
En tiempos de ruido, incertidumbre y titulares alarmistas, Daniel Innerarity Grau (Bilbao, 1959) invita a detenerse. Catedrático de filosofía política y social, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática, su obra incide en la importancia de hacer la democracia un poco más compleja: “Es un sistema de equilibrio entre actores y valores diversos, un equilibrio inestable que tenemos que saber orquestar”, apunta en una conversa con VIA Empresa, poco antes de protagonizar la conferencia El futuro de la democracia en Europa, organizada por Cornellà Creació Fòrum.
Innerarity también es titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Universitario Europeo en Florencia, ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas, y cuenta con un gran abanico de obras a partir de las cuales podemos conocer su manera de ver el mundo, como La democracia del conocimiento (2012), Una teoría de la democracia compleja (2020), o Una teoría crítica de la inteligencia artificial (2024). Precisamente, quizás sea esta última tecnología el asunto que más dolores de cabeza le está dando al filósofo en los últimos tiempos, ante una sociedad precipitada al furor algorítmico: “Lo normal es que la tecnología avance con bastante lentitud, y que los que trabajan en ella tengan muchos más fracasos que éxitos. Los medios de comunicación amplifican una versión contraria a la realidad del desarrollo tecnológico”.
“La democracia se mejora haciéndola más compleja”. Explíqueme esta afirmación.
Las mayores declaraciones de la democracia tienen que ver con su simplificación, es decir, tomar uno de sus elementos, como por ejemplo la soberanía popular, y declararlo como el único principio. Sin embargo, la democracia es fundamentalmente un sistema de equilibrio entre actores y valores diversos, un equilibrio inestable que tenemos que saber orquestar según los momentos o periodo histórico en el que nos encontremos. Esa es la idea que defiendo en el que quizás sea mi libro más definitorio, Una teoría de la democracia compleja.
Vivimos en un planeta, no sé si más democrático, pero seguro, más complejo. ¿Haciéndolo más complejo cree que también lo estamos mejorando?
La simplificación que critico tiene que ver con dos aspectos, uno teórico y oto práctico. Por un lado, hay una simplificación teórica que procede del hecho de que la mayor parte de los conceptos con los que hemos pensado y diseñado las instituciones no prácticas son conceptos que vienen de hace 200 o 300 años. En la ciudad de Ginebra, donde vivía Rousseau, no había tecnologías sofisticadas, había una gran homogeneidad cultural y religiosa, era una sociedad autárquica, con poca movilidad, donde no había cambio climático, etcétera. Pero en estos 200 o 300 años las cosas han cambiado enormemente, y nuestro trabajo, hablo también de los que nos dedicamos profesionalmente a pensar la política, no ha ido en consonancia con esa progresiva sofisticación y complicación del mundo en el que vivimos.
Por otro lado, la simplificación práctica hace referencia a todo líder político que simplifica las cosas porque eso le otorga una ventaja competitiva en la lucha política, estableciendo distinciones demasiado nítidas entre el interés personal y el interés colectivo, entre los míos y los otros, entre lo que está dentro y lo que está afuera, entre el corto y el largo plazo. También a la hora de buscar un chivo expiatorio o culpable cuando ha podido suceder una tragedia en la que queda claro que no somos capaces de gestionar bienes públicos comunes. Ese tipo de simplificaciones otorgan ventajas y rendimientos inmediatos, pero a la larga dañan la cultura pública.

¿Se puede mejorar la democracia haciéndola más tecnológica?
La democracia es un sistema político que requiere poner a su disposición todos los instrumentos que tengamos, y en este momento hay muchas cosas que no se pueden hacer sin tecnología. Combatir una pandemia, distribuir recursos, luchar contra el cambio climático, medir el impacto de nuestra legislación, son varios ejemplos que no se pueden hacer sin tecnología y, por tanto, quien no conozca los instrumentos tecnológicos que tenemos a nuestra disposición, no hará bien a la política.
"Cometeríamos un error muy grave si le diéramos a la tecnología la capacidad de definir los problemas o los objetivos a los que como sociedad queremos llegar"
Aun así, al mismo tiempo hay que decir que la política no es una cuestión de tecnología. La tecnología no resuelve problemas de naturaleza política, o la parte de los problemas que tienen que ver con su dimensión política. La tecnología ayudará, pero cometeríamos un error muy grave si le diéramos a la tecnología la capacidad de definir los problemas o los objetivos a los que como sociedad queremos llegar.
En esta línea, uno de los debates de la actualidad gira en torno a la influencia de los algoritmos en la toma de decisiones colectivas y en la administración pública. ¿Cuáles considera que son los límites de la gobernanza algorítmica en una democracia?
