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Entropía laboral: cuando la IA sacude la cultura empresarial

La gran pregunta para cualquier directivo hoy no es si debe adoptar IA, sino si su cultura está preparada para absorberla sin colapsar

La IA no se implanta, se orquesta. Y toda orquesta necesita partitura y director | iStock
La IA no se implanta, se orquesta. Y toda orquesta necesita partitura y director | iStock
Toni Alés | VIA Empresa
Experto en innovación y liderazgo emocional
Barcelona
20 de Septiembre de 2025 - 05:30

“Todo se transforma”, recordaba Antoine Lavoisier (París, 1743–1794). Y tenía razón: la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma.

 

¿Y el trabajo? Sobre el papel ocurre lo mismo: los puestos no desaparecen, cambian de envase. Lo que ayer era ocupación fija, hoy es fija-discontinua, freelance por proyecto, trabajo de plataforma, híbrido… o incluso se manifiesta como asistente de inteligencia artificial. En el fondo, un puesto no se extingue: se amortiza, se le extrae el jugo de productividad y después muta en otra forma de trabajo.

Pero tú y yo sabemos que la ecuación no cuadra tan limpiamente. Entre que un rol desaparece y otro nace, el sistema se tambalea. Y cuando la vibración es demasiado fuerte, resuena y el orden se rompe. Esto es entropía laboral: mucha agitación, poca dirección. La irrupción de la IA multiplica esta entropía. No porque falte tecnología, sino porque la cultura empresarial —la forma en que nos organizamos, confiamos o desconfiamos— no siempre está preparada para absorber el cambio. Y aquí está el núcleo de este artículo: la IA no es un reto tecnológico, sino cultural.

 

La IA no es un reto tecnológico, sino cultural

La ilusión tecnológica

Cada semana se repite el mismo mantra: “ya estamos en IA, hemos contratado nuevos modelos y agentes”. Pero esta es la gran ilusión tecnológica: creer que una licencia cambia una empresa. La transformación comienza en la cultura, no en la factura. La gran trampa tecnológica es confundir acceso con adopción y herramienta con cultura. La realidad es implacable: una IA mal integrada no genera ventaja, sino rechazo, desconfianza y frustración. Lo que prometía ser una palanca competitiva puede acabar en inversión perdida o, peor aún, en gasto hundido que lastra la organización si no se actúa con criterio, planificación y buen asesoramiento.

La IA no se implanta, se orquesta. Y toda orquesta necesita partitura y director. Como mínimo, tres piezas:

  • Tecnología adecuada, no la moda del momento.

  • Integración cultural, que construya narrativas y confianza.

  • Modo beta, aceptar que vivimos en una versión de prueba permanente: probar, fallar y aprender sin descanso.

Pregunta clave: ¿estás orquestando estratégicamente la IA en tu empresa o solo has comprado instrumentos para probar y sin partitura?

Entropía laboral y espejismo cultural

Cuando la IA entra en culturas mal preparadas, la energía se dispersa:

  • En culturas rígidas, los empleados la ven como una amenaza. Surgen resistencias, boicots silenciosos, “picaresca digital”: informes duplicados, procesos inflados para justificar horas humanas.

  • En culturas opacas, la IA se convierte en herramienta de control: vigilancia de tiempo, productividad medida al milímetro, algoritmos que deciden sin dar explicaciones. Resultado: desconfianza.

  • Pero en culturas beta y líquidas, la IA se convierte en catalizador: se prueba, se falla, se aprende, se documenta y se vuelve a intentar. Allí, el error no se castiga, se comparte. La IA multiplica la energía organizativa en lugar de dispersarla.

En definitiva, la IA es un espejo cultural. Refleja lo que ya somos, pero en alta definición:

  • Una empresa jerárquica usará IA para controlar más rápido.

  • Una empresa colaborativa la usará para empoderar a más personas.

  • Una empresa cortoplacista buscará eficiencia a cualquier precio.

  • Una empresa con propósito claro la pondrá al servicio de su misión.

La conclusión es incómoda: la IA no crea ni destruye cultura, la transforma. Y si lo que encuentra es miedo o desorden, eso es lo que amplificará.

Pero la verdadera trascendencia de la inteligencia artificial no está en lo que calcula, sino en lo que despierta en las personas y en la cultura de una organización:

  • Cuando libera creatividad, impulsa la inclusión y refuerza la confianza, se convierte en tecnología humana, porque multiplica lo mejor de nosotros.

  • Cuando solo recorta costes, vigila tareas y reduce a las personas a engranajes, no transforma nada: es simple mecanización digital con otro nombre.

La frontera es clara y el dilema, inevitable: ¿la IA en tu empresa está potenciando el talento o lo está erosionando? De esta respuesta dependerá si el trabajo del futuro se convierte en una experiencia más rica y humana… o en una versión degradada de sí misma.

Modo beta: un modo de integración

Los grandes avances tecnológicos nunca llegan de golpe, avanzan por etapas. Los coches autónomos lo demuestran: seis niveles de autonomía, del 0 al 5. La tecnología ya roza el nivel 5 —conducción plena—, pero seguimos atascados. El problema no es el algoritmo, es la cultura: confianza social, claridad legal y aceptación profesional. En las empresas ocurre lo mismo con la IA: puedes tener la tecnología a punto, pero si tu cultura está anclada en el “nivel 0”, la organización no avanza. De ahí la utilidad del modo beta:

  • Probar en pequeño.

  • Corregir deprisa.

  • Compartir aprendizajes.

El modo beta no es debilidad, es supervivencia. Permite convivir con la imperfección sin fracturar la cultura, y convierte la entropía laboral en aprendizaje organizativo. Cada puesto de trabajo cumple un ciclo: se crea, aporta productividad, se amortiza y se transforma. Esta transición genera ruido e incertidumbre. La combinación de tecnología humana y modo beta es lo que convierte este desorden en nuevas oportunidades de trabajo.

La dirección del cambio

La entropía es inevitable: cada transformación genera ruido, tensión y desorden. La diferencia está en cómo se gestiona. Una cultura madura convierte esta entropía en energía productiva; una cultura frágil la transforma en caos. La inteligencia artificial no resolverá este dilema. Al contrario, lo amplificará. Porque la IA no es un fin en sí mismo, sino un espejo y un acelerador de lo que ya somos.

La entropía es inevitable: cada transformación genera ruido, tensión y desorden

La gran pregunta para cualquier directivo hoy no es si debe adoptar IA —eso ya no se discute—, sino si su cultura está preparada para absorberla sin colapsar. Y, sobre todo, si es capaz de vivir en modo beta, aceptando que la transformación nunca estará terminada.

Al final, volvemos a Lavoisier: “la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Lo mismo ocurre con el trabajo, con la cultura y con la tecnología. La cuestión no es si se transformarán, sino en qué dirección queremos que lo hagan.


Nota para los puristas

El título más riguroso de este artículo habría sido Energía laboral. Pero seamos sinceros: no sonaba tan chic ni tenía tanto punch. Entropía laboral incomoda más, sugiere más y, sobre todo, obliga a pensar diferente.

Este artículo forma parte de la sección Food for Thought, un espacio donde queremos abrir conversaciones que vayan más allá del día a día. Aquí no damos recetas cerradas, sino ideas que invitan a pensar diferente sobre innovación, liderazgo, economía de impacto y todo lo que está transformando el mundo empresarial. Porque a veces, lo que más nutre no son las respuestas… sino las buenas preguntas.