Los años noventa fueron la década del optimismo. Occidente había ganado la Guerra Fría, Europa encaraba su unidad con paso firme, centenares de millones de personas salían de la pobreza gracias al comercio y la democracia se abría a todos los rincones del planeta. Pero aquel empujón se ha acabado y el modelo ha tocado sus límites. La crisis de 2008 abrió algunas grietas y un tridente formado por el coronavirus, la emergencia china y la agresividad rusa ha acabado trinchando tres dogmas que parecían imbatibles.
El dogma del comercio global, la idea que las cadenas de valor se repartirían por el mundo para hacer cada tarea allá donde fuera más eficiente. Un barco embarrancado en el canal de Suez, la pandemia y una nueva guerra fría han enterrado el optimismo comercial de la globalización después de tres décadas triunfales. La logística transcontinental pierde fuerza y quien más quien menos busca proveedores de proximidad aceptando pagar más para ganar seguridad.
Quien más quien menos busca proveedores de proximidad aceptando pagar más para ganar seguridad
El dogma de la paz entre socios comerciales, la idea que los países que comercian no entran en guerra entre ellos. Hasta el año 2012 Rusia era el principal destino de las exportaciones ucranianas (25,7%) por delante del conjunto de la Unión Europea (24,9%), ahora lo único que intercambian son misiles, obuses y disparos. Hace cuatro días los alemanes todavía sonreían cuando alguien señalaba su dependencia del gas ruso porque estaban seguros que la dependencia era mutua. Ahora el gas ruso ha dejado de mandar y lo único que intercambian son reproches y amenazas más o menos veladas. Los países donde llegaba la cadena McDonald's no entraban nunca en guerra, esto se decía, pero en Moscú y en Kíiv había McDonald's y tantas otras marcas internacionales. Estaban y ya no están.
Los países donde llegaba la cadena McDonald's no entraban nunca en guerra, esto se decía, pero en Moscú y en Kíiv había McDonald's
El dogma de la democracia como consecuencia casi inevitable del progreso económico, la idea que cuando un país se enriquece genera una clase media sólida y la democracia cae como una fruta madura. El dinamismo económico de tantos regímenes autoritarios sirve hoy para reforzar un modelo que busca combinar la libertad económica con la limitación de los derechos individuales. China, Rusia y las monarquías árabes, pero también Hungría y el asalto al Capitolio, muestran que la democracia es ahora más frágil que hace diez o quince años. El crecimiento del PIB no genera libertad cívica.
¿Y ahora qué? Pues ahora Europa, reindustrialización, renovables y esperanza. Proteger Europa y defender el oasis de comercio, paz y democracia en el cual se ha convertido. Las grandes esperanzas de la globalización mantienen su vigencia en la Unión Europea y el nuevo contexto tendría que hacer evidente su valor y su fragilidad. Un nuevo conflicto entre Francia y Alemania puede parecer imposible, pero a mediados de los años ochenta cualquier ciudadano soviético habría reído si alguien hubiera sugerido la posibilidad de una guerra entre Rusia y Ucrania. El progreso, la paz y la libertad son siempre provisionales. La Unión Europea es un tesoro y Europa tendrá que ser una fortaleza. Proteger los valores de un mundo abierto y preservarlos para el futuro.
El progreso, la paz y la libertad son siempre provisionales
La postglobalización es aquí y, a pesar de los riesgos y las dificultades, abre oportunidades a la vieja Europa. Reindustrializar para recuperar una parte de la producción que se había externalizado en todo el mundo en los últimos treinta años. Desplegar todavía con más fuerza las energías renovables y dar un nuevo impulso a la nuclear para ganar autonomía energética. Hacerlo para generar más ocupación y una nueva riqueza más sólida y madura. Integrar con más fuerza las economías del continente para responder al reflujo de desintegración económica que vive el mundo.
Hacer todo esto y no perder la esperanza. El comercio, la paz y la democracia son valores perennes. El mundo abierto, pacífico y libre de las últimas décadas ha generado la oleada de prosperidad, progreso y libertad más importante de la historia. Tarde o temprano el océano liberal se deshelará de nuevo. El optimismo inocente se ha acabado, pero el desengaño no tendría que servir para abandonar sino para valorar el camino hecho. El mundo es más peligroso, complicado y frágil de lo que nos pensábamos. En cierto sentido siempre había sido así. Habrá que adaptarse para continuar haciendo camino.