Algunos recuerdan 1985 como el año en que Michael Jordan debutaba en la NBA. Pero en Catalunya, en una oficina pequeña y cargada de pantallas de fósforo verde, un grupo de pioneros escribió otra clase de historia. No precisamente en las canchas de baloncesto, sino en los disquetes: el nacimiento de Guillem de Berguedà, el primer videojuego en catalán que hemos podido documentar.
Este mayo, en Barcelona, lo hemos vuelto a cargar 40 años después. No por nostalgia, sino por justicia. Porque el videojuego no es solo entretenimiento: es cultura, innovación y memoria. Y porque aquel juego, programado por Joan Argemí en el Centre Divulgador de la Informàtica (CDI), fue un acto de servicio público en forma de píxeles. Una pieza clave de nuestro patrimonio digital que nunca había sido explicada con profundidad… hasta ahora.
"El videojuego no es solo entretenimiento: es cultura, innovación y memoria"
El Guillem de Berguedà no salió de un garaje de Silicon Valley, sino de un centro público promovido por la Generalitat de Catalunya. El CDI fue impulsado por el diputado y emprendedor Santi Guillen, que vio en Europa lo que aquí aún parecía ciencia ficción: el uso masivo de la informática en las empresas y en la sociedad.
Con un equipo de 30 personas, el CDI ofreció formación gratuita a más de 100.000 ciudadanos, desarrolló software educativo e incluso videojuegos para escuelas agrarias y la Academia militar de Talarn. Todo ello con una visión: democratizar la tecnología y entender quién la usaba. Por eso, Guillem de Berguedà escondía una encuesta jugable. Sí, un videojuego que, a través de encuentros con NPC, recogía datos sociológicos. Una muestra brillante de lo que hoy llamaríamos user analytics… antes de que existiera un analista de datos como lo conocemos en 2025.
La elección del personaje no era casual. Guillem de Berguedà fue un trovador del siglo XII que no se cortaba ni un pelo: criticaba a nobles, vizcondes y todo lo que olía a poder. Os copio un fragmento de su obra:
Y me place cuando veo caer a los malvados,
como aquel cerdo sucio del vizconde de Urgell,
traidor, falso, y sin honor,
que vale menos que un perro sin lengua.
Joan Argemí, abogado, historiador y apasionado de los juegos, adaptó su vida a un formato inimaginable entonces: un videojuego en catalán. No un documental, no un libro. De hecho, el CDI defendía la cultura del aprendizaje a través del juego, y la informática no era un caso aislado.
"El CDI defendía la cultura del aprendizaje a través del juego, y la informática no era un caso aislado"
Con más de 5.000 copias distribuidas para Commodore, Spectrum y Amstrad, el juego tenía una voluntad clara: llegar allí donde los libros no podían. Tal como explicaba el medievalista Martí de Riquer (que asistió a la presentación oficial del juego en la Reial Acadèmia de Bones Lletres), él había llegado a unas 300 personas con sus publicaciones. En cambio, el juego llegó a miles de catalanes. Cultura popular, literalmente.
Pero la historia no acaba aquí. Gracias a una investigación digna de arqueología digital, liderada por figuras como Albert Murillo, Francesc Xavier Blasco, Albert Garcia, Eusebi Graners y Andreu Veà, hemos descubierto muchísimas piezas de un puzle infinito.
La primera, y es gracias al incansable trabajo del sabio de la cultura digital y dispersa Francesc Xavier Blasco, es que el juego es mejor de lo que la gente recuerda. Rompamos ya una lanza a favor de un artefacto que forma parte de dónde venimos. Pero también, muy importante: que el segundo casete incluido con el videojuego escondía otra joya: un juego en 3D tipo Doom, completamente desconocido hasta hace pocos meses. Una muestra más del talento y la innovación de un equipo que trabajaba a años luz de su tiempo.
Y ahora un cliffhanger que nadie se esperaba el año en que se celebran los 40 años del primer videojuego en catalán: Quizás Guillem de Berguedà no fue el primer videojuego en catalán.
En Catalunya, antes ya había videojuegos hechos en nuestra casa como Altair (1980), Draco (1981), Escalador Loco (1983) o Autostopista Galáctico (1983). En estos casos no, pero hemos visto que existe la posibilidad de que haya algún ejemplar anterior a 1985 en catalán camuflado entre lógicas de distribución casera y etiquetas anglosajonas. La viuda de Joan Argemí nos ha revelado que él mismo había creado otros juegos, con elementos en catalán, que esperan ser redescubiertos.
Este no es solo un ejercicio de nostalgia. Es una llamada a la acción. A reivindicar, pero también a investigar. A recuperar el hilo que conecta a los pioneros con los creadores de hoy. A creer que el patrimonio digital catalán no solo existe, sino que tiene futuro si lo sabemos explicar, preservar y amar. Porque cada línea de código del pasado puede ser la semilla de una nueva industria creativa con acento propio.
"Cada línea de código del pasado puede ser la semilla de una nueva industria creativa con acento propio"
Recuperar esta memoria no es solo un acto de justicia histórica, es también una apuesta de futuro. Hoy, la industria del videojuego es una de las más dinámicas del mundo, y Catalunya juega un papel central. Estudios como Digital Legends, Undercoders, JanduSoft o Social Point, y creadores como Conrad Roset, Mariona Valls o Carlos Coronado han situado nuestro país en el mapa global de la creatividad interactiva. Esta industria genera empleo cualificado, exporta talento y contribuye a una economía digital con identidad propia. Y sobre todo, sigue siendo la puerta de entrada a la informática y al pensamiento computacional para miles de jóvenes. Entender su pasado es entender mejor el potencial de lo que tenemos entre manos y saber hacia dónde vamos.
Como ocurre con las Homilies d’Organyà (1204) y el Llibre dels Jutges (1060) con la literatura catalana, quizás nunca sabremos cuál fue, objetivamente, el primer videojuego en catalán. Pero como en el caso de la lengua escrita, el debate nos obliga a mirar atrás con rigor y hacia adelante con ambición. Porque mientras algunos aún discuten si el videojuego merece ser considerado “cultura”, unos pioneros ya lo estaban programando en BASIC, con acento catalán.