Tras un año de trabajo, la Comissió d’Experts de la Transformació i Reforma de l’Administració (CETRA) evidenció hace unas semanas la finalización de su encargo mediante la entrega al presidente de la Generalitat de las 691 páginas de su informe final para acabar con la disfunción de la Administración Pública. Reconozco que no he tenido ocasión de leérmelo entero, así como tampoco en su integridad las 188 páginas de la versión “breve”. Las formas a menudo contribuyen a reforzar la credibilidad, así la paradoja de que la solución al problema del papeleo pase por la creación de una (otra) comisión y más papeleo por medio de un informe no favorece la intencionalidad de este.
Aún y la merecida importancia que hay que otorgar a las formas, he tenido ocasión de hacer una lectura (esperanzada y escéptica a partes iguales) de las 50 propuestas que se hacen estructuradas en doce ámbitos. Leer las propuestas ha sido como mirarse la administración catalana al espejo. Ves talento, diagnóstico, rigor y buenas intenciones. Pero también el reflejo de un sistema que sabe perfectamente qué debería cambiar, y que, al mismo tiempo, hace años que demuestra que es incapaz de hacerlo.
El presidente de la Comisión reconoce en sus palabras iniciales que ha optado por una metodología más bien posibilista y “no maximalista”: renunciar a las grandes reformas integrales para concentrarse en cambios posibles y graduales. Ahora bien, la pregunta es inevitable: ¿puede una reforma acotada desencadenar una transformación profunda? La misma CETRA lo formula con una metáfora acertada: se trata de “detectar fisuras del sistema e introducir en ellas un líquido que, al congelarse, rompa las costuras”. Pero quizás la administración catalana no necesita solo romper costuras, sino cambiar el tejido.
El documento de la CETRA evidencia que el problema no es solo técnico, sino cultural. La administración catalana continúa operando bajo una cultura del procedimiento, donde el éxito es cumplir la norma, no resolver el problema. En cambio, lo que el país necesita —y lo que propone tímidamente el documento— es avanzar hacia una cultura del resultado, basada en la confianza, la gestión por proyectos y la responsabilidad profesional.
Quizás la administración catalana no necesita solo romper costuras, sino cambiar el tejido
El núcleo de la reforma está aquí: la dirección pública profesional, una propuesta que, si se aplicara con valentía, podría cambiar de verdad el funcionamiento institucional. El mérito y la competencia deberían sustituir el recambio político sistemático; la continuidad y la rendición de cuentas, la improvisación. Pero la historia nos invita a ser prudentes: cada vez que Cataluña ha intentado avanzar hacia un modelo de gestión pública meritocrático, el mismo sistema corporativista se ha atrincherado.
Por eso el documento tiene una virtud y un límite. La virtud: la claridad del diagnóstico. El límite: la falta de concreción sobre cómo superar los obstáculos políticos y corporativos que siempre frenan estas reformas. La CETRA dibuja un camino, pero no resuelve la batalla de fondo: ¿quién reforma a los que reforman?
Hay un pasaje del documento que merece ser subrayado: la necesidad de transformar los procesos de selección pública, abandonando los exámenes memorísticos por sistemas de competencias. Es uno de los puntos más radicales —y necesarios— del conjunto. Atraer talento joven, digital y con visión transversal es la única manera de conseguir una administración capaz de aprender e innovar.
Pero mientras esperamos este cambio, el sistema sigue viviendo de la excepción: contrataciones temporales, interinos eternos, cargos provisionales y proyectos digitales que se detienen a medio camino. La administración catalana —como muchas otras— funciona gracias a personas excepcionales que trabajan dentro de un sistema que no lo es. El reto es convertir esta excepcionalidad en norma.
La CETRA dibuja un camino, pero no resuelve la batalla de fondo: ¿quién reforma a los que reforman?
El gran silencio del documento es, precisamente, el de las personas. Se habla de procesos, estructuras y sistemas, pero apenas se habla de quienes los hacen posibles. ¿Se puede reformar la administración sin cambiar la cultura de las personas que trabajan en ella? ¿Es posible transformar una administración que, en buena parte, ha aprendido a sobrevivir al cambio, más que a impulsarlo?
Tal como decía Peter Drucker y citaba en un artículo reciente “la cultura se come la estrategia para desayunar”... siempre que las reformas y transformaciones como la que ahora se pretende no se acompañen de cambios en la cultura organizativa. Sin esto, el riesgo es hacer más eficiente la burocracia, pero no más útil el servicio. En este punto, conviene recordar la reflexión de Oriol Amat y los 60 expertos del documento ¿Qué necesita la industria catalana? que se presentó hace pocas semanas. El séptimo de sus ejes habla de “una industria con una sociedad y una Administración cercanas”. No hay industria competitiva sin administración competitiva. Ni innovación tecnológica sin innovación institucional.
Pero el contraste entre los dos documentos es evidente: mientras el mundo empresarial habla de agilidad, flexibilidad y orientación a resultados, la reforma administrativa todavía se expresa en el lenguaje del organigrama. La CETRA habla de digitalización, de inteligencia artificial y de datos, pero todavía no pone en el centro al cliente —la ciudadanía y la empresa— como medida de todo el sistema.
No hay industria competitiva sin administración competitiva. Ni innovación tecnológica sin innovación institucional
En conclusión, hay un mérito innegable en el trabajo de la CETRA: romper el silencio sobre una reforma pendiente desde hace 40 años. Sin embargo, conviene ajustar las expectativas —magnificadas desde el liderazgo político y académico al frente de la iniciativa: reformar la administración no es una cuestión de documentos, sino de tiempo político. Requiere constancia, coherencia y un liderazgo que trascienda legislaturas
La CETRA ha abierto una puerta. El problema es que esa puerta da a un pasillo lleno de otras puertas que nadie quiere abrir. Si este informe acaba siendo uno más en la colección, el país habrá perdido una nueva oportunidad de poner su administración al servicio de sus personas y su economía, y no al revés. “La Administración no está adaptada al cambio social”, decía Miquel Roca Junyent este martes en un nuevo acto del ciclo Converses del Degà del Col·legi d’Economistes de Catalunya. Y quizás aquí radica el núcleo de la cuestión. No basta con hacer una administración más eficiente. Hay que hacerla capaz de evolucionar al ritmo del país que dice servir.
La CETRA ha puesto el espejo. Ahora falta que alguien quiera mirarse de verdad. Porque reformar la administración no es una cuestión de documentos, sino, sobre todo, de personas.