Mentiras frecuentes. Cosas que la gente cree saber

Roger Vinton desenmascara mantras, mariachis y cuñadismo del relato en bolsas y sicavs

Un grupo de personas a la bolsa de Madrid a finales de febrero. | EP Un grupo de personas a la bolsa de Madrid a finales de febrero. | EP

Estos días, con las caídas intensas que han sufrido las bolsas de medio mundo, hemos podido oir uno de los muchos mantras que los periodistas sacan del sombrero de copa cuando tienen que firmar una crónica sobre los mercados financieros. En este caso, la expresión comodín para retratar el -14% que dibujó el gráfico del índice español Ibex 35 el pasado 12 de marzo fue el archiconocedia "ventas masivas", con la que el cronista de turno pretende esbozar un panorama dantesco de señores inversores sacándose de sobre compulsivamente paquetes de acciones en dirección a no se sabe dónde, en medio de un caos digno de una obra de Hieronymus Bosch. La imagen, desde un punto de vista estético y dramático está bastante conseguida, pero la lástima es que no responde a la verdad. Si "ventas masivas" quiere decir que hay muchos inversores colocando en el mercado sus acciones, la primera reflexión que hay que hacer es donde van a parar estas acciones. La realidad es que en todo proceso de compra-venta, sea masivo o no, siempre hay las dos caras de la moneda, en el sentido que si alguien está vendiendo, alguien otro está comprando.

"Por cada inversor que vende sus acciones fruto del pánico, hay otro que se las compra porque tiene unas expectativas opuestas"

Por lo tanto, estas supuestas "ventas masivas" indefectiblement significan "compras masivas" desde el punto de vista del comprador. Dicho de otro modo, en la transacción de cualquier mercancía la cantidad vendida siempre equivale a la cantidad comprada, un concepto que podría parecer de P-3, pero que unos años atrás se incluía en las preguntes tipo test de los estudiantes de microeconomía. O sea, que por cada inversor que vende sus acciones fruto del pánico, hay otro que se los compra porque tiene unas expectativas opuestas. Claro, titular "compras masivas" en medio de una crisis no resulta tan impactante, pero sería igual de cierto. Otra cosa es la presión para vender y la presión para comprar, que es lo que acabará marcando el precio al quese hace la operación de compraventa.

Este no es el único recurso comodín de los cronistas bursátiles, porque a menudo despliegan un buen puñado de respuestas que siempre tienden a encontrar una razón concreta y acotada en el hecho de que el mercado haya subido o haya bajado en un día concreto. No sólo es un caso de falacia narrativa -crear un relato ex-post que encaja con unos hechos ya producidos- sino que también representa no haber entendido el mercado, donde el factor aleatoriedad está muy presente, sobre todo en el muy corto plazo.

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En otro orden de cosas, y sin salir del ámbito financiero, todos estamos acostumbrados a oir que aquellas estructuras de inversiones conocidas como sicavs son un grado de fraude legal, porque permiten que las ganancias de bolsa tributen sólo al 1%. Esto también es una mentira compartida que sirve, cuando menos, para poner nombre al enemigo cuando la intención es culpar de todos los males a los mercados financieros. Una sicav no es más que un fondo de inversión que tiene una estructura de propiedad más privada que un fondo convencional. En vez de criticar su mal uso generalizado en España, las voces críticas se emperran a poner sobre la mesa un tratamiento fiscal que no es al que realmente están sujetes las sicavs. Cuando apuntamos a un uso perverso de la estructura, nos referimos a qué es un esquema que estaba concebido como sistema de inversión colectivo -como mínimo tienen que tener cien inversores- los operadores del sistema financiero español lo han convertido en el fondo de inversión privado de alguien con patrimonio muy elevado, donde para llegar a los cien inversores se rellena la sicav con personas de paja, los llamados mariachis, que muy a menudo son familiares del titular o empleados del banco que ha diseñado el producto. Aquí yace el problema y la inmoralidad, y no con el tratamiento fiscal, como cree la inmensa mayoría de gente.

A pesar de que es un tema relativamente complejo, para simplificar podemos decir que en realidad, una sicav tributa exactamente igual que un fondo de inversión de los que podemos comprar como pequeños ahorros en CaixaBank o el Banco Sabadell, para poner dos ejemplos. Cuando invertimos nuestros ahorros en un fondo, con la sana intención de conseguir una rentabilidad superior al cero por ciento que nos da la cuenta corriente, tenemos la misma tributación que los millonarios cuando invierten a través de sus sicavs, es decir, un 1% al impuesto sobre sociedades que paga la estructura en sí (sicav o fondo de inversión), y la tributación real cuando sacamos el dinero del producto, que irá a nuestro importe personal como ganancia patrimonial en la escalera prevista, que va del 19% al 23%. En consecuencia, parece muy poco razonable ir a la guerra contra las sicavs por su inexistente ventaja fiscal y no hacerlo por su uso contrario al espíritu de la norma (aquello de los mariachis). De hecho, si los millonarios eligen esta opción de inversión es para conseguir una gestión personalizada de su patrimonio, no por las ventajas fiscales.

