Detrás estas siglas y nombres se esconden tres infraestructuras científicas clave de este país y que todo el mundo tendría que conocer o, cuando menos, saber que existen. En medio de un clima general de decepción por el rumbo confuso y sin tono del país, todavía quedan algunos territorios que nos permiten competir a la primera división mundial, en este caso en el ámbito de la ciencia más puntera.
Quien más quien menos ha oído hablar de los prodigios que suceden en el mundo de las partículas subatómicas, con el entrelazamiento cuántico como estrella de los conceptos incomprensibles, pero reales. A menudo, para indagar sobre estos temas tendemos a mirar qué se está cociendo en los países más avanzados, pero el cierto se que para este asunto concreto -lo de las maravillosas aventuras de los fotones- no hay que ir tan lejos, sino que nos tenemos que quedar a Castelldefels, donde hay uno de los centro más relevantes del mundo en fotónica. En unos terrenos a medio camino entre el populoso Castelldefels interior y el más conocido y turístico de la playa, hay un edificio donde pasan cosas fantásticas. Es la sede del Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO), una institución ideada por la Generalitat de los tiempos de Andreu Mas-Colell y que con el paso de las décadas ha arraigado profundamente al ecosistema científico catalán. Desde aquel proyecto comenzado el 2002 hasta el centro que es hoy han pasado muchas cosas, entre ellas la lluvia de dinero que ha abocado la Fundación Cellex, una entidad privada que gestiona la herencia de Pere Mir Puig, químico que hizo fortuna con las patentes, sobre todo de formaldehído. En el patronato que gestiona el ICFO están representados la Generalitat, la UPC y de la mencionada Fundación. En el plan ejecutivo, la entidad está dirigida por el científico berguedano Lluís Torner Sabata (doctor en física y miembro de la Optical Society of America, de la European Optical Society y de la European Physical Society), que ha sido el palo de pajar del ICFO desde su concepción en 2002.
En medio de un clima general de decepción por el rumbo confuso y sin tono del país, todavía quedan algunos territorios que nos permiten competir a la primera división mundial
La tarea de la ICFO, en sus propias palabras, es hacer avanzar los límites del conocimiento de la fotónica, la ciencia y la tecnología de la luz. Las áreas de investigación son cuatro: fotónica no lineal, fotónica cuántica, nanofotónica y biofotónica, siempre con una misión con tres objetivos fundamentales, cómo son dirigir investigación de frontera, preparar la próxima generación de científicos y proporcionar conocimiento y transferencia tecnológica. En este último aspecto, las aplicaciones prácticas de todo esto se han visto materializadas en la creación de diez empresas de ciencia puntera que han nacido al coro del mismo ICFO y que ya tienen vida propia. La firma Droplite está enfocada a pruebas médicas, QuSide se dedica a ciberseguretat, HemoPhotonics diseña pruebas no invasivas de la hemodinámica cerebral, ProCareLight ofrece soluciones de seguridad láser y de luz, Signadyne hace electrónica de alto rendimiento, Cosingo pertenece al campo de la ingeniería óptica, Radiantis produce soluciones para la sintonización de láser, LuxQuanta se dedica a la criptografía segura, Sixsenso produce detectores de emisiones de fluorescencia y Qurv hace sensores de imagen y visión artificial. Al ICFO trabajan unas cuatrocientas personas, entre científicos y personal de gestión, con una muy destacada presencia internacional, de forma que las instalaciones de Castelldefels forman una pequeña ONU hilvanada por la lengua común de los países civilizados, es decir, el inglés.
A veinte kilómetros del corazón de las ciencias fotónicas, y ya adentro de la ciudad condal, encontramos el Barcelona Supercomputing Center (BSC), otro de los focos de ciencia puntera al país. Sin duda, el elemento más conocido de la instalación es el Madre Nostrum, uno de los supercomputadores más potentes de Europa y del que el novelista Dan Brown habló a su última obra, Origen. El BSC fue creado en 2005, cogiendo el relevo del antiguo Centro Europeo de Paralelismo de Barcelona (CEPBA), que era un organismo dedicado a la investigación en tecnologías computacionales vinculado a la UPC. Después de quince años de actividad, nació el BSC, que tenía como principal activo el computador más potente de Europa, el mencionado Mare Nostrum.
