Managing Partner de Intelectium y Fundador de Firstech Capital

La última década humana antes de que la tecnología lo sea todo

16 de Noviembre de 2025
Patricio Hunt es CEO de Intelectium y General Partner de Firstech Ventures

De tanto en tanto, el mundo cambia de piel. La imprenta, la electricidad, internet... Cada revolución tecnológica empezó siendo “tecnología” y acabó siendo simplemente “vida”. Hoy nos encontramos a las puertas de otro salto igual de profundo, pero mucho más rápido e interconectado: diez plataformas tecnológicas que, entre 2025 y 2035, podrían generar más de ocho billones de dólares en nueva riqueza. 

 

Durante décadas, la innovación ha avanzado por compartimentos: la informática aquí, la biotecnología allá, la robótica en otro lugar. Pero el verdadero cambio se produce cuando todas estas fuerzas se combinan. Hoy, la inteligencia artificial conversa con la robótica; los vehículos autónomos se conectan con satélites; los wearables con el cuerpo humano, y los algoritmos con el cerebro. Estamos construyendo sistemas vivos que aprenden y se optimizan sin intervención humana constante.

"Estamos construyendo sistemas vivos que aprenden y se optimizan sin intervención humana constante"

El resultado será un planeta en el que la frontera entre lo digital y lo físico se difumina. Las fábricas producirán bajo la supervisión de agentes de IA; los médicos se apoyarán en gafas de realidad aumentada y diagnósticos en tiempo real; los robots humanoides asumirán tareas de cuidado y los satélites tejerán la infraestructura invisible de todo ello. 

 

Las grandes transformaciones tecnológicas comienzan con promesas de ruptura, pero llegan a su madurez cuando dejan de ser “nuevas”. Nadie habla ya de la “revolución del smartphone”: simplemente vivimos dentro de él. 

Pasará lo mismo con esta nueva generación. La IA no será una herramienta, sino una capa cognitiva que amplificará todas las demás. La computación cuántica no sustituirá a los ordenadores, pero redefinirá lo que es posible. Y las interfaces cerebro-ordenador, hoy experimentales, serán el siguiente paso natural en la interacción humana.

El reto no es la invención, sino la asimilación. Cómo integremos estas tecnologías en sociedades que aún discuten sobre el teletrabajo o la privacidad digital determinará si esta revolución será inclusiva o elitista. En el año 2000, la burbuja de Internet estalló porque confundimos “potencial” con “presente”. Hoy, el riesgo no es la sobrevaloración, sino la miopía: subestimar la velocidad y el alcance de esta transformación. 

"Cómo integremos estas tecnologías en sociedades que todavía discuten sobre el teletrabajo o la privacidad digital determinará si esta revolución será inclusiva o elitista"

Las tecnologías descritas no son ciencia ficción. Existen, funcionan y escalan. El embudo ya no es técnico, sino mental. Las organizaciones que continúen pensando en compartimentos, como si la robótica, la IA o la energía fueran mundos separados, perderán relevancia más rápidamente de lo que internet hizo desaparecer los videoclubes. El marco del white paper que presento, La revolución de los 8 billones de dólares que nadie te está explicando, propone entender estas plataformas como compounders: sistemas que combinan hardware, software y ecosistemas. La clave no es el dispositivo, sino la red de valor que permite. El iPhone fue poderoso no por su pantalla táctil, sino porque creó un mercado entero de aplicaciones. 

Mientras los titulares se concentran en la IA generativa, otras revoluciones avanzan en paralelo: la robótica redefine la productividad, los satélites democratizan el acceso a datos, la realidad mixta transforma la educación y la neurotecnología abre un nuevo capítulo en la medicina. Cada una de estas plataformas, por sí sola, es disruptiva. Juntas, reescriben el contrato social entre humanos y máquinas. 

"La robótica redefine la productividad, los satélites democratizan el acceso a datos, la realidad mixta transforma la educación y la neurotecnología abre un nuevo capítulo en la medicina"

Cuanto más integrada esté la tecnología, menos visible será. La IA se convertirá en infraestructura, los robots desaparecerán tras la eficiencia y los algoritmos médicos serán tan rutinarios como un electrocardiograma. Cuando esto ocurra, no hablaremos de innovación, sino de adaptación. Y este será el signo de que la revolución ha madurado. 

Estados Unidos lidera la IA y la computación cuántica, Asia domina la robótica y Europa marca el ritmo regulador. Pero más allá de las fronteras, el hecho decisivo será quién construya ecosistemas completos: educación técnica, capital paciente, energía y políticas coherentes. El talento, no los recursos naturales, será la nueva ventaja competitiva. Y el liderazgo se medirá no por patentes, sino por la capacidad de integrar plataformas que generen productividad y bienestar sostenibles. 

Entre 2025 y 2035 se moverán más de ocho billones de dólares en valor económico, pero la cifra es solo un reflejo del verdadero cambio: la posibilidad de redefinir qué significa trabajar, aprender o curarse. Las generaciones futuras verán esta década como nosotros vemos la revolución industrial. Y, como entonces, el reto no será crear máquinas más inteligentes, sino construir sociedades más sabias.

La pregunta no es si esta revolución llegará, sino quién la entenderá a tiempo.

Porque esta vez, la tecnología no lo cambiará todo. Esta vez, lo será todo.