La gobernanza algorítmica proporciona dos elementos que son muy positivos para la política. Por un lado, nos puede permitir objetivar los problemas, quitarles la cara de subjetividad, en lugar de tener agentes políticos hiperideologizados y extremadamente polarizados, y, por tanto, establecer más terrenos de encuentro. Y, por otro lado, casi contradictorio con lo anterior pero a la vez complementario, la gobernanza algorítmica subjetiviza los problemas en el sentido de que, mediante la analítica de datos o la analítica predictiva, es capaz de atender a la singularidad de las personas, a lo que cada uno de nosotros necesitamos. Por ejemplo, si yo soy el Estado y quiero dar una ayuda social, puedo disponer de instrumentos muy sofisticados que me permitan identificar bien qué personas necesitan ayuda social, y qué tipo de ayuda social en concreto y bajo qué condiciones y qué duración debe de tener. Para ello, la tecnología de datos nos puede ayudar mucho.
Ahora bien, la definición de qué tipo de igualdad, cuáles son los valores, o cuáles son los objetivos al servicio de los cuales debemos poner esa tecnología algorítmica, es una tarea que nos compete establecer a los humanos.
Y, hoy por hoy, parece que no estamos preparados para ello. No hace falta salir de la Unión Europea para encontrar casos en los cuales el uso de la inteligencia artificial en el sector público ha supuesto una catástrofe.
Hay un famoso caso en Holanda en el que todas las personas que querían optar a una determinada ayuda social debían de usar una página web concreta. A esta página accedieron mayoritariamente personas migrantes que no conocían bien el holandés que cometieron varios errores al usarla por mal conocimiento de la lengua, y fueron detenidos, acusados de haber falsificado sus datos. Constaba que habían hecho un fraude para conseguir una ayuda. Esto es el resultado de aplicar una tecnología sin ningún elemento de supervisión humana.

¿Cuál considera que es el mayor reto que afronta a día de hoy la humanidad?
Es muy difícil quedarse con un reto (hace una pausa). Yo creo que en estos momentos el gran desafío es poner a colaborar juntos conocimiento y poder. Hay gente que sabe y no tiene poder, o no es capaz de traducir esas categorías cognitivas en políticas concretas, teniendo en cuenta la peculiaridad de la política, su lógica, su oportunidad, su legitimidad social, etcétera. Y hay gente que tiene poder, pero no dispone del conocimiento necesario. Si a esto le añadimos el asunto de cómo articular tecnología y política, que, al fin y al cabo, se trata una derivada, yo creo que tenemos un campo donde hay un enorme desafío.
Usted defiende que la humanidad vive atrapada en la incertidumbre respecto al futuro, y esto puede llevarnos al catastrofismo, condicionando nuestras decisiones globales, incluidas, por supuesto, las económicas. ¿Cree que hay alguna manera de aprovechar esta incertidumbre y usarla a nuestro favor, en vez de temerla?
Hay que tener en cuenta que en épocas más estables o de menos aceleración, el futuro era muy fácil de prever, porque implicaba una pequeña modificación de las circunstancias presentes. En épocas de gran aceleración, como la actual, el futuro es muy poco previsible que esté en continuidad con el presente, lo más probable es que esté en ruptura y en disrupción en muchos aspectos. Con lo cual, nosotros, los humanos, tenemos que hacer un gran esfuerzo de anticipación si no queremos cometer errores, o en su lugar, podemos hacer otra cosa, que es la tentación más próxima, gestionar solamente el presente como si el mañana no existiera, de lo cual se deducen muchísimos errores. Entonces, es muy importante que empresas, gobiernos e instituciones de diversos tipos hagamos un gran esfuerzo y una mayor inversión en la anticipación de futuros, en la identificación de tendencias, en la previsión de eventos que puedan acontecer y en escenarios de verosimilitud.
"Es muy importante que empresas, gobiernos e instituciones de diversos tipos hagamos un gran esfuerzo y una mayor inversión en la anticipación de futuros"
Sin duda, estos últimos años están siendo movidos.
Piense que la mayor parte de las cosas importantes que han sucedido en lo que va de siglo han sido imprevistas, nos han pillado por sorpresa. Lo fueron los ataques terroristas de Nueva York, sus secuelas, la crisis económica, la pandemia, la invasión de Ucrania, todo esto nos debería hacer reflexionar acerca de si estamos invirtiendo tiempo y recursos en pensar y reflexionar, o si más bien somos una sociedad agitada que despeja balones, y que no tiene una estrategia definida que tenga en cuenta horizontes que vayan más allá del corto plazo.
¿Qué papel juegan los medios de comunicación y las redes sociales en la amplificación de la incertidumbre?