Como en el caso del ICFO, los objetivos principales del BSC son la investigación y la transferencia de tecnología al mercado. Todos aquellos proyectos privados que requieran una potencia de cálculo que no esté al alcance de los procesadores convencionales (por ejemplo, del ámbito de la biomedicina), pueden apoyarse en las capacidad del Mare Nostrum, si es que se supera el filtro del comité de evaluaciones. Los profesionales que trabajan allí son más de setecientos (el 80% científicos), también con un fuerte perfil internacional como prueba de su capacidad de atraer talento de todo el mundo. La transferencia de tecnología la generan a partir de la creación de spin-offs (empresas surgidas en el centro, pero que tienen vida propia; ya llevan una decena), pero también gracias a las patentes y el diseño de aplicaciones informáticas. El presupuesto anual supera los 40 millones de euros, la mitad de los cuales aportados por la Comisión Europea y el resto repartido entre empresas privadas (más de 10 millones), Estado y Generalitat. La aportación estatal está alrededor de los 8 millones de euros, más o menos al nivel del que recibe el Teatro Real de Madrid y muy por debajo de los 40 MEUR del Museo Reina Sofía o de los 60 MEUR del Prado.
De sus instalaciones en lo alto de Barcelona, lo que más llama la atención es el edificio de Torre Girona, que permite el contraste curioso que una computadora que representa la tecnología más puntera del mundo, esté ubicada dentro de una capilla de aspecto medieval (a pesar de que en realidad fue construida en cuarenta del siglo XX). Cómo en el caso del ICFO, el BSC forma parte del campus de la UPC. La institución está dirigida por Mateo Valero Cortés (ingeniero de telecomunicaciones), que además de ser un científico de primer nivel es un culer de piedra picada que presume de haber estado presente en el Santiago Bernabéu las tardes del 0-5 (1974) y del 2-6 (2009).
A pesar de sufrir la peor generación de gestores públicos de la historia y de la presión sistemáticamente espoliadora del Estado, el país todavía mantiene vivos focos científicos
Y ahora saltamos Collserola para ir a parar al municipio de Cerdanyola del Vallès, donde está la tercera de las instalaciones que queríamos visitar hoy. Se trata del sincrotrón Alba, un acelerador de partículas subatómicas que vive a medio camino de los núcleos de Cerdanyola y de Sant Cugat, y que tiene como único vecino el Castillo de Sant Marçal, monumento emblemático de la zona. Su estreno se produjo en 2010, después de casi tres lustros de la concepción del proyecto inicial y de invertir 200 millones de euros, financiados a partes iguales entre Generalitat y Estado. En esencia, se trata de una circunferencia de 270 metros donde se inyectan electrones y se los acelera gracias a electroimanes que los hacen coger velocidades muy próximas a la de la luz. A partir de aquí, esta luz generada sirve para estudiar la estructura atómica de todo tipo de materiales y, por lo tanto, sirve para hacer un abanico casi infinito de investigaciones que van mucho más allá de la física pura (nuevos materiales, biomedicina, nanotecnología, arqueología, etc.). Para quien tenga curiosidad, hay que decir que de todo el espectro electromagnético existente, la luz que vomita el Amanecer es todo el tramo que hay entre la radiación infrarroja y la radiación gamma. Es por eso -esta capacidad insólita de ver los detalles de la materia- que a menudo se define el Alba como microscopio gigante. En este sentido, su función es diferente a la del famoso colisionador de hadrones del CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), instalado cerca de Ginebra, que acelera partículas para hacerlas chocar entre ellas y obtener sus componentes de magnitud inferior, o sea, cómo quién pela una naranja para separar los grillos. Cómo hemos visto, el producto final del sincrotrón es la luz de altas frecuencias y de esto producen 6.000 horas al año, el equivalente a 16 horas diarias cada día del año, el que quiere decir que la instalación no se para casi nunca.
La institución que lo gestiona es el Consorcio para la Construcción, Equipamiento y Explotación del Laboratorio de Luz Sincrotró (CELLS), que es una entidad pública formada por la Generalitat de y Catalunya la Estado. Quién dirige todo el complejo es la física siciliana Caterina Biscari, experta en aceleradores de partículas con pasado al mismo CERN de Suiza. Ocupa el cargo desde el 2012 y bajo su responsabilidad hay las cinco divisiones en que trabaja el Amanecer, que van mucho más allá de la operativa del acelerador, porque también disponen de las áreas de experimentos, computación, ingeniería y administración, esta última la encargada de gestionar el día a día de la sociedad. El presupuesto global acostumbra a bordear los 40 millones de euros, financiados básicamente con aportaciones públicas. Por cierto, como todo el complejo está ubicado en una zona de expansión que encara no estaba urbanizada cuando se construyó el Alba, alguien decidió que el vial que se crearía para acceder llevaría por nombre Calle de Luz, un detalle bastante poético.
En resumen, a pesar de sufrir la peor generación de gestores públicos de la historia y de la presión sistemáticamente espoliadora del Estado, el país todavía mantiene vivos focos cómo estos que hemos visto hoy. No se tienen que convertir en el recuerdo de tiempos mejores sino que se tienen que constituir en el ejemplo a seguir para cambiar la situación actual y salir del ostracismo esquivando los obstáculos del nulo liderazgo político, la ineficiencia creciente de la administración pública y el parasitismo secular del Estado .