Costes de la descarbonización

Casi nunca se habla de los costes de la digitalización, pero parece que andar con paso firme hacia una economía descarbonizada es una obsesión de los gobiernos y la opinión pública

La descarbonización de la economía y los costes de la transición | iStock La descarbonización de la economía y los costes de la transición | iStock

Los costes de la transición hacia una economía descarbonizada están estos días en la boca de muchos analistas. Los contundentes informes de la ONU sobre el cambio climático y el compromiso de la nueva administración norteamericana en este sentido han convencido a los más refractarios de que se trata de un camino sin retorno, cuanto menos, por parte de las economías occidentales.

Es curioso como no se habla casi nunca de los costes de la digitalización o de la incipiente robotización, que los hay, y bastante elevados. Debe ser porque son fenómenos que se producirían de forma inexorable en el desarrollo tecnológico de las economías capitalistas. En cambio, andar con paso más firme que hasta ahora hacia una economía descarbonizada parece -por estas opiniones- que sea una obsesión de los gobiernos y de la opinión pública, que no habrían evaluado lo suficientemente bien los costes y los problemas que los ocasionarían.

Dejan de fabricar pistones en Vilanova

Estos días, otra factoría de la industria auxiliar del automóvil -Mahle- ha anunciado que lo dejaba. Son 345 trabajadores que se dedicaban a fabricar pistones de motos de combustión en Vilanova i la Geltrú. Estos seguramente tienen alguna razón para quejarse de las turbulencias de la primera industria del mundo, y también de Catalunya. Unas turbulencias efectivamente vinculadas a la descarbonización y al abandono progresivo de los vehículos con combustibles fósiles. Las elevadas inversiones necesarias para mantener la competitividad con el nuevo paradigma de movilidad combinadas con la aparición de nuevos competidores que han nacido ya especializados en los vehículos eléctricos, generan unas tensiones aceleradas que empiezan a dejar a los menos competitivos por el camino.

Si en el mundo empresarial la máxima felicidad se expresa con 'business as usual', cualquier cambio disruptivo como el de la descarbonización genera todo tipo de movimientos tectónicos y terremotos

Estas turbulencias las podemos extender a la casi totalidad de sectores productivos. Empezando por la energía, donde las posiciones de oligopolio -empresarial pero también territorial- se resisten todavía más a asumir unos cambios inducidos y difíciles de controlar. Si en el mundo empresarial la máxima felicidad se expresa con business as usual, cualquier cambio disruptivo como el de la descarbonización genera todo tipo de movimientos tectónicos y terremotos.

Especulación con las herramientas de descarbonización

Pero si en la industria del automóvil los perjudicados se limitan de momento a los trabajadores de las factorías y empresas menos competitivas -recordemos el caso de Nissan-, en el caso de la energía ahora ya recibimos todos, cuanto menos, los europeos y, muy especialmente, los súbditos del estado español.

Estamos sometidos a una tormenta perfecta: aumento de la demanda por la recuperación pospandémica, con los principales suministradores de gas natural -Rusia y Argelia- nerviosos para exprimir al máximo un caño con fecha de caducidad y un sistema de formación de precios avalado por una Europa que, con la excusa de garantizar el suministro, premia a los más ineficientes -en nuestro caso, las centrales eléctricas alimentadas por gas natural. Todos juntos nos llevan al desastre actual.

¡Ah! Y el incremento de la fiscalidad -los derechos de emisión- que soportan los usuarios de energías fósiles. Durante muchos años, este tipo de fiscalidad verde de la Unión Europea -implantada también en algunas otras zonas del mundo- ha sido poco relevante. Pero ahora la UE ha reducido los derechos que se otorgaban a cada industria emisora de CO2, de forma que les exige menos emisiones si no quieren acabar pagando para continuar emitiendo. Estos derechos se pueden vender por parte de quienes se han apresurado más a descarbonizarse. Los compradores son los que van atrasados o, simplemente, ahora hacen funcionar centrales eléctricas con gas cuando antes estas no entraban en servicio si había energía más barata disponible.

Los especuladores prevén que los derechos de emisión de CO2 subirán de precio y quieren hacer negocio acaparándolos

Los derechos de emisión son un mecanismo creado teóricamente para dotar de flexibilidad a las empresas a la hora de adaptarse a la descarbonización. Pero cuando por fin parece que subirían suficientemente de precio para estimular las empresas en este proceso, ahora el coste se dispara por la especulación. Y es que los especuladores prevén que los derechos de emisión de CO2 subirán de precio y quieren hacer negocio acaparándolos. Evidentemente, aumentan ya la cotización a corto plazo.

