Esta semana han explotado los termómetros en Sevilla. En este loco mundo que ve cómo la justicia social se desintegra ante nuestros ojos, nos queda un poco de justicia poética: la Cuarta Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo se ha reunido en un momento y lugar donde el asfalto se está derritiendo para hablar del desastre estructural del Sur Global.
Durante toda una semana, han soportado un calor sofocante con el fin de encontrar una solución a los problemas de los países que hemos condenado a unas condiciones de vida sofocantes. 60 delegaciones de todo el mundo, 20 jefes de estado y de gobierno, y once organizaciones sociales. La cumbre ha sido organizada por las Naciones Unidas y tenía como objetivo acordar el Compromiso de Sevilla, con medidas específicas para combatir la deuda, los impuestos y el cambio climático.
Hay pocas esperanzas de que lo consigan, e incluso si lo consiguen, sabemos que no será suficiente: hay que fortalecer el sistema mientras el sistema mismo se transforma. No hay duda de que hacen falta pasos más audaces. Como dijo el mismo secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres: "el sistema de deuda mundial es injusto y está roto".
Hace diez años se adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, junto con muchos compromisos globales para financiarlos. El Sur Global, que no ha recibido los recursos prometidos, se pregunta si esto fue un reflejo del hecho de que dos tercios de los objetivos están lejos de alcanzarse y que cada año se acumula un déficit de cuatro billones de dólares. En 2023, la deuda de los países africanos equivalía al 24,5% de su PIB y tuvieron que usar más dinero para pagar la deuda, que se incluía en la ayuda al desarrollo.
No se trata de un simple ejercicio contable: los tratamientos contra el VIH, la tuberculosis y la malaria se han tenido que suspender en innumerables países en los últimos meses, y no tardaremos mucho en ver las consecuencias. Un tercio de la inversión en sistemas sanitarios del Sur Global se ha suspendido o está en grave peligro.
"El bienestar de unos no se puede construir sobre la exclusión de otros, y el desarrollo no se puede llamar desarrollo si no es equitativo"
Hasta ahora, la cooperación internacional ha sido uno de los pocos consensos morales que hemos conseguido a escala mundial. Hemos criticado, y con razón, sus deficiencias, pero hasta hace poco, sus principios fundamentales parecían indiscutibles: el bienestar de unos no se puede construir sobre la exclusión de otros, y el desarrollo no se puede llamar desarrollo si no es equitativo. Creíamos que la dignidad de la persona —es decir, la dignidad de todas las personas— era un principio indiscutible.
Es una idea podrida. Cuando se abandonan los principios ante las dificultades, queda claro que no eran esenciales, sino simplemente elementos decorativos de conveniencia. El consenso se ha roto, y ahora, a la vista, la irresponsabilidad se disfraza eficazmente, sin necesidad de esconderse. Etiquetamos la injusticia como realismo político. Los recortes, los retrasos y las expulsiones se justifican, como si la cooperación fuera un lujo al que deberíamos renunciar en estos tiempos turbulentos. Las tres D de la política exterior -Desarrollo, Diplomacia y Defensa- se han alineado de una manera única, incómoda y peligrosa. Somos como funambulistas, caminando de puntillas por una cuerda floja, esperando caer.
La cooperación no es caridad: es justicia y equilibrio. La lógica geopolítica no inventó la interdependencia: es anterior, es fundamental. Decir que podemos aislarnos del sufrimiento de los "otros" es inmoral, y también ingenuo. Vivimos en un mundo interconectado y no hay límites para contener el hambre, las pandemias, los conflictos o el colapso climático.
"El sistema global de cooperación necesita una reforma, no es suficientemente eficaz, ha fallado incontables veces y su modelo ha quedado obsoleto"
¿Se debería transformar la cooperación? Sí, sin duda. ¿Cómo? No abandonándola, está claro. El bisturí y la guillotina no son equivalentes. El sistema global de cooperación necesita una reforma, no es suficientemente eficaz, ha fallado incontables veces y su modelo ha quedado obsoleto. El modelo colonialista de caridad que todavía perdura en la mente de muchos se debe superar de una vez por todas.
La pregunta es si queremos un mundo basado en el aislamiento o un mundo construido sobre la corresponsabilidad global. Necesitamos soluciones urgentes, y para ser sinceros: no es filantropía, ni gestos simbólicos, sino la estabilidad del planeta mismo. Quien rechaza esto no solo rechaza el principio de justicia: rechaza la supervivencia colectiva.
La cooperación es una acción política y un compromiso ético, sí: acción y compromiso. Es hora de revivir el diálogo público, de exigir responsabilidad, de recordar que la cooperación no se negocia, se hace. Un mundo que no coopera solo se prepara para el colapso y, aunque no tenemos mucho tiempo, todavía podemos elegir otro camino.
Lo que está en juego no es una simple política pública. Es nuestra capacidad de mirar más allá del corto plazo. Es la oportunidad de construir un mundo donde el desarrollo no sea un privilegio, sino un horizonte compartido. De hecho, si la justicia no nos mueve, al menos el instinto de supervivencia lo hace: la estabilidad del mundo depende del equilibrio que estamos rompiendo.
Nos estamos jugando un futuro compartido o una separación global. Necesitamos el coraje de nombrar y declarar, y ahora es el momento. Ante el colapso, la cooperación es nuestra última opción.