El mundo nos está quedando tan mal que las descripciones negativas y catastrofistas parecen tener más verosimilitud que las descripciones un poco más matizadas o menos alarmistas. Pero los que nos dedicamos a describir y a hacer diagnósticos sobre la sociedad contemporánea tenemos una responsabilidad de ofrecer una visión más equilibrada y que no se deje seducir por la idea de que la política es un mero juego de poder donde los más fuertes devoran a los más débiles, porque no es sólo eso, es eso, pero no es sólo eso.
Los medios de comunicación tienen una ventaja y un inconveniente, y es que se fijan en lo más noticioso y llamativo y, por tanto, tienden a prestar poca atención a asuntos más ordinarios que no son tan llamativos.
¿Hay algún asunto en el que nos estemos fijando demasiado?
En el caso que me ocupa últimamente, el de la inteligencia artificial. Casi todas las informaciones que aparecen en los medios de comunicación relativos a la inteligencia artificial hacen relación a un gran hallazgo o a un avance espectacular, o a una utilización fraudulenta o trágica de esta tecnología. ¿Es todo esto cierto? Por supuesto, pero lo que ocurre es que el resto de la vida de los instrumentos algorítmicos se desarrolla en un contexto de normalidad, los diseñadores están actualmente intentando dotar a las máquinas de ciertas dimensiones y no lo consiguen. La mayoría de los mortales tendemos a pensar que la tecnología es algo que produce grandísimos avances y genera también en nosotros unos miedos espectaculares, cuando lo normal es que la tecnología avance con bastante lentitud, y que los que trabajan en ella tengan muchos más fracasos que éxitos. Los medios de comunicación amplifican una versión contraria a la realidad del desarrollo tecnológico.

¿Cómo de malos considera que somos los humanos gestionando crisis?
Los humanos gestionamos bastante bien crisis parciales, sectoriales, que tienen una pequeña duración y que se refieren a un asunto concreto. Pero lógicamente somos bastante torpes cuando lo que se trata de gestionar es una crisis total, es decir, una crisis que tiene que ver con la modificación radical de nuestras condiciones de vida. Este verano no ha habido muchos incendios, sino que ha habido unas condiciones que vienen de largo, que tienen que ver básicamente con el cambio climático, con el abandono del campo, y con una concatenación de hechos fatales que nos resulta muy difícil gestionar.
Vivimos en un mundo en el cual lo que se está alterando sustancialmente son las condiciones de vida, el mercado, el clima, la reducción de la biodiversidad, el incremento de cierto tipo de virus especialmente dañinos, todo esto interactúa entre sí generando efectos de cascada que son difíciles de anticipar y difíciles de gestionar, desde luego mucho más que los pequeños peligros concretos en los que vivían nuestros antepasados, que no vivían mucho mejor que nosotros, pero tenían un mundo más sencillo de manejar.
Le preguntaría cómo ve el futuro del planeta, pero no sé si me atrevo.
(Ríe). Mire, yo veo que vuelve la historia. Hemos vivido en un periodo en el que la historia estaba casi detenida, desde Bretton Woods, el final de la Segunda Guerra Mundial, hasta principios del siglo XX, un periodo en el que había cambios incrementales: Europa tenía cada vez un poco más de integración, las universidades iban creciendo, el comercio internacional crecía poco a poco, las instituciones globales cada vez tenían más miembros y un poco más de competencias… Ese mundo está siendo ahora sometido a una enorme incertidumbre e incluso a movimientos de regresión, hay mucha gente que ya no cree en ese incremento de la integración en Europa, sino que sencillamente desearía volver a una Europa interestatal.
"Nuestros antepasados no vivían mucho mejor que nosotros, pero tenían un mundo más sencillo de manejar"
Por otro lado, ha habido un decrecimiento de la globalización por la crisis de casi todas las instituciones globales, de las cuales ha habido actores más relevantes, especialmente Estados Unidos. Hay un deseo de redimensionar la globalización e ir al alcance de las cadenas de suministro, porque eso nos ha mostrado que generaba una enorme fragilidad, pensemos en el gas ruso que compraban los alemanes, o en la crisis de los chips, que produjo también unas enormes consecuencias, o en la fragilidad de la economía mundial, que se hizo visible con la gran recensión.
Todo esto nos introduce en un mundo distinto del planeta en el que, al menos la gente de mi edad, habíamos vivido y nos obliga a tomar decisiones estratégicas más graves en un entorno de mayores controversias y menos acuerdos colectivos, y con la posibilidad de que haya graves retrocesos, de lo cual son una prueba, pero no la única, los movimientos reaccionarios o espacios de ultraderecha.