
Mientras la economía mundial contiene el aliento a la espera de conocer el desenlace del conflicto arancelario entre Estados Unidos y el resto del mundo, en Japón suman una preocupación adicional de alto nivel: el precio del arroz. La semana del 1 de junio, la bolsa de cinco kilos de arroz alcanzó un precio medio de 4.223 yenes (25,41 euros al cambio actual), una cifra que más que duplica los registros del mismo mes de 2024, cuando ya se había comenzado a notar el incremento del coste del cereal, según recoge la agencia japonesa Kyodo News.
La situación actual deriva de una tormenta perfecta. Las altas temperaturas del verano de 2023 empeoraron gravemente las cosechas en todo el país, hecho al que se le sumó un episodio de compras sobredimensionadas fruto del pánico que provocaron una serie de tifones y terremotos que asolaron el archipiélago, así como las cifras récord de turismo internacional y su consumo asociado. A pesar de que la cosecha de otoño de 2024 fue considerablemente mejor que la del año anterior, los proveedores no han incrementado la cantidad de arroz que ha llegado a los consumidores, lo que ha mantenido la problemática.
El precio al alza se ha traducido en protestas continuas de la ciudadanía, a las que el gobierno nipó ha intentado responder con diversas medidas. A principios de 2025, el ejecutivo realizó una serie de subastas públicas de paquetes de arroz provenientes de las reservas del Estado, pero no consiguieron bajar los precios. Más recientemente, el nuevo ministro de Agricultura desde el mes de mayo, Shinjirō Koizumi, ha impulsado dos nuevas ventas de reservas de arroz, esta vez dirigidas a distribuidoras minoristas: una primera de 300.000 toneladas métricas, de la cosecha de 2021-2022, y una segunda de 200.000 toneladas, de la de 2020-2021. A la espera de la efectividad de estas medidas -el objetivo es reducir el precio hasta los 2.000 yenes el saco de cinco kilos-, las reservas públicas han pasado de acumular más de 900.000 toneladas de arroz a guardar sólo 100.000. Unas reservas públicas que, de hecho, se crearon en 1995 a raíz de otro episodio de escasez de arroz, con la intención de evitar posibles desastres naturales en el futuro.
En Catalunya, la cantinela de la subida de precios de alimentos básicos no nos suena nada nueva: es una situación similar a la que ya vivimos en 2023 con el récord histórico del precio del aceite de oliva a causa de la sequía. Con todo, el caso japonés adquiere una dimensión adicional por el peso no sólo alimentario, sino también social, cultural y simbólico que juega el arroz en el país. Tanto es así, que la lengua japonesa llama a las comidas principales del día (el desayuno, el almuerzo y la cena) como “el arroz cocido” de la mañana, el mediodía y la noche (asagohan, hirugohan y bangohan, respectivamente).
El cultivo que 'inicia' la historia del país
De hecho, la relevancia del arroz es tal en Japón, que muchos historiadores vinculan la llegada de su cultivo al archipiélago como el punto de inicio de la historia del país. “El arroz llega a Japón en un período que llamamos Yayoi, que iría entre el 300 aC y el 300 dC. Llegan muchos pobladores desde el continente, procedente de China, donde ya se cultivaba el arroz desde hacía 5.000 años”, explica a VIA Empresa el doctor en Historia Japonesa Jonathan López-Vera. El arroz, junto con la manufactura de herramientas de hierro y de bronce, permiten a Japón entrar formalmente en un neolítico acelerado que, en cuestión de tres siglos, provoca cambios muy importantes: “La gente empieza a vivir en lugares estables, porque para cultivar el arroz tienes que pasar buena parte del año en los campos, y la sociedad se empieza a estratificar, empiezan a surgir las élites y los diferentes estados sociales”.
Todo este proceso da lugar al surgimiento de varios reinos que acabarían unificados bajo un protoestado llamado Yamato, contexto en que surgió la dinastía imperial que gobierna Japón desde al menos el siglo VI. Es alrededor de estas fechas, coincidiendo también con la llegada del budismo a las islas, que el país inicia una intensa centralización con gobiernos aristocráticos inspirados en el modelo imperial de China, donde el poder se concentra en la corte imperial. “Aquellos cortesanos también tienen tierras, y sus rentas están muy ligadas a la producción agrícola”, subraya López-Vera. “El arroz actúa como una especie de dinero; la importancia de una tierra no son los metros o kilómetros cuadrados, sino su productividad en arroz, y será así a lo largo de buena parte de la historia”, remarca.
