El 11 de septiembre conmemoramos que la lucha por la soberanía política de Catalunya continúa. ¿Que hace demasiados años? Sí. ¿Que cada año es más urgente que el anterior? Cojan un cercanías de Renfe.
La Diada se vuelve cada año que pasa más en un día de futuro que no de memoria. Un futuro que se proyecta cada vez a más ámbitos de soberanías que aún no tenemos. Si en el siglo XIX la batalla era por el territorio y los estados llegaban hasta donde sus ejércitos eran capaces de controlar; y en el XX la batalla era por las ondas y los estados llegaban hasta donde lo hacían sus antenas, hoy la batalla es por el control de los datos, de las infraestructuras y de la inteligencia artificial: quien controla estos recursos articula poderes que rivalizan con los de los estados.
Dependencia
Catalunya y, por extensión, Europa, son hoy colonias digitales. Nuestros datos se almacenan en servidores de grandes corporaciones norteamericanas o chinas. Los programas con los que trabajamos cada día —del correo electrónico a las herramientas de videoconferencia— están controlados por actores externos, que en general no nos caen demasiado simpáticos. Los chips que hacen funcionar nuestras máquinas —desde la tostadora al coche, pasando por el móvil— llegan de Asia o de Estados Unidos. Y los modelos de inteligencia artificial, a los que damos capacidad de decisión sobre servicios públicos, son de San Francisco, Seattle o Shenzhen, las nuevas sedes de la soberanía económica, política y cultural.
La UE ha reaccionado tarde y mal a cada nueva iteración de privatización de soberanía popular, y no ha sido hasta los últimos años que ha puesto la soberanía digital en la agenda. Regulaciones pioneras, como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), la Ley de Mercados Digitales o la reciente Ley de Inteligencia Artificial, son necesarias, pero no suficientes. Si queremos soberanía digital de verdad será necesaria una revolución.
"La UE ha reaccionado tarde y mal a cada nueva iteración de privatización de soberanía popular, y no ha sido hasta los últimos años que ha puesto la soberanía digital en la agenda"
Revolución
Como tenemos el diagnóstico claro, hacer la revolución parece —como todas las revoluciones— fácil sobre el papel... si estamos de acuerdo en asumir las consecuencias:
Primero, deberíamos tratar de tener los datos bajo soberanía propia. Seguir dependiendo de servidores sometidos a legislaciones extranjeras es el camino más rápido hacia la irrelevancia geopolítica. Nuestros datos personales y corporativos deben residir en Europa, con garantías completas de privacidad y seguridad. Iniciativas como DNS4EU —espacio europeo digital seguro— intentan responder a esta necesidad. DNS4EU es un servicio europeo de resolución DNS, privado, seguro y al margen de legisladores externos.
"Seguir dependiendo de servidores sometidos a legislaciones extranjeras es el camino más rápido hacia la irrelevancia geopolítica"
En segundo lugar, necesitamos infraestructuras y software europeos. La dependencia actual de nubes americanas o microchips asiáticos es un punto débil geopolítico. Es necesario construir un “EuroStack” tecnológico que incluya chips, nubes soberanas, software abierto y alternativas locales. El EuroStack es un conjunto organizado e interoperable de tecnologías digitales, apiladas desde la base física hasta las aplicaciones inteligentes, con el objetivo de construir una infraestructura europea sólida y soberana. Esta propuesta ya está sobre la mesa, con un presupuesto propuesto de 300.000 millones de euros para la próxima década.
En cuanto a la inteligencia artificial, un primer paso sería obligar a que toda aquella que se despliegue en la UE deba ser respetuosa con sus valores fundacionales. El segundo paso debería ser desarrollar modelos genuinamente europeos que, al serlo, ya llevarían los valores de diversidad idiomática, cultural y social incorporados.
También es clave disponer de una legislación que no sólo regule, sino que impulse la industria. El Brussels effect —la influencia global de nuestras normas— es una ventaja, pero solo si hay empresas competentes detrás que puedan materializar alternativas reales.
"El 'Brussels effect' es una ventaja, pero sólo si hay empresas competentes detrás que puedan materializar alternativas reales"
Y, por último, la soberanía digital necesita dinero y cooperación estratégica. No se construye sólo con discursos, sino con inversiones donde toca en I+D, startups y proyectos públicos y privados que consoliden un ecosistema digital propio. En esta línea, la Comisión Europea ya ha anunciado una inversión de 1.300 millones de euros en IA, ciberseguridad y competencias digitales dentro del programa Digital Europe 2025-2027.
e-mbéciles
Como la soberanía catalana, a cada año que pasa, la soberanía digital europea es más perentoria: nos jugamos el futuro económico, geopolítico y, más importante, el futuro democrático. La pandemia y la crisis de los microchips demostraron lo expuestos que estamos cuando dependemos de una cadena de distribución global. El inicio de la guerra en Ucrania nos recordó la importancia de la soberanía energética. La soberanía digital no es menos importante: sin control de los datos y de las infraestructuras, no hay libertad real. Se lo pueden preguntar a los inmigrantes detenidos en EEUU, sometidos a un seguimiento continuo gracias al Immigration OS de la empresa Palantir.
“Los catalanes hace 500 años que estamos haciendo el imbécil. ¡No se trata de dejar de ser catalanes, sino de dejar de hacer el imbécil!”, escribió Joan Sales a Mercè Rodoreda el 4 de octubre de 1962. Una frase desgraciadamente atemporal, a menudo mal citada y que tiene el don de que generaliza muy bien. Si la aplicamos a Europa y al ámbito digital podríamos decir: “Los europeos ya hace 50 años que estamos haciendo el e-mbécil. No se trata de dejar de ser europeos, sino de dejar de hacer el e-mbécil”. Como en el caso de los catalanes, esto implica enfrentarse con el poder actual: cuestionar sus monopolios, fomentar el uso de código abierto en administraciones y empresas, priorizar soluciones locales en la contratación pública y exigir que las grandes tecnológicas paguen impuestos donde realizan la actividad. Y si por el camino tiene que caer alguna red social, ya lo celebraremos.
"La Diada nos recuerda que la soberanía nunca se consigue por concesión, sino por convicción y acción colectiva"
La Diada nos recuerda que la soberanía nunca se consigue por concesión, sino por convicción y acción colectiva. Del mismo modo que ningún estado decimonónico regala la independencia, ninguna gran tecnológica tampoco nos regalará la independencia tecnológica: debemos lucharla. Y la lucha está en cada clic, en cada meme que reenviamos, en cada plataforma que pagamos y en cada medio de comunicación local que dejamos de hacerlo. La revolución para dejar de ser e-mbéciles, como todas, no será demasiado amable con el statu quo y hará víctimas, que siempre serán menos que si no hacemos nada. Buena Diada a todos.