En nuestro mundo no está bien visto pensar en clave pesimista, sino que el “todo es posible” sigue siendo lo que más nos gusta oír. Y si sigues este leitmotiv, evidentemente todo es una oportunidad. Aunque, a veces, cuesta un poco, visto el panorama geopolítico mundial...
Yo no me pronuncio muy a menudo sobre política, pero hay un tema que no he podido nunca ocultar: la aversión que me genera el señor naranja que preside los EEUU. Sigo las noticias de aquel país y sus prolíficas declaraciones, cambios de leyes, aranceles... con especial atención. Y lo hago, precisamente, porque pienso que podemos convertir todo esto en oportunidades. Si no lo hiciera así, pensaría que es imposible que se cometan tantas aberraciones y se digan tantas animaladas sin sentido en pleno siglo XXI.
Y pensando en esta clave positiva, hace días que rumio sobre los titulares que prohíben a los estudiantes extranjeros cursar estudios universitarios en Estados Unidos. Sólo dos datos para entender la dimensión de este cambio y su impacto: el 27% de las personas que hasta ahora estudiaban en Harvard son estudiantes internacionales, sobre todo de China, Canadá, India, Corea del Sur y el Reino Unido. Y se calcula que los gastos de los estudiantes internacionales en los EEUU aportan unos 44.000 millones de dólares a su economía.
Y ahora el “vaso medio lleno” que me ha hecho saltar la alarma positiva: en nuestra ciudad podríamos formar muchos de estos estudiantes “expulsados” del sistema americano gracias a la excelencia de nuestras universidades. Universidades que brillan con una milésima del presupuesto de las americanas, sin casi ningún endowment, con donaciones y subvenciones ridículas en comparación.
"En nuestra ciudad podríamos formar muchos de los estudiantes 'expulsados' del sistema americano"
A pesar de este presupuesto “minimalista”, nuestra posición en los rankings mundiales mejora. La UB se sitúa en la posición 149, la Pompeu Fabra en la 175 y la UAB en la 199. Y si hablamos de escuelas de negocios, aquí sí que podemos sacar pecho: IESE se vuelve a situar en la tercera posición mundial, ESADE en la quinta y EADA ya se encuentra en la 19. Cada vez exportamos más talento y aumenta la cifra de estudiantes internacionales que han estudiado en Barcelona. Algunas de las escuelas de negocios mencionadas aseguran que, en algunos de sus programas, los internacionales superan el 60%.
Tenemos un ecosistema excelente: pensad en el Barcelona Supercomputing Center o en las start-ups del sector salud. Y no podemos obviar que Barcelona es —y será siempre— una ciudad muy atractiva para muchas culturas, que ven, aparte del clima, un lugar seguro para vivir, con cultura, diseño, tradición e historia.
Dos de los países que más estudiantes “exportaban” a los EEUU son la India y China. Y estamos hablando de dos culturas que aman la nuestra. El 49% de las personas provenientes de China que vienen a España lo hacen en Cataluña.
Por lo tanto, ¿qué tiene de extraño pensar en positivo y aprovechar esta oportunidad que nos brinda la locura política de estos tiempos?
Ya sé que la UPC no es el MIT —y perdonad este ejemplo, es puramente metafórico. También sé que hace tiempo que no tenemos ningún premio Nobel (de los nueve que tenemos, dos lo han sido en medicina). Y sé que esto no pasa de un día para otro.
Mi experiencia no es el ámbito académico, por lo tanto quizás lo que digo es una utopía propia de personas poco entendidas en la materia, y me tenéis que disculpar. Pero ¿no sería un sueño hecho realidad que nuestro territorio fuera reconocido globalmente por su excelencia académica? No os lo imagináis, si cerráis los ojos, una ciudad con estudiantes de todo el mundo que contribuyen a posicionarnos con centros de investigación, innovación tecnológica y biomédica… todo creado a través de colaboraciones entre el ámbito académico, el privado y el público. Una ciudad que exporta e importa talento made in Barcelona en todo el mundo.
Evidentemente, esto conlleva cambios. Algunos menos complejos, como aumentar la oferta formativa en inglés, o quizás en chino —como me decían ayer unos amigos académicos. También hay que simplificar los trámites burocráticos para las personas que vendrían de todo el mundo. Y otros que son más difíciles, como solucionar el tema de la vivienda sin perjudicar a los residentes de la ciudad, que hace tiempo que están siendo expulsados a causa de la gentrificación y de los alquileres aberrantes que sólo pueden pagar los nómadas digitales… Ya lo sé, no es fácil.
Esto no sería la Copa América, pero me parece un símil interesante. Si tenemos la “materia prima” para convertirnos en una capital global de formación, quizás tenemos que crear también un lobby para demostrarlo. Tenemos que invertir para evidenciar que damos el primer paso, y lo tenemos que decir bien fuerte y claro.
Y volviendo al símil de la Copa América, habrá personas que verán con malos ojos que formemos talento que después no se quedará en la ciudad. Que pensarán que sacamos recursos a los chicos y chicas nacidos aquí. Pero es una mirada corta.
He investigado cuántos años tardó el MIT en convertirse en un referente mundial. Fue en el periodo posterior a las guerras mundiales, cuando se asignaron considerables fondos públicos a la investigación. Aquel fue el tipping point. Es decir, tardaron unos 40 años.
Yo ya paso de los 50, y me encantaría verlo. Por eso, animo a ponernos a trabajar ya. Antes de que otra de las locas noticias del panorama geopolítico nos haga perder esta rendija de oportunidad.