Es muy común, en zonas costeras con alta actividad sísmica, que las oficinas de turismo faciliten a los viajeros y población autóctona folletos explicando los indicadores que pueden anteceder a un tsunami. El objetivo está claro, si cuando llega el tsunami aún estás en la costa, quizás ya sea demasiado tarde. En el mundo educativo pasa algo similar. El último informe PISA ha sido un tsunami que parece que se ha llevado todo por delante los cimientos del sistema educativo. Quizás no hemos sabido ver las pistas que indicaban que una gran ola se aproximaba.
Hace exactamente un año se viralizó, entre la comunidad docente, la carta abierta titulada Querido alumno universitario: te estamos engañando del catedrático de la URG Daniel Arias Aranda. Lejos de entrar en analizar el contenido (todas esas señales que apuntaban a un tsunami) la carta provocó un cisma en el ámbito universitario. O estabas a favor, o estabas en contra. Una dicotomía que parece que salpicaba el complejo mundo educativo de antes del Tsunami. Mientras que están los luditas modernos que intentan limitar la tecnología en las aulas de las escuelas, los partidarios del progreso tecnológico buscan nuevas metodologías docentes para desplegar su uso. La ola llegó y se fue. Después de la devastación, parece que los partidarios de regular la tecnología cogen ventaja.
Sin entrar en posicionarse al respecto a ese debate, quizás sería aumentar más el ruido de fondo, puede ser útil y necesario plantearse preguntas colindantes al debate tech. Preguntas que, por vivir en los márgenes, pasan desapercibidas del actual debate político, educativo y público. Cabe preguntarse, independientemente del uso de las TIC, el sentido de la formación actual. Especialmente a la luz de la siguiente cuestión: ¿Cómo formar a los profesionales del mañana en un futuro incierto?
Pongo un pequeño ejemplo práctico que ejemplifica la cuestión. Durante mis primeros años de docencia explicando marketing digital, la norma, en cuanto a la creación de contenidos, era muy clara: los vídeos siempre deberán ser en formato horizontal. Una norma compartida por empresas, manuales técnicos, comunidad educativa y profesionales. Básicamente, la norma venía a decir que la creación de un vídeo en formato vertical era una afrenta al usuario, tal y como lo sería poner los pies descalzos en la mesa durante una cena en un restaurante. Poco tiempo después el tablero de juego cambió. De YouTube a TikTok, del directo a las stories. Ahora, la quinta essencia se encuentra en la verticalidad.
Se estima que las principales profesiones de los próximos años todavía no han sido inventadas
¿Si un tecnicismo tan pequeño ha cambiado el sector, que no hará la IA? ¿Qué nos traerá la RV? Nuevos materiales, ordenadores cuánticos, y nuevas formas de consumo... Se estima que las principales profesiones de los próximos años aún no han sido inventadas. Cabe así, más allá de la tecnología, volverse a preguntar: ¿Cómo formar a los profesionales del mañana en un futuro que desconocemos?
Paradójicamente, la respuesta a la pregunta podría zanjar el debate comentado al principio: Aproximarse a la tecnología, alejándose de ella. Una forma de cuadrar el círculo que, lejos de intentar contentar a las dos partes, debería abrir la puerta a una metodología más hibrida. ¿Tienen así razón los defensores del uso de la tecnología en las aulas a toda costa? Desde luego. Hace poco, en relación con la IA leía una reflexión que decía "La IA no te quitará el trabajo, te lo quitarán los profesionales que sepan utilizarla".
¿Tienen razón los que creen que el foco debería estar en formar sin focalizarse en la tecnología? También. Si nos preparamos para trabajos y tecnologías que aún desconocemos, necesitamos trabajar y explotar aquellas habilidades que son inmutables. Las competencias transversales, más importantes ahora que nunca, son herramientas necesarias para cualquier reto profesional. Principalmente, hablamos de las 4 C (Creatividad, Colaboración, Comunicación y pensamiento Crítico).
Si nos preparamos para trabajos y tecnologías que todavía desconocemos, necesitamos trabajar y explotar aquellas habilidades que son inmutables
Si empezamos por el final, el pensamiento crítico debería ser el baluarte de la educación del siglo XXI. En un mundo cada vez más plagado de información (gran parte dominada por las Fake news), la capacidad de filtrar, razonar y construir un arco argumental consistente es capital en cualquier puesto de trabajo venidero.
Igual de importante es la comunicación y la colaboración. La incertidumbre y los altos retos que vendrán demandarán, cada vez más, atajar los problemas de forma conjunta y holística. Finalmente, la creatividad no solamente responde a la capacidad de dar respuesta de formas diferentes a los retos que se plantean (pensamiento Out de Box). También enlaza con la capacidad de adaptación necesaria para desempeñar nuevas tareas que el mercado demande y que aún desconocemos.Enseñar las tecnologías que surjan nos ayudará a acercar a los profesores a la realidad del ahora, haciéndolos más competitivos. Enseñar las competencias transversales los preparará para los retos del mañana, haciéndolos indispensables.
Es cierto que sabemos cómo serán las tecnologías y retos del mañana. Esto me recuerda a unas ilustraciones que se crearon para la feria universal de 1900 en París. En ellas se pedía a las mentes más proclives de la época que imaginaran cómo sería el mundo 100 años más tarde, especialmente en relación con la tecnología y las profesiones. Es gracioso ver (a toro pasado, es cierto), como el futuro que se imaginaban no tenía nada que ver con nuestro presente. Entre imágenes de bomberos que volaban para apagar fuegos o máquinas automáticas que hacían de peluqueros, siempre recordaré cómo me llamó la atención que hace más de 100 años imaginaban que viajaríamos en barcos voladores. Siempre me he preguntado si, ese peculiar medio de transporte, era resultado de nuestros antepasados al sueño de querer tocar el cielo, o al miedo por no ser capaces de sobrevolar el tsunami.