Etnógrafo digital

Apocalipsis y vacaciones

01 de Mayo de 2025
Josep Maria Ganyet | VIA Empresa

"Necesito un apocalipsis o, como mínimo, unas vacaciones". Así comienza el libro El año de la plaga de Marc Pastor en uno de esos inicios que lo tienen todo: introduce la acción, invita —casi obliga— a continuar leyendo y es, sobre todo, memorable. Tanto, que cada vez que sucede un hecho excepcional —disruptivo, en siliconvallés— no me lo puedo sacar de la cabeza. En menor o mayor grado me pasó cuando se cerró el tránsito aéreo en Europa por la erupción del volcán Eyjafjallajökull, por la pandemia de la covid-19, los primeros días de la invasión a Ucrania y por las dos victorias de Trump. No me pasó durante el ataque a las Torres Gemelas del 2001; el libro de Marc Pastor es del 2010.

 

Aquél lunes estaba en 3CAT (¿TV3? ¿Teletrés?), en el programa matinal Tot es mou (¿La Melero?) porque tocaba hablar de la IA que Meta nos ha activado a todos en WhatsApp sin solución de continuidad. A pesar de no ser consciente, me di cuenta de que pasaba algo al entrar al baño, que estaba a oscuras y del grifo solo caía un hilito (posteriormente, por las experiencias compartidas en las redes sociales supe que muchos grifos también dependen de la electricidad).

El comedor también estaba a oscuras y, como ya era casi la una, decidí comer allí rápido. Fue entonces, conectándome a Bluesky, que vi que aquello no era un problema de TV3 sino que “era de ellos”. Aunque no se sabe todavía quiénes son ellos (Gobierno, Red Eléctrica, las comercializadoras, furones…)

 

Cuando de pequeño se iba la luz de casa lo primero que hacíamos era salir al rellano de la escalera y mirar si había luz. Si en la escalera no había y te encontrabas con el resto de vecinos quería decir que no era que habían “saltado los plomos” de casa y “es de ellos”, que decían los mayores. El lunes, el equivalente a salir al rellano fue salir a las redes y ver que era de ellos y que la finca sin luz era toda la península Ibérica. Y en aquellos momentos de incertidumbre, también Andorra, la Catalunya Nord y partes del Norte de Italia.

Eran pasadas la una del mediodía y no era consciente de la magnitud de la tragedia, simplemente porque a mí no me afectaba: el wifi de los platós de TV3 continuaba funcionando y mi móvil tenía aún cobertura telefónica. El primero funcionaba con las baterías y generadores de la tele, la segunda con las baterías de las torres de telefonía que se acabarían al cabo de una hora. Después de cuatro tuits sobre apocalipsis y colapsos en Bluesky me encaminé hacia Barcelona en coche.

"El lunes, el equivalente a salir al rellano fue salir a las redes y ver que era de ellos y que la finca sin luz era toda la península Ibérica"

Fue al ponerme en la autopista que me di cuenta por dos razones: por el colapso monumental de entrada y sobre todo porque en RAC1, a la hora de Marc Giró estaba el Basté. Sentir al Basté fuera de hora solo puede querer decir que ha pasado algo gordo o que el Barça ha ganado algún título. Y el partido de Champions era el miércoles. Que haya atascos para entrar por la Diagonal entra dentro de la anormalidad que hemos normalizado, pero lo que había era un colapso monumental que recordaba a los de las películas apocalípticas.

Me pasó por la cabeza la serie apocalíptica y premonitoria francesa El Colapso (L’Effondrement) del 2019. En cada episodio, y en plano-secuencia —explora los escenarios resultantes de la caída de las redes: de movilidad, de distribución, de seguridad, sociales (en el sentido de sociedad, no de red digital). En concreto, me parecía vivir el segundo episodio, uno de los más impactantes, donde la supervivencia pasa literalmente por llenar el depósito en la gasolinera.