Evitar el derroche de la ropa que nos ponemos

Estos ejemplos se pueden generalizar a toda la actividad industrial, desde las empresas químicas -grandes consumidoras de energía- hasta las textiles. En Europa, estas últimas, ante el derroche de fabricantes y compradores -que originan inmensos vertederos en los países periféricos- también tendrán que empezar a pagar por los residuos que generan. La ropa de bajo precio, casi de usar y tirar, es el objetivo prioritario. El resultado, como en el caso de la energía o de todos los productos que incorporan una fiscalidad verde, acabará trasladándose al consumidor final con precios más elevados de los productos adquiridos.

Hasta aquí podríamos aplicar aquello de la advertencia de "lo pagaréis, porque no os lo habéis pensado lo suficiente". Hoy, desaparecido Trump de escena, prácticamente nadie -Bolsonaro en Brasil y algún otro- niega la existencia del cambio climático y la necesidad urgente de afrontarlo, de forma que ahora no entraremos en ninguna argumentación al respecto. Pero hablemos de los costes.

Pagar por internalizar y minimizar los costes ambientales

Durante toda la era industrial y, sobre todo, después de la época del consumo comenzada en casi todo el mundo accidental después de la Segunda Guerra Mundial, hemos actuado como si el planeta y sus recursos fueran infinitos. Ahora, hay que asumir que no es así y que estos recursos son cada vez más escasos. Y no me refiero precisamente a los recursos minerales o de energías fósiles. Sino más bien al aire que respiramos, a la salud de ríos y mares, a la biodiversidad, a los espacios antes sin presencia humana y ahora cada vez más ocupados. Todo esto que antes usábamos a coste casi cero -las externalidades negativas- ahora hace falta internalizarlas haciéndolas pagar. Todo ello, con la esperanza de que variemos nuestras formas de producción y de consumo para utilizar o desgastar cada vez menos estos recursos ambientales.

Trabajo infantil e impacto ambiental

Hoy, todo el mundo asume que hace falta desterrar el trabajo infantil -sea de las minas inglesas del s. XIX o de las naves textiles de Bangladesh de ahora mismo. Erradicarlo aunque tengamos que pagar el carbón o las camisetas algo más caras. Del mismo modo, tampoco nos podemos permitir la contaminación masiva de las aguas continentales, las inmensas islas flotantes de materiales plásticos en el océano o el calentamiento acelerado del planeta y todas las turbulencias climáticas cada vez más frecuentes que provoca, aunque esto encarezca los costes de producción y los precios de venta final al consumidor.

Podemos pensar que esto solo es cosa de gente pobre y de países pobres. Total, tenemos los ríos mucho más limpios que antes -lo pagamos en la factura del agua- y no hay islas de plástico en el Mediterráneo -a pesar de que los peces que comemos cada vez tienen un mayor porcentaje de microplásticos en su cuerpo.

Nos tenemos que hacer a la idea de que todos los bienes de consumo material, incluida la energía, serán forzosamente más caros a medio y largo plazo si internalizamos todos estos costes que no pagábamos

Pero en Europa somos históricamente los primeros y más importantes generadors de residuos y de calentamiento derivado de la acción humana. Además, vivimos en una zona templada y con situaciones climáticas poco extremas, un hecho que ha ayudado sin duda a nuestro actual desarrollo y bienestar. Por eso somos los primeros interesados -y porque somos una zona tan densamente poblada- de evitar al máximo los efectos del aumento de las temperaturas y la destrucción del suelo y del espacio habitable.

Por lo tanto, todos juntos nos tenemos que hacer a la idea de que todos los bienes de consumo material, incluida la energía, serán forzosamente más caros a medio y largo plazo si internalizamos todos estos costes en los que antes incurríamos y que no pagábamos.

Costes y oportunidades bien repartidos

Dicho esto, en todos los cambios disruptivos y menos disruptivos, ha habido ganadores y perdedores. Hay quien ve peligrar su bienestar o sus privilegios, y quien encuentra nuevas oportunidades, sean de trabajo o de negocio. Para afrontar las consecuencias de la transición a la descarbonización de forma más equilibrada y justa de lo que se ha hecho en anteriores periodos de crisis y de cambios, habrá que afilar las herramientas de la igualdad de oportunidades -también en los mercados-, de la protección a quienes no pueden seguir y de las oportunidades empresariales y de negocio que genera el nuevo paradigma descarbonizado.

Antes hablábamos de Nissan. Parece que el trabajo conjunto de las administraciones conseguirá en pocas semanas dos hitos de primera magnitud en este sentido que apuntábamos: incorporaremos nuevas industrias de futuro a los terrenos que ocupaba la empresa francojaponesa y se asegurará el empleo de la gran mayoría de los trabajadores salientes. Si esto se confirma, tendremos que estar satisfechos y dar la enhorabuena a todo el mundo que ha trabajado para ello. Ahora, solo hará falta que encontremos soluciones igualmente eficientes para los 345 trabajadores de Mahle y tantas otras.

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