Etnógrafo digital

Redes sociales: hora de pasar cuentas

15 de Mayo de 2025
Josep Maria Ganyet | VIA Empresa

Si antes el espacio natural de juego de los niños era el parque o el patio, ahora es TikTok, Instagram o YouTube. El cambio no es solo de analógico a digital: es de físico a incorpóreo y de autogestionado a dictado por algoritmos. Psicólogos, educadores y científicos sociales empiezan a medir los efectos, y parece que no nos gustan demasiado.

 

La cuestión de fondo es cómo regulamos la entrada, las reglas y la propiedad de este patio virtual. Queda lejos aquella visión tecno-hippy de la red como un espacio igualitario concentrado en aquella viñeta de Peter Steiner de 1993 donde dos perros delante de un ordenador decían: “En internet nadie sabe que eres un perro”. La red se ha convertido en un espacio feudal en manos de cuatro que lo saben todo de nosotros, también de nuestros niños.

"La red se ha convertido en un espacio feudal en manos de cuatro que lo saben todo de nosotros, también de nuestros niños"

Cada nueva tecnología ha encendido alarmas sobre sus efectos en los jóvenes. En los años 50, los tocadiscos y el rock eran acusados de corromper la juventud; en los 60, los cómics; en los 70, la tele; en los 80, el rap; en los 90, los videojuegos; en los 2000, internet; en los 2010, los móviles. Hoy las redes sociales son el nuevo terreno de juego y de disputa. Y, como en las pasadas iteraciones “de corrupción de la juventud”, la solución fácil es responder con prohibiciones o controles estrictos (que sea la solución fácil no la hace menos válida). ¿Prohibición? ¿Control de acceso? ¿Meritocracia digital? ¿Carnet de e-puntos?

 

De métodos de control de acceso a contenidos tenemos experiencias. El cine se inventó aquello de “para mayores de 18 años” y la tele de los 70 los dos rombos que salían en la pantalla si el contenido era subido de tono (lo que sea que fuera “subido de tono” en la España nacionalcatólica de Franco). Con la eclosión del rap en los 80 y sus letras explícitas —sexualmente y violenta— se creó la famosa etiqueta “Discreción Parental” (la etiqueta se acabó convirtiendo en una marca de autenticidad). Hoy, las series de las plataformas muestran antes de empezar toda una serie de iconos indicativos de todo lo malo que sale: sexo, palabrotas, drogas, violencia y no sé cuántas cosas más (me hacen mucha gracia las de White Lotus).

¿No podríamos hacer lo mismo con las redes sociales? ¿Los contenidos podrían ir etiquetados —por editores o por IA— y que los usuarios los vieran según edad? Sí, pero habría que superar tres problemas. El primero es el de saber la edad del usuario. El control de declaración voluntaria de edad al registrarse en una red social solo sirve para que los niños aprendan de buenas a primeras que mentir es lo que se hace en la red. ¡La farsa, en las redes sociales, empieza antes de estar! Sin embargo, las empresas propietarias saben perfectamente quién es quién y la edad que tiene. Un algoritmo censor podría ir cerrando sin piedad cuentas de menores con un alto grado de acierto. Aquí es donde radica el segundo problema: esto supondría perder negocio presente, y, sobre todo, negocio de futuro. Lo sabemos por los casos contra Instagram que hay judicializados donde Meta, a pesar de ser consciente del efecto nocivo de la red entre los más jóvenes, no hizo nada. Y la tercera y más reciente: con la barra libre digital del trumpismo, las redes sociales han reducido aún más sus ya mermados —inexistentes, en el caso de X— equipos de moderación. Mención especial para Mark Zuckerberg, que decidió trasladarlos de California a Texas “para evitar sesgos”: se ve que la gente de Texas vive en el mundo de las ideas.

En vista del éxito, han sido los reguladores quienes se lo han empezado a plantear. El mejor momento para exigir a las tecnológicas soluciones de verdad en cuanto a la protección de los menores era en su inicio, ahora ya hace unos 20 años. El segundo mejor momento es ahora. Francia, por ejemplo, ya estudia requerir un certificado digital de edad. China directamente impone toques de queda en internet para los adolescentes y les limita el tiempo de pantalla entre semana.

"El mejor momento para exigir a las tecnológicas soluciones de verdad en cuanto a la protección de los menores era en su inicio, ahora ya hace unos 20 años. El segundo mejor momento es ahora"

España, a su vez, aprobó en marzo la Ley de protección de los menores en entornos digitales que eleva de 14 a 16 años la edad mínima para abrir una cuenta en las redes. Las redes lo tendrán que validar con un certificado de edad digital. Este certificado solo revelará si el usuario es mayor o menor de la edad legal requerida, sin exponer ningún dato personal adicional. Un solo bit de información con el mejor de los dos mundos: un sistema de control de edad que a la vez es respetuoso con la privacidad. Aleja la tentación del Gran Hermano digital. Francia y España lideran esta iniciativa de regulación y quieren extender su modelo a la UE.

Australia, por su parte, ya ha convertido en ley la prohibición de que cualquier menor de 16 años abra o mantenga una cuenta en redes sociales como TikTok, Snapchat, Instagram, Facebook o X (extrañamente, YouTube queda al margen). La Online Safety Amendment Act da a las plataformas hasta diciembre de 2025 para desplegar sistemas de verificación de edad robustos, bajo amenaza de multas de hasta 50 millones de dólares australianos (30 millones de euros). Australia es el primer estado que establece por ley un mínimo de 16 años para acceder a las grandes redes sociales.

Las empresas tecnológicas saben que en el público joven se juegan el futuro. Cuando se ven forzadas por la regulación, a menudo lo hacen a regañadientes y con soluciones de mínimos con sistemas de verificación de edad basados en IA que fallan más que una escopeta de feria; o con versiones “seguras para menores” de las aplicaciones, que acaban siendo parques infantiles poco atractivos (alguien recuerda ¿YouTube Kids?).

"Las empresas tecnológicas saben que en el público joven se juegan el futuro"

El teórico de los medios y educador Neil Postman decía que ante cada nueva tecnología hay que hacerse la pregunta: “¿Qué problema quiere solucionar?”. Una pregunta que el mejor momento para hacernos era ahora hace veinte años y el segundo mejor momento es ahora. Postman veía la tecnología como un pacto faustiano en el que por cada ventaja que nos aporta una nueva tecnología siempre hay una desventaja: “La tecnología da y la tecnología quita”. La clave es hacer números y ver el cómputo final. Las normativas que los estados quieren imponer a las plataformas son precisamente eso: una regulación que lo que pretende es hacer que la suma sea para la sociedad.