La pala y el cubo: una arena de infinitas posibilidades

Me gusta analizar a aquellos individuos que pacientemente llevan a cabo una tarea de manera totalmente enajenada a lo que les rodea, como las criaturas que juegan con la arena

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Leer en la playa es todo un reto, pero a veces te permite, desde la tranquilidad de tu toalla, hacer pausas para observar lo que ocurre a tu alrededor. Desde padres y madres persiguiendo a sus hijos que no quieren irse hasta señoras charlando fuertemente o adolescentes jugando a esto de llamarse la atención mutuamente. Lo cierto es que la playa es un espacio de socialización curioso. Pero algo que me gusta mucho hacer, desde la playa, es observar a aquellos individuos que pacientemente llevan a cabo una tarea de manera totalmente enajenada a lo que les rodea. Hablo de las criaturas que juegan con la arena, la pala y el cubo.

Observar cómo estas pequeñas mentes constructoras juegan con la arena e idean mundos fantásticos o sistemas de seguridad dignos de la NASA para protegerse del ataque inminente de sus hermanos pequeños es una proeza que me maravilla cada verano. El filósofo Friedrich Nietzsche decía que para pasar de la moral de esclavos a la moral del hombre libre hacía falta pasar por tres estadios: el camello, el león y el niño. El primero es el que, de forma paciente y sacrificada, carga sobre sus hombros el peso de la tradición, de la responsabilidad, de lo que "debe ser". El segundo es el camello que, una vez se ha dado cuenta de la estafa que supone, tener que cargar con todo el peso de la responsabilidad, de lo que debe hacerse, de la moral y de las cosas aceptables y no aceptables , se enfurece y rebela contra todo y contra todo el mundo. El león se siente estafado y traicionado por una carga que no hacía falta que cargara, por un peso que no debería haber soportado desde un primer momento, por una presión innecesaria que se le ha asignado por sus circunstancias. Una vez calmado, el personaje pasa en el tercer estadio, el niño que juega. El niño que juega es la criatura que, una vez calmada y con los parches de lo que ha quedado de todo lo que cargaba el camello y ha destrozado posteriormente el león, busca la forma de hacer nuevas composiciones de rompecabezas o reaprovecharlas por un nuevo orden, por una nueva realidad donde la libertad es la que guía sus decisiones y no las imposiciones de un contexto que ni siquiera ha elegido en un primer momento.

Es curioso como, siendo nosotros en la otra punta del progreso, damos lecciones a los que todavía no están contaminados, a los que todavía no son nada porque no han escogido nada todavía

Desde queestudiamos Nietzsche en filosofía en primero o segundo de carrera, observo a los niños que juegan en la playa de un modo completamente diferente. Fuera de la imagen de mocosos improvisante que tenía antes, ahora me parecen mentes pequeñitas que, pese a sus limitaciones, actúan como si la arena fuera el universo y la pala y el cubo sus armas constructoras. Por eso mismo me molesta muchísimo cuando viene un adulto y les enseña cómo usarlas. "No, mira, tienes que hacer así... ¿ves? Tienes que golpear bien para que la arena no se enganche". La soberbia adulta, en ocasiones, no tiene límites. Y entonces mágicamente me imagino un camello dando lecciones a un niño con pala y cubo por armadura protectora y me harto de risa. En la mayoría de ocasiones consigo que no se me note por fuera. Es curioso cómo, estando nosotros en la otra punta del progreso, damos lecciones a los que todavía no están contaminados, a los que todavía no son nada porque no han escogido nada todavía. Porque no han querido, porque no han sabido o, sencillamente, porque no les ha hecho falta.

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