La unidad de medida de riqueza histórica en Japón es el 'koku', que equivale a 155 kg de arroz
Así, el arroz actúa durante buena parte de la historia japonesa como el “bien inmueble” que marca la riqueza de la gente. Este hecho queda marcado a través del koku, la unidad de medida con que se marcaba la productividad de los campos. Esta unidad equivale a unos 155 kilogramos de arroz, la cifra considerada necesaria para alimentar a una persona durante todo un año, y es con la que se cuantifica el valor de los terrenos y los costes económicos: “Cuando se dice que a un señor samurai se le otorga un territorio de 50.000 kokus, realmente quiere decir que aquel territorio, mediante una serie de catastros y censos, se sabe que da esta productividad. Son el dinero de que dispones durante un año: a los vasallos, los recompensarás con sueldos de 300 kokus; los caminos y puentes, sabes que te pueden costar tantos kokus…”.
Samurais, censos y estratificación social
La etapa de gobierno imperial de Japón se alargó hasta finales del siglo XII, donde después de una serie de guerras internas, la clase social militar que había ido ganando relevancia en los últimos siglos consiguió tomar el poder efectivo. Estos nuevos señores feudales, conocidos como samurais, consiguieron el ascenso social precisamente por una descentralización en aumento derivada de la búsqueda de una mejora en la producción agrícola. “Como la Corte cobra impuestos de todos los terrenos cultivables del país, para favorecer que se creen más, hay un momento en que se decreta el llamado sistema shōen”, señala López-Vera. Este sistema recompensaba a los nobles y grandes propietarios que invirtieran en convertir parcelas de terreno no cultivables (como por ejemplo, los bosques) en áreas agrícolas con una exención de impuestos de aquellos terrenos durante tres generaciones. “Esto al principio era una ventaja, pero llegó un momento en que el 50% de las tierras cultivables no pagaban impuestos”, destaca el historiador, un contexto que favoreció el surgimiento de la clase samurai como “señores regionales que controlan la tierra, por la que no tienen que enviar impuestos, pero que sí que cobran a los campesinos y se encargan de las tareas policiales y militares”.
La etapa de gobiernos samurais de Japón se alargaría durante casi siete siglos, durante los cuales se sucedieron tres shogunatos (gobiernos militares) diferentes y un período de guerra civil total que se extendió durante todo un siglo. En el momento en que Japón se encuentra fragmentado en múltiples gobiernos regionales en guerra constante coincidirá también con la llegada de los comerciantes europeos al archipiélago, principalmente portugueses. Este hecho provocará la introducción de algunas nuevas mercancías, como es el caso de los boniatos, que llegarán a convertirse en un cultivo de emergencia ante posibles malas cosechas de arroz, pero sin llegar a eclipsar la importancia del grano. Con todo, según López-Vera, durante todo este tiempo el papel del arroz dentro de la sociedad no varía considerablemente: sigue siendo el cultivo principal del país y la unidad de medida económica estándar.
La situación evolucionará a finales del siglo XVI, al final del período de guerra civil japonesa, cuando Toyotomi Hideyoshi, reconocido como uno de los tres grandes reunificadores del país, inició un ambicioso proyecto de catastros del territorio integral después de mucho tiempo de desunión. “A partir de aquel momento se sabe realmente cuánto arroz produce cada tierra, cada provincia y todo Japón, y se derivan muchísimos cambios, porque el gobierno central se quedará con un número de tierras que sabe que le dan tal número de kokus para gobernar, y repartirá los territorios entre los diferentes señores regionales”. Esta reestructuración permitirá un equilibrio de poderes entre los diferentes vasallos del shogunato que dará lugar a un período de calma duradera: “Es por eso que, durante 250 años, Japón disfruta de una estabilidad política casi absoluta”.
