Politóloga y filósofa

Desmitificando los premios Nobel

17 de Diciembre de 2025
Arianda Romans | VIA Empresa

Imaginad que, en algún momento remoto de mi vida, me hago inmensamente rica. Gano mucho, muchísimo dinero, mucho más del que seré capaz de gastar en toda una vida, mucho más del que cualquier persona puede llegar a necesitar jamás. Gano tanto dinero que me siento fastidiosamente rica, y pienso que debería hacer algo bueno por la humanidad. Tengo uno de esos momentos de millonaria con mala conciencia en los que considero que debo devolver una parte de la suerte financiera que he tenido. Pienso durante semanas de qué manera puedo gastar ese dinero, dónde puedo invertirlo para que tenga sentido y contribuya a hacer de nuestro mundo un lugar mejor para vivir.

 

Quizás podría construir escuelas, quizás donar dinero a alguna organización que ya haga un buen trabajo. Al final, me inclino por una propuesta mucho más original: impulsar unos premios en unas categorías que considero esenciales para el progreso de la humanidad y otorgarlos anualmente a las personas que encuentre más relevantes. Además, para garantizar que mi legado perdure después de mi muerte, crearé un comité que vele por su continuidad. Las categorías las elijo yo según lo que me parezca, aconsejada por algunas personas que me dirán si es o no una buena idea. Finalmente, decidimos que serán: Física, Química, Medicina, Literatura, Paz y Economía. ¿Os suena?

Esto mismo es lo que hizo Alfred Nobel, un científico, inventor, ingeniero, escritor e industrial sueco que vivió de 1833 a 1896. Si bien su carrera científica fue prolífica, se le conoce y reconoce sobre todo como el inventor de la dinamita. Nació en una familia de Estocolmo rodeada de ingeniería e invenciones, y vivió en diferentes países a lo largo de su vida (algo poco común en aquel momento), entre ellos Italia, Francia y Rusia. Patentó más de 350 inventos y generó una gran fortuna vinculada a la industria de los explosivos y el armamento, especialmente a raíz de la comercialización de la dinamita (patentada en 1867).

 

También hablaba cinco idiomas, y se dice que su interés por la humanidad fue influido por su amistad y correspondencia con la pacifista Bertha von Suttner, que durante un tiempo fue también su secretaria. El rumor dice que ella influyó notablemente en su visión sobre la paz y en la creación del premio en esta categoría. A pesar del éxito de sus descubrimientos, en una ocasión se le describió como “el comerciante de la muerte”. Esta afirmación le afectó profundamente, y decidió que, para devolver algo positivo a la humanidad, crearía estos premios.

"La legitimidad de los Nobel parece inamovible. Se asume que, por haber sido instituidos por una persona ya fallecida y otorgados desde un país como Noruega, son de los más prestigiosos"

Hoy en día, la legitimidad de los Premios Nobel parece inamovible. Se asume que, por el hecho de ser unos premios establecidos por una persona ya fallecida y otorgados desde un país percibido como neutral como Noruega, este reconocimiento es uno de los más prestigiosos que puede recibir cualquier persona. En los últimos meses, especialmente a raíz del Premio Nobel de la Paz, se ha hablado mucho de la injusticia que representa que personas como Donald Trump sean nominadas. En primer lugar, cabe destacar que Donald Trump no es la peor figura que se ha considerado jamás para un premio de este nivel. Y, en segundo lugar, que la legitimidad de los Premios Nobel es, en realidad, una legitimidad construida.

Al fin y al cabo, son unos premios que se deciden desde un despacho de la Universidad de Oslo, sin ningún baremo universal que determine quién es o no merecedor del galardón. Sí, ofrecen dinero, prestigio y apoyo en muchos casos, han honrado a personas de enorme relevancia, pero también han premiado a otras que, según muchas opiniones, no lo merecían. Incluso hay galardonados que nunca han ido a recoger el premio. Y si no, podemos preguntárselo a **Bob Dylan**, a ver cuándo piensa pasar a buscar el diploma. Los Premios Nobel son eso: unos premios muy reconocidos y bien dotados económicamente, pero también el resultado de un multimillonario con remordimientos que quiso hacer algo de provecho. No nos confundamos ni los mitifiquemos: ganar un Nobel puede quererlo todo para algunas personas, pero también puede no querer nada para otras. Quizás la pregunta que deberíamos hacernos no es quién gana los Nobel, sino por qué los consideramos tan importantes