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Un balcón con vistas provoca vértigo al gobierno ultraderechista de Javier Milei

Desde que gobierna Milei, 1.347 empresas de la rúbrica fabril han bajado la persiana, con 25.510 trabajadores expulsados

    El presidente de Argentina, Javier Milei, en octubre de 2023 | EP
    El presidente de Argentina, Javier Milei, en octubre de 2023 | EP
    Joan Queralt
    Periodista y escritor
    29 de Junio de 2025

    Las vicisitudes de Cristina Fernández de Kirchner, que tienen inicio el martes 10 de junio –cuando se hace pública la ratificación de la condena de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos–, encuentran su momento de mayor gloria en la multitudinaria manifestación de apoyo de la Plaza de Mayo del miércoles 18 de junio, una semana más tarde. Será en ese paréntesis de espera, con su permanente baño de masas domiciliario, su espectacular resurrección política, el retorno de la centralidad del kirchnerismo en la agenda nacional y la gran movilización popular final, que la memoria traerá el recuerdo de una de las figuras del populismo latinoamericano de los años 70: José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente de la República del Ecuador y vencedor de uno de los récords de la agitada vida política del continente. Sólo en una oportunidad pudo llegar al término de su mandato, depuesto una vez por el Congreso y el resto por golpes militares.

     

    La analogía entre personajes tan disímiles en tiempo y espacio tiene un punto en común: un balcón. Entre muchas de sus máximas, Velasco Ibarra dejó para la historia una frase que, siendo también promesa, supo cumplir escrupulosa y repetidamente: “Dadme un balcón y seré presidente”. Derrocado y depuesto, expulsado en apariencia para siempre de la vida política, Velasco volvió una y otra vez a la presidencia del país tras hacerse con un simple balcón. Sin duda, la mejor tribuna para los políticos con carisma.

    Muchos años después, Cristina Fernández de Kirchner ha repetido a menor escala el milagro: ha bastado la arbitraria e irregular sentencia judicial -todo un ejemplo del lawfare diseñado para acabar políticamente con ella y con el kirchnerismo-, para que la expresidenta, asomada al balcón de su domicilio, recuperase la dimensión histórica de su figura, la del movimiento peronista y su oxidada mística, y para que el Partido Justicialista, temporalmente unificado, recobrara la vigencia perdida tras la derrota del peronista Sergio Massa ante Javier Milei en octubre de 2023 y la posterior asunción de este como titular de la Casa Rosada.

     

    El balcón de San José 1111

    Desde el balcón de su residencia de San José 1111 y Humberto I, en el barrio de Constitución, con su simple presencia y su voz flotando en el aire en modo evangélico, la expresidenta ha ocupado de manera absoluta la centralidad de la vida política nacional, desplazando hasta la insignificancia el protagonismo del gobierno de Javier Milei y con él el de cualquier otra expresión política, sea el Congreso, el PRO y la cada vez más pálida gestualidad de Mauricio Macri, la contienda electoral en marcha o el eco casi permanente de los reclamos de los gobernadores provinciales.

    El apellido Kirchner y el kirchnerismo como neologismo político –Cristina desde su balcón y su hijo Máximo, más que probable candidato a sucederla, con su apretada gira de entrevistas por todos los platós y programas de la red televisiva argentina– han borrado de las portadas de los diarios, los informativos televisivos y las redes sociales la crisis del Hospital Garrahan, la represión semanal a los jubilados ante el Congreso, los ataques de Milei a los periodistas y el goteo incesante de medidas dirigidas al desguace del aparato estatal, derrotando sin paliativos a la gigantesca y bien nutrida máquina digital libertaria comandada por Santiago Caputo, asesor estrella y monje negro del presidente Milei.

    Bajo el aluvión de un amplio movimiento popular integrado por el peronismo, organismos de derechos humanos, gremios y movimientos sociales –en apoyo de Cristina pero también expresión del malestar creciente de buena parte de la sociedad argentina ante los excesos autoritarios y la merma de sus derechos más elementales– el gobierno libertario exhibió, como nunca, su desnudez y fragilidad. Recluido en la Quinta de Olivos, la residencia presidencial, y en la Casa Rosada, Milei y sus funcionarios perdieron la iniciativa del oficialismo, sin que sus últimas disposiciones o decretos consiguieran poner pie en la agenda pública del país.

    Ejemplo insuperable de esa enorme volatilidad que define la montaña rusa de la política argentina, el capítulo Cristina Fernández de Kirchner suspendió transitoriamente la hasta ahora asfixiante supremacía de la economía financiera como elemento central y estructural de la vida individual y colectiva de las argentinas y los argentinos; ha alterado las estrategias del gobierno, del partido oficial y de todas las fuerzas y entidades políticas de cara a las elecciones legislativas en curso, y muy especialmente las de la provincia de Buenos Aires, a celebrarse el próximo septiembre, y las generales de octubre. Mutando la atmósfera política del país y acentuando el progresivo aumento de la protesta social que venía detectándose en los últimos meses. Por espacio de casi dos semanas, la mayoría de los ciudadanos, exceptuando a Milei, Caputo y los funcionarios dedicados a sostener el plan económico de los libertarios, ha podido olvidarse de la gran obsesión nacional que, al parecer, va a determinar en los próximos meses el futuro de la nación: el éxito o el fracaso de la caza desesperada del dólar.