"Parece muy poco razonable ir a la guerra contra las sicavs por su inexistente ventaja fiscal y no hacerlo por su uso contrario al espíritu de la norma (aquello de los mariachis)"

Para cerrar, otro caso que a menudo es víctima de esto que últimamente se denomina cuñadismo, como es el sistema público de pensiones. Ha costado muchos años que la generalidad de la población empiece a entender el funcionamiento de las pensiones, es decir, que su naturaleza de reparto que implica que toda la recaudación por cotizaciones de empresas y trabajadores se destina directamente al pago de las pensiones, una manera de funcionar que muy probablemente entra en contradicción en ciertas visiones intuitivas del sistema, al que atribuían más bien las características de una cuenta de ahorro individual.

Superado esto, el concepto que ha despertado más malos entendidos es, sin duda, el fondo de reserva de la Seguridad Social, que a menudo ha sido interpretado como lo que no es y que erróneamente se ha considerado derrochado. Seguramente el Fondo de Reserva fue una buena idea que llegó demasiado tarde. Hay que hacer un poco de historia para contextualizar: el 1995 se aprobó en el Parlamento español el llamado Pacto de Toledo, un documento encaminado a analizar los problemas estructurales del sistema de seguridad social y de las principales reformas que había que acometer, que incluía parámetros relevantes como la separación y clarificación de las fuentes de financiación, la posible modificación de la edad de jubilación o la constitución de reservas, entre otros.

Precisamente este último punto es el que sirvió de base para la futura creación del fondo de reserva, una acumulación de capitales excedentes que tenía que servir de contrafuerte para cuando el sistema presentara déficits. Hasta el momento, la realidad era que el sistema de pensiones generaba excedentes anuales gracias a una evolución demográfica que dibujaba sistemáticamente más recaudación por cotizaciones que gasto por pensiones. Tradicionalmente, estos superávits se habían disuelto en las cuentas del Estado, de forma que estuvo bien pensado esto de acumularlos en un fondo para cuando el sistema entrara en déficit, una situación que, haciendo caso de la evolución demográfica, se tenía que empezar a producir al cabo de 20 o 25 años.

La materialización de esta idea brillante se llevó a cabo en el 2000, con la creación del Fondo de Reserva de la Seguridad Social, que empezó con una dotación modesta de 600 millones de euros, pero que rápidamente se ensartó hacia cifras espeluznantes. Así, en 2011 se llegó a un volumen máximo de casi 67.000 millones de euros, más del 6% del PIB español de aquel año. Este patrimonio se podía haber convertido en el fondo soberano ibérico, tal como tienen países como Noruega o Emiratos Árabes, por mencionar dos ejemplos bastante diferentes, y permitir el Estado hacer inversiones rentables a largo plazo que sirvieran para garantizar la viabilidad futura del sistema de pensiones.

"Lo que había sido un sólido patrimonio multimillonario se disolvió como un terrón de azúcar ante las necesidades de la Seguridad Social, y en sólo seis años la bolsa se agotó"

Pero el encanto acabó de manera abrupta, porque la persistencia de la crisis iniciada en 2008 y la llegada del nuevo patrón demográfico (el ejército de baby-boomers empezaba a jubilarse) provocaron que el sistema de reparto entrara en pérdidas e hiciera falta coger recursos del Fondo de Reserva para poder abonar las pensiones de cada mes. Es decir, con las cotizaciones de empresas y trabajadores ya no había suficiente para hacer frente a las obligaciones con los pensionistas, un escenario del todo nuevo. Lo que había sido un sólido patrimonio multimillonario se disolvió como un terrón de azúcar ante las necesidades de la Seguridad Social, y en sólo seis años la bolsa se agotó. Volviendo al argumento con que empezábamos la explicación, todo el mundo tiene que tener claro que la única finalidad del dinero que se sacó fue abonar pensiones, en contra de la creencia popular que este dinero se derrocharon en otras finalidades de carácter espurio. Parte de esta creencia proviene del hecho que durante un tiempo el fondo restó invertido en deuda pública español, algo que puede ser criticado por la duplicación de riesgos que supone, pero que al fin y al cabo resultó una buena inversión en términos de rentabilidad financiera.

En resumen, demasiado a menudo el paisaje que tenemos ante nuestros ojos se configura a partir de piezas de rompecabezas bordes que acaban por diseñar un escenario que no responde en absoluto a la realidad. Hay que tener siempre a mano el espíritu crítico.

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