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La verdad del vino está en el precio de la uva

Existe la tendencia a destruir cualquier glamour, y el método más eficaz para hacerlo es vender barato y estrangular a toda la cadena de producción

Unos viñedos del Penedès | iStock
Unos viñedos del Penedès | iStock
Xavier Roig VIA Empresa
Ingeniero y escritor
Barcelona
17 de Agosto de 2023

Se aproxima la vendimia y vuelve a ser noticia el precio vergonzoso al que se pagará la uva al campesino catalán. Hay temas recurrentes sobre los que los catalanes parece gustarnos sólo charlar y charlar, sin hacer nada. Uno de ellos es el glamour que nuestros productos no tienen. Y no lo tienen porque nadie hace nada para que los tengan. Esperar a que los de fuera nos otorguen calificaciones de alto nivel mientras nosotros no hacemos nada por mejorar, es típico de países atrasados. Y nosotros, en determinados sectores, estamos en el tercer mundo. En general, cuando se reclama una clientela de calidad y sólo se vierten recursos comerciales para conseguirla, se erra el disparo. Es como empezar una casa por el tejado. Lo que hace falta, de entrada, son empresarios de calidad. Y también calidad en quienes gobiernan y regulan el sector. Si se consigue esto, el cliente se pelea solo, y sólo queda lo mejor. El de calidad.

 

Dentro de los sectores afectados por este talante de palabrería constante y sostenida, encontramos la producción de vino. No cabe duda de que nuestro producto vinícola ha mejorado. Nada tiene que ver con la vinassa imbevible que se producía hace unos años. ¿O quizá alguien piensa que antes el vino se tomaba con sifón o gaseosa por simple refinamiento gastronómico? Pero no debemos engañarnos. Todo el mundo ha mejorado. Hoy en día, en todo el mundo, el vino que se produce para exportar embotellado es bueno. Ha mejorado la tecnología, control sobre los productores, defensa del consumidor, etc. Ahora ya no se aceptan praxis que hace unos años eran habituales. Por tanto, conviene no engañarse y no actuar como el típico elemento de la farándula que cuando lo entrevistan siempre asegura que ha llegado a donde ha llegado gracias a un gran esfuerzo, a su trabajo, etc. No es el caso del sector vinícola catalán. Ha mejorado en los últimos decenios, y mucho. Porque todo el mundo ha mejorado, y mucho. Hoy producen excelentes vinos en Líbano, como también se hacen en el estado de Washington, Estados Unidos o África del Sur. La tecnología y las buenas praxis así lo permiten.

Existe la tendencia a destruir cualquier glamour, y el método más eficaz para hacerlo es vender barato y, por tanto, estrangular a toda la cadena de producción

El país está lleno de productores bienintencionados y honestos. Pero el sector sufre tres enfermedades típicas catalanas. La primera es la tendencia al desmenuzamiento y, por tanto, a la debilidad. La segunda es la tendencia a las malas praxis, es decir, a hacer trampas. La tercera es la tendencia a destruir cualquier glamour, y el método más eficaz para hacerlo es vender barato y, por tanto, estrangular a toda la cadena de producción. Del primer defecto, desmenuzamiento, se ha hablado sobradamente y aquí no aportaremos demasiado. La falta de tradición en colaborar con los demás hace que las empresas catalanas no crezcan. Por falta de voluntad organizativa y por falta de capital y musculatura financiera. La segunda enfermedad, la trampa, tiene difícil solución. Lo llevamos en sangre y nos encuentran insertados en una sociedad, la española, de gran tradición estafadora. Sólo me atrevo a sugerir que las malas praxis de un sector no se arrinconan yendo a los tribunales -como, por ejemplo, ha sucedido con el sector vinícola últimamente- sino expulsando a los miembros que hacen trampas. Las Denominaciones de Origen deberían actuar como hacen las francesas o cualquier organización profesional europea: denunciando a los propios miembros estafadores y echándolos. Aquí, esto no se estila, al contrario se les esconde y protege. Así nos ha ido con, por ejemplo, el sector del cava -si quieren ver las multas que históricamente se le pusieron a Freixenet tendrán que acudir a la hemeroteca de periódicos no catalanes; los de aquí, ni tuiteaban.

 

Quiero extenderme un poco más en el tercer gran defecto catalán: la tendencia a confundir productividad con competitividad y, por tanto, a hacer de estrangular pobres y conseguir, al final del proceso, el desprestigio y la falta total de glamour que conllevan, en consecuencia, la pérdida de la clientela de calidad. Mirámoslo al por menor.

