¿Hay realmente empresarios locales que quieran comprar el Valencia Club de Fútbol?

Aunque empresarialmente su éxito sea incontestable, la exposición que supone el Valencia Club de Fútbol en la sociedad es inmensa

Estadio de Mestalla, campo de fútbol propiedad del Valencia CF | iStock Estadio de Mestalla, campo de fútbol propiedad del Valencia CF | iStock

En el mundo del fútbol existe una máxima: la gestión es importante, pero aunque sea impoluta o hasta moderna, si lo derivado del terreno de juego no funciona, las personas de la cúpula directiva acabarán señaladas. Sucede a veces que personas vinculadas socialmente, por geografía o afinidad, a un club determinado aspiran al reconocimiento que supone presidirlo. Y explotan sin duda a nivel empresarial esa posibilidad, pero en demasiadas ocasiones también acaba penalizando su imagen pública.

Arturo Tuzón fue un dirigente que salvó al Valencia de la ruina, lo saneó, lo devolvió a la Primera División y (posiblemente por necesidad, pero también con cierta visión) creó un entramado de categorías de formación que aun hoy sigue dando buenos frutos. Sin embargo, aunque con el tiempo se ha tendido a poner en valor su figura, el imaginario colectivo lo recuerda más por el cántico "Arturo, suelta los duros", dirigido por el estadio de Mestalla a su persona en el afán de los aficionados de poder ver a su club fichar a un incipiente Romario.

¿Por qué desde hace años, y hasta décadas, se habla de empresarios valencianos interesados en comprar las acciones, pero jamás cristaliza ninguna operación?

Los números nunca han sido sexys, ni siquiera en la era de los algoritmos y la inversión en criptomonedas. De hecho, fueron las promesas de un equipo campeón basado en incorporaciones de relumbrón los que darían el triunfo electoral a su oponente Paco Roig. E iniciarían el camino hacia el auge y la autodestrucción de una entidad tendente a los picos y valles de manera abrupta.

Tanto es así que, con unas cifras sensiblemente mejores que las actuales, los últimos locales en ponerse al frente (Amadeo Salvo y Aurelio Martínez) decidieron que la salvación se encontraba en un magnate de Singapur en lugar de a 100 kilómetros a la redonda. El resultado no hace falta explicarlo ya.

Pero, ¿por qué desde hace años, y hasta décadas, se habla de empresarios valencianos interesados en comprar las acciones, pero jamás cristaliza ninguna operación? Cabe remontarse a un ejemplo que lo clarifica todo, justo antes de la entrada de Juan Soler como máximo mandatario.

Los hermanos Roig (Juan y Fernando) tuvieron e incluso sopesaron la posibilidad real de adjudicarse el paquete accionarial necesario para colocarse al frente de la institución. Pero su deriva a Villarreal y (ya por entonces) Valencia Basket es paradigmática.

En Castellón con una masa social entregada a un proyecto que ya cumple 25 años y acaba de llegar a su segunda semifinal de Champions, controlar el mensaje y aunar voluntades es más sencillo que en la capital de la Comunitat. Y huelga decir que el impacto mediático (y, asimismo, las críticas en torno a él) del baloncesto se relaciona de uno a mil con el mundo del balompié.

En una ciudad donde ni siquiera los poderes fácticos empresariales son capaces de unirse ante problemas reales como la infrafinanciación o el Corredor Mediterráneo, ¿cómo podemos esperar que lo hagan por el fútbol?

Aunque empresarialmente tu éxito sea incontestable, la exposición que supone el Valencia Club de Fútbol en la sociedad es inmensa. Hasta el punto de haber sido testigos de zarandeos a coches o llamadas a boicots de diversos negocios.

A esto se le une una realidad: la Comunitat está plagada de pymes, lo que impide (salvo en coexistencia) la entrada de una única inyección de capital que solvente los problemas generados por Peter Lim. Pero, ojo, derivados de las malas decisiones de perfiles considerados prohombres de la burguesía levantina en su momento.

Finalmente, la realidad choca con el deseo. El club está endeudado, con un estadio por terminar y numerosos problemas abiertos. Lo que supondría un desembolso inmenso de inicio, que debería ir acompañado de un plan apoyado en el dinero de CVC pero también en una gestión impecable en los próximos 10 años.

Y mientras tanto, en una ciudad donde ni siquiera los poderes fácticos empresariales son capaces de unirse ante problemas reales como la infrafinanciación o el Corredor Mediterráneo, ¿cómo podemos esperar que lo hagan por el fútbol, pese a suponer la gran pasión de la mayoría de ellos?

Por eso aquí seguimos, décadas después. Quejándonos como siempre desde entonces. Pero aportando las mismas soluciones. Y el tiempo sigue pasando.

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