a la disminuida y desafortunada Armenia -reducida también a la mínima expresión primero por el imperio y después por la república turca. Tanto Azerbaiyán -favorecida por el gas del mar Caspio- cómo varias repúblicas exsoviéticas del Asia central son de etnia turcomana y Erdogan también querría ponerlas bajo su órbita.

Crisis inflacionaria después de la gran expansión

Llegando a Antalya desde el aeropuerto, enseguida vimos un edificio principal con la enseña del BBVA y recordé cómo se había comentado el elevado grado de penetración, y de exposición, del banco en una Turquía que pasa económicamente por horas bajas, después de una década de crecimiento vertiginoso, en buena parte derivado de las inversiones extranjeras, tanto occidentales -empezando por Italia y Alemania- como rusas y de los países del Golfo Pérsico. La crisis se traduce antes que nada en elevadas tasas de inflación. Cómo siempre, la inflación va por barrios.

Turquía ya no es un destino turístico barato, pero todavía es asequible, sobre todo teniendo en cuenta el elevado aumento de precios de la oferta europea

Los servicios turísticos, con una demanda sostenida y creciente -ahora con los rusos, que no tienen muchas alternativas más próximas- son de los que más han subido los precios, empezando por los yacimientos y los museos arqueológicos. De hecho, Turquía ya no es un destino turístico barato, pero todavía es asequible, sobre todo teniendo en cuenta el elevado aumento de precios de la oferta europea, sobre todo en las grandes ciudades. La modernidad que decíamos antes se caracteriza, entre otras cosas, por una aceptación casi universal -excepto los taxis- de las tarjetas como medio de pago. Parece que ha sido un proceso acelerado en los últimos años, seguramente influido por la pandemia, que también deja menos espacio a la economía sumergida.

La apuesta por el hormigón y el ladrillo

El gobierno de Erdogan ha hecho de la obra pública su estandarte en términos de política económica. Una buena red de carreteras, muchas desdobladas y otras muchas en proceso de desdoblamiento. Un enlace en tren de alta velocidad entre Estambul y Ankara, aunque el tren en general es poco presente en el territorio. Y una línea aérea nacional y una política de renovación de aeropuertos, con el nuevo megaaeropuerto intercontinental de Estambul, situado en la parte asiática de la ciudad. Un aeropuerto con museo y todo -en muchos museos te encontrabas con piezas que eran en la exposición del aeropuerto- y que decían que Erdogan inauguró cuando todavía era fresco el hormigón de las pistas de los aviones. Seguro que todo ello nos es familiar.

La apuesta por un crecimiento basado en el turismo y en la urbanización provoca que, en tiempo de crisis cómo la que sufre Turquía, sea frecuente encontrarte con estructuras de edificios a medio acabar y aparentemente abandonadas, sobre todo en las zonas más periféricas de los centros turísticos secundarios. Circulando por las buenas carreteras turcas, todavía constatamos -sin ninguna consecuencia- la indisciplina típica de las sociedades que llevan pocas décadas de motorización masiva. La moda de los SUV todavía no ha llegado y la mayoría de los coches eran berlinas y compactos europeos, seguramente favorecidos por la presencia in situ de fábricas de grandes marcas continentales cómo Fiat y Renault. Volkswagen desistió de implantarse hace muy poco. Excepto en el eje Esmirna-Ankara, relativamente pocos camiones y muy pocos de frigoríficos o cargados con contenedores. No parece que el comercio -y el consumo- interior sea muy potente.

Todavía a las puertas de la posmodernidad

La modernidad general y equivalente en cualquier país balcánico solo nos recordaba que éramos en un país musulmán por el periódico canto del muecín, además de la omnipresente bandera turca. En el pasivo de la modernidad, algunas mujeres con hiyab, sobre todo grandes y en zonas más rurales, pero en esta parte de Turquía no se veían muchas más de las que se ven en París o aquí mismo. También algunas mujeres bañándose en playas y piscinas vestidas de pies a la cabeza, una escena que no deja de ser chocante. Y si tenemos que caracterizar la posmodernidad por el respecto al medio ambiente, aquí todavía tienen mucho camino por correr. Nada de recogida selectiva, aunque parece que lo intentaron con el vidrio espoleados por la esposa del mismo Erdogan. Pocas instalaciones fotovoltaicas, aunque es muy frecuente disponer de una placa en el tejado con un depósito para generar agua caliente.

Nada de recogida selectiva, aunque parece que lo intentaron con el vidrio espoleados por la esposa del mismo Erdogan

Muy pocos huertos solares y menos aerogeneradores, pero, en cambio, nos encontramos con una gran planta geotérmica cerca de Efes. Casi nada de lluvia, pero sin ninguna restricción aparente de agua, que se extrae del subsuelo, de forma que todos los hoteles te proporcionan diariamente agua embotellada en la habitación, porque el agua corriente tiene muchas sales. Y en los valles mediterráneos, mares de plástico cubren el territorio en una agricultura intensiva que también necesita mucha agua. Y entonces pensaba en aquello de las avellanas turcas que competían con las nuestras del Camp de Tarragona y que han acabado desplazando los cultivos hacia otras alternativas, cómo la viña.

Turquía no quiere ser confundida con un pavo

Y una última anécdota no muy conocida para acabar. Cómo otros países emergentes, en Turquía son frecuentes los cambios de denominación de ciudades, accidentes geográficos y otros lugares por denominaciones aparentemente más autóctonas. A veces, se trata de una adaptación del nombre tradicional o clásico, como Esmirna -ahora Izmir. Otros, no tiene nada a ver, aunque la tradición y el posicionamiento turístico internacional dificultan la verdadera implantación del nombre alternativo cómo pasa con Antalya (Muratpasa).

No hace muchos meses, los representantes turcos ante las Naciones Unidas hicieron constar que, a partir de entonces, la denominación internacional -en inglés, vaya- de la república tenía que ser Turkiye, el nombre que usan internamente. Estaban preocupados porque el nombre tradicional del país en inglés ha sido siempre Turkey, que en esta lengua también denomina un animal. Un animal tan significativo en los Estados Unidos cómo es el pavo. Quién sabe si los próximos a cambiar de nombre serán los postres tradicionales de las delicias turcas, por aquello del doble sentido. De todos modos, visitar Turquía ha sido una delicia.

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