Josep Martí Gómez, el verso libre del periodismo

La maestría de Martí se ejercía a través del ejemplo. Él no quería dar lecciones a nadie

Toni Rodríguez y Josep Martí Gómez en la redacción. | Santi Vilanova Toni Rodríguez y Josep Martí Gómez en la redacción. | Santi Vilanova

Cuando finalmente conseguí un trabajo estable en la redacción del Correo Catalán (de ahora en adelante Correu Català) descubrí que el paraíso era una planta diáfana llena de humo de tabaco y aromas de cubata de media tarde, cenitalmente iluminada con tubos fluorescentes y poblada por algunos mitos del periodismo. Entre ellos, y destacando sin pretensiones, había el legendario Josep Martí Gómez, que entonces firmaba con p. Era un paraíso sin casi ninguna mujer, pero esto ya se iría solucionando tiempo después. 

Yo venía de hacer de abogado de estar por casa y había derramado algunas lágrimas secretas ante la dificultad de lograr el trabajo soñado. Entonces Martí Gómez era un hombre maduro, que me miraba con un punto de compasión desde un extremo de la larga hilera de tablas alienadas de la sección de local. Martí (todo el mundo lo llamaba así) era un verso libre del periodismo y de la sección de local del Correu, gobernada entonces por un tipo de compromesso storico entre Pere Pascual Piqué (PPP), futuro mosén del Opus, y el eurocomunista Rafael Pradas, futuro regidor del ayuntamiento de Barcelona. Un pacto tácito, a la manera de Peppone y Don Camillo, que daba buenos resultados. Pero a él los dos lo dejaban tranquilo.

Cuando sentía sus miradas en la nuca, sabía que todos aquellos colegas se preguntaban de dónde salía, quién me había recomendado, qué ideología tenía. Todos menos Martí

A su alrededor, Josep Francesc Valls, Santiago Vilanova, Toio Ribas, Jaume Fabre, Xavier Batalla, Antoni Plaja, Rafael Espinós, Teresa Berengueras y algunas otras estrellas emergentes del oficio se buscaban un lugar tan bien como podían. Màrius Carol, Alfred Rexach, Miguel Ángel Bastenier, Enric Bañeres, Albert Garrido, Enric González, Anna Galcerán, Laura Palmès, Josep Sanz, Lluís Sierra, Teresa Artigas, Miquel Farreras, Lola Cabrera, Rosa Marqueta y otros, serían fichajes posteriores.

El primer recién llegado fui yo. Y cuando sentía sus miradas en la nuca, sabía que todos aquellos colegas se preguntaban de dónde salía, quién me había recomendado, qué ideología tenía. Todos menos Martí. Él venía de pasar toda la mañana y tal vez la madrugada haciendo cafés con jueces, policías y delincuentes, y tanto le daba de dónde venía o qué pensaba aquel melenudo. Su mesa era el refugio donde hacía aterrizar las informaciones y emociones vividas en los juzgados y cafeterías modestas donde había escuchado tantas y tantas confidencias. Allí hacía la suya, leía lo que ibas publicando y esperaba que te acercaras y le empezaras a explicar tu vida, como hacía todo el mundo.

En aquel rincón, bajo la protección de la misma nube, hacía tertúlia con los compañeros de sensibilidad social y generacional más próxima: mosén Josep Bigordà, rector de la parroquia del Pino; mosén Casimir Martí, el historiador y teólogo que llegaría a ser el primer director del Archivo Nacional de Catalunya; Joan Anton Benach, el crítico teatral de referencia; y el inefable Joan de Sagarra, tal vez el único agnóstico de la pandilla, con quien competía a la hora de hacer humo y tomar tragos de whisky. El resto de nosotros hacíamos cada tarde un gintónic secretamente adulterado con ginebra de garrafa por nuestro inolvidable Sacarino, pero Martí, que no se permitió nunca ningún lujo sin medida, sabía que hay cosas con las que no se puede jugar.

De vez en cuando, la redacción se declaraba en huelga, convocaba asambleas interminables con efectos parecidos a los de la huelga, o celebraba ruidosamente todo tipo de cumpleaños, santos y fiestas civiles más o menos revolucionarias. Martí participaba pasiva y solidariamente, pero sin tomar un protagonismo que siempre rehuía. Sus protestas eran personales e intransferibles. Capaz de pasarse días y días sentado en la mesa sin escribir una sola línea ni charlar con nadie hasta la hora del cierre, asumiendo las posibles consecuencias de su actitud sin pedir nada. Hasta que llegaba el pacto con PPP, o la hora de la reconciliación con el director Andreu Rosselló y el subdirector Wifredo Espina, y el alivio correspondiente de Antoni Roma, el otro subdirector, y del redactor en jefe Josep Morera Falcó, que habían estado sufriendo en silencio, por él y por el diario, sin poder hacer casi nada.

Me quedaré con el honor de haber compartido con Martí compañeros y redacción durante unos cuantos años y de haber hecho juntos una entrevista memorable a Maurice Béjart

La maestría de Martí se ejercía a través del ejemplo. Él no quería dar lecciones a nadie. Era un hombre íntegro, honesto, modesto, que contrastaba y lo cuestionaba todo, que no se casaba con nadie más que con su mujer, hijos y nietos, que creía en Dios y en el periodismo de calle, que es el auténtico periodismo, y que empatizaba con todo el mundo, y sobre todo con los perdedores. Sabía que entre ganar y perder solo hay un suspiro y que cuando la pelota pica contra la red de tenis sólo el azar decide de qué lado acabará cayendo. Y porque este tipo de match balls son los que finalmente marcan la vida de todo el mundo.

En otros artículos de algunos estimados compañeros encontraréis descrita su trayectoria y el nombre de sus principales compañeros de viaje: Ràdio Barcelona, Correu Català, La Sala de los Pasos Perdidos, Mundo Diario, El Periódico, La Vanguardia, la corresponsalía en Londres, la revista Por Favor, la tertúlia La Lamentable de can Leopoldo, sus amigos ladrones y policías, jueces y abogados, ganadores y perdedores del gran match de la vida, debido a alguna jugada más o menos afortunada. De aquel match ball incierto, que en Martí se miraba con ternura contenida, sonrisa irónica y mirada interesada, siempre protegido por la nube de humo azul que lo rodeaba.

Yo, mientras tanto, me quedaré con el honor de haber compartido con él compañeros y redacción durante unos cuantos años y de haber hecho juntos una entrevista memorable a Maurice Béjart.

Descanse en paz, señor periodista.

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