    La reaparición de Cristina Fernández de Kirchner y con ella la del peronismo, de vacaciones en los últimos dieciocho meses, compromete al justicialismo de cara al futuro. La voz de su líder indiscutible, inhabilitada para ejercer cualquier cargo público a partir de ahora y en consecuencia para presentarse como candidata a cualquier convocatoria electoral, abre nuevos interrogantes: ¿recaerá en las espaldas de Máximo Kirchner la apuesta por el futuro del peronismo? ¿O bien en las del actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, la gran esperanza blanca del sector más abierto del peronismo?

    La analogía entre personajes tan disímiles en tiempo y espacio tiene un punto en común: un balcón

    Como me explicaba una atenta y lúcida observadora de la situación política argentina: “El movimiento vendió la jornada del 18 de junio, la gran manifestación de apoyo a Cristina en Plaza de Mayo, como un nuevo 17 de octubre de 1945, la fecha fundacional del fenómeno encabezado por Juan Domingo Perón y un hito importante en la crónica política argentina; el día en el que una histórica movilización obrera y sindical exigió desde esa misma plaza la liberación de Perón, detenido en ese momento. En 1945, la concentración en Plaza de Mayo fue ofensiva y logró la liberación de Perón. Fue un momento de auge popular, mientras que ahora es justo lo contrario, una reacción defensiva. 

    El peronismo se consuela cantando “vamos a volver”, suponiendo que se unirá y dejará atrás un período que venía siendo patético. Pero no tiene la valentía de ver de frente la realidad, que no es una cuestión de números, sino de visión, de lucidez política. Es cierto que son muchos, pero ya no son, como en el pasado, suficientes para ganar una elección. En ese sentido, tenía razón Borges, que decía que los peronistas son incorregibles. Siempre son ellos solos, no existe más que su movimiento, jamás se plantean alianzas o acuerdos en términos de igualdad. Y cada vez que se agencian para ellos la categoría de pueblo, dejan fuera a muchos otros sectores combativos y populares. Olvidando además que su movimiento ya no cuenta, como ocurría en el pasado, con los jóvenes de hoy, que son los que hicieron presidente a Milei”. Barreras y limitaciones que el peronismo debe superar si quiere convertirse en una alternativa real de cambio en las elecciones generales de 2027.

    Un paréntesis entre estadísticas amargas

    L'Argentina productora d'aliments, posseïdora de la matèria primera i de la indústria transformadora
    La Argentina productora de alimentos, poseedora de la materia prima y de la industria transformadora | Cedida

    Los preámbulos del capítulo protagonizado por la dos veces presidenta de la República y vicepresidenta en el gobierno del fallido Alberto Fernández –una mezcla cada vez más insufrible de absurdo económico, brutalismo programático y autoritarismo creciente– parecían estar esperando razones para expulsar el malestar acumulado en estos dieciocho meses de mandato libertario. En el antiguo granero del mundo, junio se abría al invierno con decenas de miles de personas enfrentando graves problemas para comer y con millones, niños incluidos, sin comer lo suficiente. 

    La Argentina productora de alimentos, poseedora de la materia prima y de la industria transformadora, viene sintiéndose huérfana de la protección de un gobierno ocupado, por el contrario, en abrir sus brazos a la llegada de alimentos importados más baratos que los de producción local. Capaz de lograr, para desesperación de la industria alimentaria nacional, que en el pasado mes de marzo se registrase un 185% de aumento en la importación de productos para la alimentación. ¿Resultado? El cierre de fábricas y la pérdida de puestos de trabajo se ha multiplicado. Desde que gobierna Milei bajaron la persiana 1.347 empresas del rubro fabril, con 25.510 trabajadores expulsados, según datos oficiales de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo relevados por el CEPA.

    Desde que gobierna Milei bajaron la persiana 1.347 empresas del rubro fabril, con 25.510 trabajadores expulsados

    En las semanas previas a la ratificación de la condena de Cristina Fernández nada parecía poder sorprender ya a un país lastrado por casi la mitad de toda la deuda que ha prestado el Fondo Monetario Internacional (FMI) al mundo, y en el que dos de cada diez jubilados han tenido que volver a trabajar para sobrevivir, la pobreza ha llevado al pluriempleo a su nivel más alto de los últimos diez años y el 60% de las mujeres jóvenes y el 58% de los varones jóvenes trabajan en condiciones informales, según informa la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Un país en el que, según los datos publicados por el INDEC, basados en la Encuesta Permanente de Hogares del primer trimestre de este año, el 7,9% de la Población Económicamente Activa se encuentra desocupada. El registro más alto desde que asumió el gobierno y que remite al tercer trimestre de 2021 para encontrar un nivel de desempleo superior.

