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La singularidad sostenible: el futuro que Catalunya debe decidir ahora

El territorio tiene por delante la oportunidad de construir un modelo propio de progreso tecnológico y una singularidad sostenible que combine ambición y responsabilidad

El Palau de la Generalitat en la Plaza Sant Jaume de Barcelona | iStock
El Palau de la Generalitat en la Plaza Sant Jaume de Barcelona | iStock
Silvia Urarte
Fundadora y directora general de la consultora Conética
Barcelona
17 de Diciembre de 2025 - 04:55

La inteligencia artificial avanza más rápido de lo que las empresas, las leyes y la 
cultura pueden asimilar. Catalunya se encuentra en un punto decisivo: tiene el talento, 
la ambición y la capacidad de innovación para liderar esta nueva era, pero solo lo 
logrará si es capaz de unir tecnología, sostenibilidad y ética en un mismo modelo 
estratégico. La singularidad no es ciencia ficción: es el futuro que estamos diseñando 
hoy.

 

Hay ideas que pasan años dormidas hasta que, casi sin darnos cuenta, empiezan a 
definirlo todo. La singularidad tecnológica —ese momento en que la inteligencia 
artificial supera a la humana y evoluciona sin intervención— aún suena lejana, pero sus 
efectos ya se filtran en la economía real, en las decisiones empresariales y en la cultura 
con la que imaginamos el futuro. Quizás no sepamos cuándo llegará, pero sí sabemos 
algo más importante: estamos escribiendo su preámbulo ahora mismo, desde cada 
empresa, cada algoritmo y cada política de innovación

La singularidad no es ciencia ficción: es el futuro que estamos diseñando hoy

Catalunya, con su ecosistema vibrante de talento, industria y creatividad, se encuentra en 
un lugar privilegiado para observar —y orientar— este cambio. Y es aquí donde la 
pregunta adquiere otra dimensión: no se trata de anticipar si la singularidad ocurrirá, 
sino de preguntarnos qué tipo de singularidad queremos que llegue.

 

En los últimos años, tecnologías como la IA generativa, la robótica autónoma, la 
biotecnología o los gemelos digitales han pasado de ser prototipos a convertirse en 
infraestructura diaria. No hablamos de ciencia ficción, sino de un tejido productivo que 
ya se apoya en sistemas capaces de aprender, recomendar, optimizar y, en algunos 
casos, decidir. Catalunya ha avanzado con fuerza en este proceso: los hubs tecnológicos 
crecen, las universidades se proyectan internacionalmente y las startups nacen con la 
mirada puesta en el mundo. La singularidad no irrumpirá de repente; la estamos 
construyendo paso a paso, en cómo gobernamos los datos, en cómo gestionamos el 
talento y en qué valores priorizamos.

Este avance acelerado, sin embargo, revela un fenómeno inquietante: innovar ya no es 
suficiente. La digitalización nos ha permitido ir más rápido, pero no siempre más lejos. 
El espejismo digital nos ha hecho confundir automatización con progreso. La 
sostenibilidad irrumpe justamente para recordarnos que la tecnología no es neutra: tiene 
una huella que impacta en la energía, en el empleo, en la cohesión social y en la forma 
en que distribuimos las oportunidades

Los grandes modelos de IA consumen cantidades ingentes de energía que nos obligan a repensar las infraestructuras. La automatización reconfigura el mercado laboral a una velocidad que amenaza con dejar atrás a quien no consigue seguir el ritmo, especialmente la generación senior, cuyo talento sigue siendo una ventaja competitiva que no podemos ignorar. Y, al mismo tiempo, la IA abre nuevos caminos hacia la eficiencia energética, la trazabilidad en las cadenas de suministro y la economía circular, situando la sostenibilidad en el corazón de la competitividad, y no en su margen. El Barómetro de Innovación y Transformación Digital y Verde de Catalunya 2025 confirma esta tendencia: las empresas catalanas innovan más, exportan más y avanzan hacia un modelo donde digitalización y sostenibilidad se refuerzan mutuamente.

Miremos, además, lo que ya está pasando aquí. Suara Cooperativa, reconocida como Catalonia Exponential Leader 2024, demuestra que la innovación puede tener un impacto social directo. Las empresas emergentes premiadas por Acció en IA, robótica o blockchain están transformando sectores como la salud, la energía o la alimentación. El uso de la IA en las empresas catalanas se ha duplicado en solo un año. Y las oportunidades internacionales vinculadas a tecnología y sostenibilidad han alcanzado cifras récord en 2025. Todo apunta a lo mismo: Catalunya no está observando el futuro; lo está ensayando en tiempo real.

En este contexto, emerge la pregunta central: ¿quién tendrá el criterio cuando la inteligencia se desborde? Porque la singularidad no se definirá por la capacidad de los algoritmos, sino por nuestra capacidad de mantener una brújula. La IA puede ser más rápida, más precisa o más eficiente, pero le falta aquello que da sentido a una decisión: propósito, sensibilidad, ética, memoria cultural. Si no cultivamos estos elementos en las organizaciones, la IA no hará más que amplificar nuestras debilidades. La cuestión no es si la IA será inteligente, sino si nosotros seremos lo suficientemente inteligentes —conscientes, críticos, responsables— para convivir con ella sin renunciar a nuestra libertad estratégica.

Catalunya tiene por delante una oportunidad histórica: construir un modelo propio de progreso tecnológico, y una singularidad sostenible que combine ambición y responsabilidad

Esto implica diseñar modelos transparentes, potenciar el talento diverso, incorporar la sostenibilidad a la estrategia central de la empresa y recordar que el pensamiento humano sigue siendo el último bastión de la inteligencia significativa. Una organización que renuncia a su criterio renuncia también a su poder de decidir. Y un territorio que renuncia a su ética renuncia a su identidad.

Catalunya tiene por delante una oportunidad histórica: construir un modelo propio de progreso tecnológico, y una singularidad sostenible que combine ambición y responsabilidad. Un futuro donde la IA amplifique valores en lugar de erosionarlos; donde la competitividad incluya impacto social y ambiental; donde la innovación no se entienda como velocidad, sino como visión. Si la singularidad llega —y llegará—, tenemos la posibilidad de que llegue aquí, y de que llegue a la catalana: ética, creativa, humanista, valiente y profundamente consciente de las generaciones que vienen detrás.

La singularidad no es un destino inevitable. Es una construcción colectiva. Las empresas catalanas pueden decidir si este futuro será extractivo o sostenible, excluyente o inclusivo, acelerado o consciente.

El reto no es adaptarse a la historia: el reto es atreverse a escribirla.