Antoni Vila Casas (1930-2023)

Conocido por su faceta de empresari del sector farmacéutico, fue un modelo a seguir y no sólo como patrón

 El empresario farmacéutico y mecenas cultural Antoni Vila Casas | Cedida a la ACN por Pablo Román El empresario farmacéutico y mecenas cultural Antoni Vila Casas | Cedida a la ACN por Pablo Román

Cuando faltaba un minuto para las doce y media del mediodía del sábado, la Fundación Vila Casas emitió un tweet informando de la muerte de su presidente y fundador, Antoni Vila Casas. En el comunicado aseguraban que "continuaremos trabajando para ser dignos de su legado, de su compromiso con el arte y la sociedad, y de su ambición de futuro". Un propósito muy loable, pero a la vez una tarea titánica, porque Vila Casas fue un gigante en todos estos ámbitos.

Conocido por su faceta de empresario del sector farmacéutico, fue un modelo a seguir y no solo como patrón. Su familia había hecho fortuna con el textil, sector canónico de la economía catalana durante más de un siglo, pero él prefirió alterar el guión previsto y hacer aquello que hoy en día se conoce como emprender. Con el título de farmacéutico bajo el brazo, abrió una farmacia (en la confluencia de la Gran Vía con la calle Girona, en Barcelona) y después adquirió unos laboratorios de nombre misterioso llamados Prodes.

El primer éxito del negocio llegó gracias a comercializar una versión local del popular Válium de los laboratorios suizos Roche, que aquí se registró como Diazepán (modificación del nombre técnico diazepam, no registrable). La voluntad de ir más allá lo llevó a encontrar el santo Greal del mundo farmacéutico: desarrollar y patentar una molécula propia. Esto lo consiguió en 1983 con un principio activo que tenía propiedades antiinflamatorias y que se comercializó bajo la marca Airtal. El impulso que proporcionó este hallazgo le permitió hacer un salto adelante y abrir cuatro años más tarde un centro de investigación puntero en Sant Feliu de Llobregat. Entre 1989 y 1991 presidió la patronal del sector, Farmaindustria.

La siguiente muestra de su capacidad para huir de los comportamientos establecidos y de pensar en grande la dio en 1997, cuando accedió a fusionar sus laboratorios exitosos con un competidor, la firma Almirall de los Gallardo. Aquí ya encontramos una manera de actuar -y veremos más- que difiere de la que muestran otros muchos empresarios catalanes, dispuestos a renunciar a crecimiento a cambio de no compartir el éxito con nadie.

Con la edad con que la mayoría de gente ya piensa en jubilarse, él todavía comenzó una nueva aventura, como fue la adquisición de unos laboratorios de fitoterapia denominados Aquilea. No estaba concebido como negocio especialmente lucrativo, pero el proyecto salió tan bien, que los acabó vendiendo a buen precio a otro de los clásicos del sector, los laboratorios Uriach.

Con la edad con que la mayoría de gente ya piensa en jubilarse, él todavía comenzó una nueva aventura con la adquisición de Aquilea

En paralelo a su trabajo como empresario, siempre flotó su afición a coleccionar arte, en una muestra de sensibilidad que hoy cuesta de encontrar en un mundo donde los financieros han sustituido a los empresarios. Esta voluntad de preservar y fomentar el arte, especialmente la pintura, acabó tomando forma en la Fundación Vila Casas (creada en 1986) que hoy en día dispone de cuatro museos propios, entre los que hay que destacar el maravilloso edificio de Can Framis, en la calle de Roc Boronat de Barcelona. La incansable tarea de mecenazgo que llevó a cabo es uno de los rasgos que lo distinguían de otras fortunas de la Catalunya contemporánea. Además, siempre que tuvo ocasión manifestó, sin ningún tipo de miedo, su patriotismo, otro aspecto donde hoy el país se siente muy huérfano en cuanto a las preferencias reveladas de las élites.

La trayectoria en este mundo de Antoni Vila Casas tuvo su punto final el pasado jueves, pero todo ello podía haber acabado mucho antes si se hubiera cumplido el vaticinio que los médicos le hicieron en el 2004, cuando a raíz de un linfoma le dieron dos años de vida. Tampoco pudo con él el virus de la covid, que lo dejó en una situación muy comprometida durante bastante tiempo, pero de la que se acabó recuperando satisfactoriamente.

Los reconocimientos honoríficos que recibió en vida fueron muchos, entre los que destacan la Cruz de Sant Jordi (1999), la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil (1996), la medalla de oro al Mérito Cultural del Ayuntamiento de Barcelona (2012) y la medalla de oro de la Generalitat de Catalunya (2002).

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