El impulso de censos y catastros de Hideyoshi permitió cuantificar la riqueza del territorio en producción de arroz y repartir las tierras equitativamente
Dentro de las reformas que el tercer y último shogunato impuso en la sociedad destaca la imposición de valores neoconfucianos que buscaban reforzar un sistema de clases sociales estancas, en que no se podía ascender o descender entre ellas. “En el siglo XVII, los samurais empiezan a establecer muchas normas de cómo se debe vestir cada grupo social, qué deben comer, qué peinados pueden llevar…”, ejemplifica López-Vera. Dentro de estas normativas también se incluyó la prohibición de que los campesinos comieran arroz, ya que era considerado el cereal más preciado y quedaba reservado para las capas altas de la sociedad. Así, a pesar de ser el cultivo que trabajaban diariamente y que marcaba la riqueza, las clases populares debían alimentarse a partir de otros cereales de peor calidad.
Apertura al mundo y occidentalización de la economía
Durante la mayor parte de este último gobierno samurai de Japón, conocido como shogunato Tokugawa, el país se mantuvo cerrado al exterior, con una prohibición de acceso o marcha del país prácticamente absoluta. Esto cambió en 1853, cuando la llegada de una escuadra de barcos militares de Estados Unidos forzó la reapertura del país y la firma de una serie de tratados de comercio con países occidentales.
Este cambio será uno de los grandes detonantes del fin del gobierno samurai y el retorno del poder al emperador en la llamada Restauración Meiji, que vendrá acompañada de una acelerada occidentalización de la política y la economía japonesas: “Japón se da cuenta de que se está jugando una partida a escala mundial de industrialización y modernización, y hace sólo 10 o 15 años que China había perdido las Guerras del Opio por intentar resistirse a la llegada de Occidente”. En esta línea, el nuevo gobierno empieza a enviar gente para estudiar “los sistemas económicos, políticos y sanitarios de las grandes potencias europeas y de Estados Unidos”, que introducirán en el país nipó una gran cantidad de innovaciones. Entre ellas, López-Vera destaca el sistema bancario basado en papel moneda no respaldado en arroz, sino en reservas de oro. “Con este movimiento, el arroz queda relevado al papel lógico, el gastronómico”, comenta el experto, aunque también remarca que el cultivo “sigue teniendo un papel muy espiritual e identitario” para la sociedad japonesa.
Según explica López-Vera, varios antropólogos han intentado explicar la idiosincrasia de la sociedad japonesa a partir de su vínculo histórico con el cultivo del arroz: “La educación, pensar más en los beneficios del grupo que no en los beneficios individuales… El del arroz es un cultivo donde se necesita mucha gente para trabajar las tierras, y una sola familia no tiene suficiente con sus miembros, necesita la ayuda de los vecinos. Muchos antropólogos, sobre todo japoneses, han explicado así por qué tradicionalmente la sociedad japonesa es muy de grupo, de colectividad y de mantener las relaciones sociales de manera muy amable”.
Desde la modernización de Japón, la economía del país se ha diversificado ampliamente y, aunque el arroz sigue jugando un papel fundamental en la dieta de la población, las cifras de consumo se han ido comprimiendo con el paso de las décadas. Según la base de datos estadísticas corporativas de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAOSTAT), Japón llegó a un consumo de 114 kilogramos de arroz per cápita en 1962, mientras que en 2009 alcanzó el mínimo histórico de 53,7 kilogramos per cápita. La cifra más reciente es la de 2021, cuando el país consumió una media de 74,3 kilogramos de arroz por persona.
López-Vera: “En Japón, el arroz no es sólo un alimento; hay toda una cultura y una tradición identitaria muy ligada al cultivo de este producto”
Sea como sea, López-Vera tiene claro que “en Japón, el arroz no es sólo un alimento; hay toda una cultura y una tradición identitaria muy ligada al cultivo de este producto”. El historiador remarca cómo en épocas de baja productividad, cuando el país se ha visto obligado a comprar más arroz en el extranjero de lo habitual, este acto se ha llegado a percibir como una “deshonra” por parte de la sociedad, bajo la idea de “si no podemos tener arroz japonés, ¿qué nos queda?”. No es de extrañar, pues, que el predecesor de Koizumi en el ministerio de Agricultura, Taku Etō, se viera forzado a dimitir en su cargo después de declarar no había comprado nunca arroz, ya que recibía tanto de sus simpatizantes “que podía llegar a venderlo”. Con el arroz no se juega.