Hace tiempo que Twitter (me niego a llamarlo “X”) tiene un vicio horroroso. Un montón de usuarios se dedican a tomar hilos de contenido curioso para monetizarlos. La mayoría de la información que toman, fotos, vídeos y textos, están sacados directamente de la Wikipedia, generados con IAG, y copiados de hilos en otros idiomas. Al pie de la letra. Es una tortura leer, en la pestaña del “Para ti”, esta amalgama de infoxicación de temas diversos: fotografías sexualizadas de actrices de Hollywood, curiosidades sobre un científico con datos sesgados, clips de vídeos virales… por no hablar de los titulares clickbait.
Dicen que la tecnología es neutral, que no tiene preferencias, que solo es un medio. Pero si esto fuera cierto, no estaríamos todos leyendo las mismas cosas en varios idiomas y con las mismas referencias culturales dispersas.
La realidad digital se plasma también en la calle y hace tiempo que la reivindicamos: ¿Dónde están las lentejas de la abuela y el postre de músico de los restaurantes? Solo se ven sopitas de ramen, tostadas de aguacate y cheesecakes. La cruda realidad tecnológica es que las redes sociales, o las herramientas que utilizamos en el día a día, son una aplanadora de matices, de vivencias y de almas. Somos el cheesecake y el ramen de los bits. Y lo más fuerte de todo, es que las culturas minorizadas como la catalana no están si no las buscas expresamente. La cultura catalana, en el entorno digital, se juega la existencia.
“Las redes sociales, o las herramientas que utilizamos en el día a día, son una aplanadora de matices, de vivencias y de almas. Somos el cheesecake y el ramen de los bits”
El inglés americano es el gran estándar. No solo porque es el idioma vehicular de la tecnología, sino porque también está borrando las pequeñas diferencias entre sus propios hablantes. Encontrar las sutilezas entre el inglés británico, el australiano o el americano es cada vez más difícil. Todo es americano. Me lo decía Genís Roca: “El «Chicken Pie» inglés queda tapado por la receta americana”. Pues ya no te explico el tema de los carquiñoles, estimado. Los algoritmos priorizan lo común por encima de lo específico, y esto para una cultura minorizada es una condena al olvido. En unos años hablaremos de ello, de la misma manera que ahora estamos hablando de la cagada que fue eliminar el Super3 para toda una generación, pero a nivel global.
Es una cuestión muy profunda: nuestra identidad no se limita solo a la lengua, sino también a una forma de vivir que a menudo queda eclipsada por culturas mayoritarias de todo el mundo. Los carquiñoles, los panellets, la mona del Lunes de Pascua o el fricandó de la abuela tienen una liturgia alrededor, podemos ir a tomar un suizo en la calle Petritxol, podemos vivir la Patum desde dentro, las calçotades con salsa salvitxada, o los gigantes típicos y particulares de cada pueblo y ciudad. Todo esto son elementos que nos definen y que, si no tienen presencia en el espacio digital, acaban siendo engullidos por un relato global uniformador.
Ahora que estamos viendo cómo el catalán, como lengua, está condenado al olvido porque la humanidad que reside en Catalunya encuentra más fácil convivir con la lengua que ya habla, nos queda pendiente dar a conocer nuestra cultura. Yo no quiero hablar de Halloween en catalán, quiero que también se pueda hablar de la Castañada en inglés, catalán, castellano, tagalo y mandarín. En los libros, pero también en los vídeos de TikTok, en los hilos de Twitter, en los posts de Instagram y en los entrenamientos de los LLM.
“Quiero que también se pueda hablar de la Castañada en inglés, catalán, castellano, tagalo y mandarín en los vídeos de TikTok, en los hilos de Twitter, en los posts de Instagram y en los entrenamientos de los LLM”
“Ese restaurante que nadie conoce y que está a 20 minutos de Barcelona”, y te aparece un menú de sushi en Mataró. Mira, no. Así no. Que muy bien el restaurante de sushi, pero para hablar de calçots y butifarra con judías solo hablamos de esmorzars de forquilla, cuando debería ser una comida normalizada en nuestra casa.
Pero esto no va de política, o no solamente. Va de cultura digital, de supervivencia digital. No podemos esperar que mientras estamos luchando por la defensa de la lengua, nos desaparezca la cultura en el entorno tecnológico. Nuestras instituciones, entre subvenciones, notas de prensa y discursos, no siempre tienen la velocidad, el conocimiento o la eficacia que la tecnología requiere. Hace falta un activismo digital que vaya más allá de la nostalgia y entienda que la única manera de estar presentes en la red es exigiéndolo, haciéndolo y organizándonos.
“Hace falta un activismo digital que vaya más allá de la nostalgia y entienda que la única manera de estar presentes en la red es exigiéndolo, haciéndolo y organizándonos”
Tenemos la Fundació .cat —recientemente renombrada Accent Obert—, que hasta hace cuatro días vendía dominios .cat en un entorno donde cada vez menos se visitan webs. Tenemos Softcatalà, que a través de voluntarios hace un trabajo incansable para traducir y adaptar herramientas digitales al catalán, a menudo con más vocación de resistencia que de conquista. Y finalmente está Òmnium Cultural, que realiza una tarea imprescindible en la defensa de la cultura catalana, pero aún debe asumir una visión más digital para garantizar su presencia efectiva en Internet. ¿Pero quién defiende que los catalanes y nuestra cultura sigan existiendo en Internet? No hablamos de lengua, hablamos de cultura en la red.
¿Hay esperanza? Sí, pero no si esperamos que la solución venga de arriba. Necesitamos más programadores que desarrollen en catalán, más creadores de contenido que lo utilicen sin justificarse todo el rato, más usuarios que los consuman, más empresas que lo implementen sin miedo. Y sobre todo, necesitamos entender que la cultura catalana en el mundo digital no se mantendrá sola: o estamos, o no estaremos.