
Hace pocas semanas que la prensa internacional habla con intensidad de una posible fusión entre dos de las petroleras más grandes del mundo, la británica BP (antes, British Petroleum) y la anglo-neerlandesa Shell. Según se especula, la operación se estructuraría a través de una OPA de Shell sobre BP y no mediante una fusión entre iguales, dado que la firma de la concha es mucho más grande que su rival. El primer medio que habló de esta posibilidad fue Bloomberg, el 3 de mayo pasado. El contexto internacional de caída de precio del petróleo favorece este tipo de operaciones, en un intento por reducir costes vía sinergias; en este sentido, hay que saber que a mediados de enero de este año el barril de Brent cotizaba a 82 dólares, mientras que a principios de mayo se había desplomado hasta los 60 dólares, con una caída del 27%. En los últimos días se ha observado cierto repunte en los precios, cuando el barril se ha situado alrededor de los 65 dólares.
Otro factor es el descontento de los accionistas de BP, que han visto cómo los beneficios de la compañía han caído a la mitad en el último ejercicio. No es extraño encontrar argumentos entre los analistas que apuntan al giro hacia políticas verdes como culpable de haber causado esta reducción de resultados. Entre los accionistas más revueltos se encuentra el fondo de inversión Elliott Investment Managers, un fondo activista -a diferencia de otros como BlackRock o Vanguard, básicamente enfocados en la gestión pasiva- que quiere utilizar su 5% para presionar a los gestores de la compañía para que abandonen las políticas verdes y regresen a los beneficios elevados. Lo cierto es que las acciones de BP han bajado de forma drástica en los últimos tiempos, lo que ha disparado la alarma de los inversores.
Por su parte, Shell también se ha visto golpeada en bolsa por la caída de los precios del petróleo, pero su gerencia está inmersa en un programa de recompra de acciones muy agresivo que ayuda a sostener la cotización. La razón de esta política es que están convencidos de que las acciones de su empresa cotizan desde hace tiempo con un descuento poco justificable, lo que las hace una inversión atractiva. En todo caso, la diferencia de dimensiones entre ambas compañías es muy a favor de Shell, que tiene una valoración de mercado de 146.000 millones de libras, por los 56.000 millones de BP. En caso de llevarse a cabo la fusión, Europa tendría un jugador de primer nivel, capaz de competir con los monstruos americanos ExxonMobil y Chevron.
Un fuerte vínculo con las fusiones
Por supuesto, esta unión de dos grandes firmas petroleras no sería la primera de un sector acostumbrado desde hace muchos años a moverse a golpe de fusión. Lo que en su día eran las legendarias Siete Hermanas, hoy todavía es una élite más cerrada. La misma Shell, la de la concha, proviene de una fusión entre dos compañías que se unieron en 1907, la neerlandesa Koninklijke Nederlandse Petroleum Maatschappij (o Royal Dutch Company, fundada en 1890) y la británica Shell Transport and Trading Company, fundada en 1897. Por su parte, la BP se llamaba British Petroleum desde 1954, cuando adoptó este nombre en detrimento del anterior, Anglo-Iranian Oil Company (AIOC), establecido en 1935.
Tampoco esta era la marca inicial, porque había sido fundada en 1909 como Anglo-Persian Oil Company (APOC), después de que el multimillonario australiano de origen británico William Knox D’Arcy consiguiera una concesión para hacer prospecciones por parte del Shah de Persia, previo pago de 20.000 libras esterlinas, además de acciones de la futura compañía y un porcentaje de los beneficios. En 1951 el parlamento de Irán nacionalizó la compañía, pero el estatus duró muy poco porque un oportuno golpe de estado contra el primer ministro Mohammad Mosaddegh (1953) permitió recuperar la situación anterior.
En el pasado, también las gigantescas ExxonMobil y Chevron han experimentado operaciones de fusión con Socony, Esso o Socal
En cuanto a las dos grandes compañías americanas que hemos mencionado antes, ExxonMobil y Chevron, también hay una larga historia detrás. La primera de ellas ha estado siempre vinculada a la familia Rockefeller, grandes magnates del petróleo. En 1998, dos grandes compañías, Exxon y Mobil se fusionaron, pero ambas compartían pasado, porque Mobil era la denominación que tomó la Socony en 1963, y la Socony no era otra que la Standard Oil Company of New York, o sea, una de las hijas de la Standard Oil original, la empresa madre de los Rockefeller.
Y resulta que Exxon era la evolución de Esso, una firma surgida también de la Standard Oil, que tomó como denominación las iniciales de la compañía matriz (S.O.). En 1911, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dijo que la petrolera incumplía la legislación antitrust y obligó a dividirla en ni más ni menos que treinta y cuatro compañías más pequeñas. Y de aquí surgieron la una y la otra.
Pero la influencia de esta familia tan poderosa aún va más allá, porque la otra petrolera que hemos mencionado, la Chevron, también tiene origen en el negocio de los Rockefeller. Y es que su nombre anterior era Socal, o sea, Standard Oil of California (también nacida producto del big bang que provocó la sentencia del Tribunal Supremo), hasta que en 2013 adoptaron el chevrón como denominación corporativa (anteriormente, Chevron había sido una marca de sus productos, en un caso parecido al de Repsol, cuando Repesa modificó su nombre para empezar a utilizar el de un producto lubricante que comercializaba). Por cierto, la Socal, antes de cambiar de denominación se había fusionado (1984) con otra de las siete grandes, la Gulf, que pertenecía a la familia Mellon.
Si la fusión entre Shell y BP se llegara a producir, la compañía resultante sería más grande que Chevron en capitalización y quedaría muy cerca de Exxon. Sería la segunda compañía energética del mundo de entre las cotizadas en bolsa.