La muestra de lo que ha sucedido tradicionalmente en el sector vinícola catalán es el caso del cava. Concretamente de Freixenet y, arrastrado, de Codorniu -aunque esta última empresa trata de reformarse. Se trata de confundir, como decía, los conceptos de competitividad y productividad. Los buenos precios razonados se obtienen mejorando la productividad, no produciendo barato. Nuestro sector industrial, al integrarse con Europa, lo ha entendido hace tiempo. Los demás sectores, no. El resultado final del esfuerzo negativo llevado a cabo por Freixenet ha sido el destrozo del sector y, de paso, de toda la comarca del Penedès. Escañar costes a golpe de la precariedad. Y el eslabón más inmediato, también el más débil, en el sector vinícola es el campesino. La comarca del Penedès -principalmente, pero también otras- ha entrado en una espiral de caída de precios que la convierte en la representación más viva de nuestro famoso dicho “¡pobritos, pero alegretes!”. Quiero decir que pensamos vivir en el mejor de los mundos, pero hay gente que sufre. Tanto es así que la miseria de la comarca se ha convertido en legendaria y permite artículos que no nos interesan como el tituladoLa honte: 0,30 euros, c’est le prix du kilo de raisin que paieront les grands groupes de Cava cette année!” (“Qué vergüenza: 0,30 euros, es el precio del kilo de uva que pagarán los grandes grupos de Cava este año”, 2019). Evidentemente, esto nos quita todo el prestigio y no estimula el consumo de cava a menos que sea para hacer sangría. Y, efectivamente, éste se ha convertido en el mercado del cava catalán cuando es adquirido por multinacionales. Si se trata de hacer dinero vendiendo a buen precio, también los extranjeros saben más. ¿Hagamos un repaso a los precios a los que se paga, regularmente, las uvas? A ver.

Unió de Pagesos ya ha pedido que engaña que el precio medio esté en torno a los 0,60 euros el kilo. Antes ya les he dicho que era necesario un regulador que actuara positivamente. Pero, claro, el pasado año el departamento de agricultura realizó un estudio donde decía que los costes de producción de uva para vino estaban alrededor de los 0,50 euros. Esto ha abierto las puertas a que todo el mundo se apunte a pagar esa cantidad. Y yo pregunto: ¿es que los campesinos no deben tener beneficios? ¿Desde cuándo todo el mundo trabaja a coste? Increíble. Yo no pido que se pague lo que se paga en la Xampanya, entre 6 y 7 euros (ver la lista de 2021 por municipios). Pero tampoco que se me diga que el cava y el champagne son iguales y, mucho menos, que tienen las mismas garantías y, sobre todo, glamour.

Escañar costes a golpe de la precariedad. Y el eslabón más inmediato, también el más débil, en el sector vinícola es el campesino

Continuamos, de más lejos a más cerca. Para hacer el Franciacorta (vino espumoso con D.O.) se paga 1,50 euros. Al igual que para hacer el Chianti. Ahora, para hacer el Nebiolo se pagan 2 euros. O sea, estamos diciendo que en Italia se paga entre tres y cuatro veces más por las uvas que en Catalunya. Encontrarán más información en este artículo y en este folleto publicado por UNIONCAMERE (Cámaras de Comercio). Aproximémonos. En Languedoc-Roussillon la uva se paga entre 3 y 4 euros el kilo. Pueden encontrarlo aquí. Ya ven que, a veces, casi siempre, ser catalán del norte sale más a cuenta que serlo del sur, por mucho que se diga.

Visto todo este espectáculo -lamentabilísimo- la pregunta que me viene a la cabeza es: ¿por qué, sin embargo, yo puedo adquirir vino francés a precios razonables? Una vez más aflora un problema de país: nuestra productividad es muy baja. En el sector vitivinícola, también. Sin embargo, quisiera romper el pesimismo informándoles de que unos señores del Penedès que, ya el año pasado, compraron la uva a 1 euro el kilo -encontrarán información en internet si escriben “enfila el precio de la uva hasta un euro”. Ellos, además de producir unos vinos remarcables, llevan años luchando por el glamour y contra la precariedad social y económica de la comarca. Por eso se puede encontrar su producto en cafeterías serias y restaurantes del extranjero compitiendo con el champán. Los felicito. La miseria debe combatirse, y ellos lo han entendido, y lo hacen. La miseria de los demás es la miseria propia. Y eso los productores de vino y espumoso catalanes deberían aplicárselo. Y la autoridad, regular. Cómo se hace en otros países.