    Argentina y las anticipaciones de la literatura

    Durante las tres últimas décadas del siglo XX, el premio Nobel de Literatura en 2001, el escritor británico-trinitense V. S. Naipaul publicó en The New York Review of Books diversos ensayos periodísticos sobre Argentina. Inmisericorde con algunos de los rasgos fundamentales de la idiosincrasia del país austral, Naipaul, lúcido analista de la cuestión colonial, dejó, entre muchas otras polémicas afirmaciones, que Argentina “era y seguía siendo una tierra para ser saqueada, y que su política solo podía ser la política del saqueo“.

    El dictamen de Naipaul, que constataba un rasgo determinante de la triste historia de Argentina, suponía a la vez un amargo vaticinio para el futuro de la República en ese siglo XXI que pronto iba a inaugurarse. El veredicto se cumplió: Argentina, de la mano de Carlos Saúl Menem, el mejor presidente de la historia nacional en opinión de Milei, despidió el conflictivo siglo XX inmersa en una de sus crisis más dramáticas. Una crisis en las que el saqueo, por la vía de la corrupción y las privatizaciones impulsadas por el gobierno, jugó el papel protagonista anticipado por el escritor. Un saqueo implacable que tendría continuidad años más tarde en el gobierno de Mauricio Macri, a cargo como siempre de intereses y protagonistas foráneos y propios, o bien en estrechas alianzas de unos y otros, y que ya con Milei en la Casa Rosada, más allá de arrasar los riquísimos recursos naturales propiedad de todos los argentinos, alcanza los derechos, los ahorros y las últimas monedas de los bolsillos de la clase media argentina, y por supuesto los de los sectores más desprotegidos.

    “Nadie puede dudar de que las cosas recaen”, escribió Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos. En esta Argentina, que el escritor ya no puede lamentar, todo parece, efectivamente, recaer: caen y recaen los derechos, las políticas públicas en beneficio de lo privado, recaen los apoyos a la educación y a la salud, la alimentación en los comedores que los niños recibían y que este gobierno les quitó, recae la productividad industrial y el empleo, sube y recae el dólar en su imprevisible noria diaria, recaen sin cesar las reservas del Banco Central a pesar de las inyecciones multimillonarias del FMI y la banca internacional, recaen y desaparecen las expectativas y la confianza, el poder adquisitivo y el consumo, las inversiones, la protección y el papel del Estado, recae y vuelve a caer la ya baja participación electoral de los ciudadanos, la legitimidad del gobierno, el pacto social y la Constitución. Y caen y recaen, gobierno tras gobierno, fracaso tras fracaso, las décadas perdidas. Sí, las cosas recaen en Argentina, como escribió el exiliado Cortázar, y quién sabe cuándo volverán a subir, a trepar por las paredes del precipicio al que han caído.

    “En la Argentina de hoy, la alegría es un bien tan valioso como finito, tan necesario como equívoco, tan escaso como difícil de identificar”, ha escrito Carlos Ulanovsky en Tiempo argentino. Recuperando en su artículo lo que, a su vez, escribió el uruguayo Mario Benedetti: “Nada grande se puede hacer sin alegría. Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos”. […] “El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente”.

    Argentina ha dejado de reconocerse a sí misma, y el país, es cierto, parece haber sufrido un profundo cambio antropológico

    Argentina ha dejado de reconocerse a sí misma, y el país, es cierto, parece haber sufrido un profundo cambio antropológico. Mucha alegría necesitará recuperar la erosionada democracia argentina para evitar que la sociedad, o gran parte de ella, naturalice el modelo libertario, su ideología y sus prácticas, así como su autoritarismo y violencia discursiva. Para que no se acostumbre a convivir con la pobreza y la desigualdad cotidianas, con el discurso del odio, con la negación y exclusión del otro, de quien piensa y vive diferente. Para que, lejos de tolerar la crueldad, la combata. Y para que, lejos de apoyar la destrucción del Estado y del espacio público, la ruptura de los pactos de convivencia y la negación de representaciones de la sociedad civil, en suma, todo aquello que la ultraderecha que encarnan Milei y sus huestes libertarias ha contribuido a tensionar y polarizar la sociedad civil hasta límites desconocidos, deje atrás la esquizofrenia y el autoritarismo de este período.

    O, en lugar de ello –y ahí queda abierta la pregunta inquietante que hoy no tiene respuesta–, cuando Milei y el partido libertario ya no gobiernen y su lugar lo ocupe otro partido o movimiento ¿se recuperarán esas prácticas de convivencia o acaso la cultura y los valores democráticos previos al accidente anarcocapitalista dejarán de estar vivos en Argentina?