Yo no tendría este problema. Tengo un VW ID.4 eléctrico que llevaba al 40% de carga y eso me daba unos 200 km de autonomía (nota al margen: VW ha superado a Tesla en ventas de eléctricos en Europa). Además, completando el kit de supervivencia avant la lettre, a raíz de la pandemia, en casa decidimos poner placas solares en el tejado para poder sobrevivir en caso de apocalipsis.

"Sentira el Basté fuera de hora solo puede querer decir que ha pasado algo gordo o que el Barça ha ganado algún título"

Mención aparte para la radio, la del coche, la de transistor, el receptor de onda corta y banda aérea que me había llegado diez días antes. Resulta que la red que no falló fue la de la radio. Y eso, que es muy bueno, también puede ser muy contraproducente. Cuando has de llenar durante 24 horas decenas de canales de radio (y tele para los que la podían ver) con contenidos tienes un problema, especialmente cuando no hay información de canales oficiales fiables. Por la radio y el clic circularon titulares de toda mena: un ciberataque, un cambio súbito de temperatura, un incendio en Narbona, Andorra sin luz, que si se hace oscuro y la ciudad se prepara para los saqueos, que si de Bruselas dijeron que tuviéramos un kit de supervivencia porque “los de arriba” saben cosas… de todo. Y porque no he entrado en X a ver la conspiranoia general.

Todos sabemos que los medios no explican la realidad, sino que la crean. Una foto de una manifestación no explica la misma historia si el fotógrafo encuadra a los manifestantes o si lo hace con el cordón policial que tiene delante: el hecho es el mismo, la historia no. No, no digo que las radios del país crearan un pánico como el que Orson Welles provocó el año 1938 en Nueva Jersey con la emisión de la Guerra de los Mundos. Más que nada porque no pasó nunca; es un caso claro de fake news orquestada por los diarios a partir de un par de anécdotas con el objetivo de desprestigiar el naciente medio radiofónico que les estaba quitando publicidad.

Dejo para los expertos en comunicación si el papel de las radios no debería haber sido el de acompañar a la población con la programación habitual con las líneas abiertas a toda información relevante, más que el de ir informando que no hay información, intercalándolo con cortes de películas y series de catástrofes como los de El Colapso. Lo resumía muy bien el filósofo y humorista Magí Garcia en su Instagram cuando decía al día siguiente que “En días como el de ayer es importante seguir la radio para mantenerse perfectamente informado de las últimas fake news.”

Mucha gente descubrió la radio analógica aquel día y mucha otra descubrió que no tenía. La Anna, una compañera de trabajo de Gràcia me explicaba que después de hacer muchp rato de cola en un supermercado regentado por una persona paquetistanizada, el cliente de delante suyo le compró todas las velas, pilas y radios. Demasiados años de posguerra han hecho que llevamos el estraperlo en la sangre.

También fueron muchos los que descubrieron que tenían vecinos. Una vez se acabaron las baterías de las antenas de telefonía, la gente se quedó sin redes sociales, descubriendo con sorpresa que las redes sociales ya existían antes: la escalera, la calle, los que van al mismo colmado o los que juegan a la botifarra los jueves.

"Fue como una anti-pandemia: en lugar de encerrados en casa conectados a internet estábamos en la calle conectados a la vida"

Como cuando se iba la luz antes y salíamos al rellano a ver si “es de ellos” volvimos a salir a la calle —yo lo hice y re-descubrí vecinos—. Y escuchamos la radio en los coches o al transistor los que teníamos. Muchos de otros descubrieron que Netflix va con luz y que por la noche se puede leer un libro con una linterna de camping de aquellas que se cargan a manivela.

En cierta manera fue como una anti-pandemia: en lugar de encerrados en casa conectados a internet estábamos en la calle conectados a la vida, oscura, pero vida no obstante. Un poco como cuando hacemos vacaciones. Aquello que pedía el protagonista de Marc Pastor al inicio de El año de la plaga, pero en lugar de ser una cosa o la otra fue todo junto: un apocalipsis y unas vacaciones donde desconectamos de todo.