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Dialéctica entre la mano de obra y el talento

El sector insiste en que no encuentra camareros, cocineros, personal de limpieza, pero la realidad es que estos perfiles ya existen en el mercado

Una mesa puesta en un restaurante de Barcelona | ACN
Una mesa puesta en un restaurante de Barcelona | ACN
Josep-Francesc Valls es uno de los grandes expertos en la clase media | Marc Llibre
Profesor y periodista
20 de Mayo de 2025

Se acerca el verano y reviven los negocios turísticos de temporada. Las voces del sector vuelven a resonar con insistencia: “falta personal”. La constante repetida a diario en los últimos años se eleva con mayor insistencia a las puertas de la avalancha de viajeros hacia las poblaciones costeras, que se reproducirá como nunca. Al intentar traducir este clamor del sector turístico, nos preguntamos si lo que reclama está relacionado con la mano de obra, o lo que verdaderamente se necesita es el talento.

 

El concepto de mano de obra hace referencia a aquella fuerza laboral que ejecuta tareas determinadas, a menudo de forma mecánica, siguiendo unos procedimientos establecidos. En cambio, el talento es un valor añadido con la capacidad de satisfacer, de resolver problemas, de anticiparse a las necesidades o aspiraciones, de mejorar procesos, de garantizar la experiencia del cliente, de innovar y reinventar. En el sector del turismo y del ocio, estos valores se ponen al servicio del contacto con la naturaleza y el patrimonio, las actividades en el territorio, la cultura, las relaciones, el cuidado del cuerpo y el descanso.

No faltan ni camareros, ni cocineros, ni personal de limpieza

El sector insiste en que no encuentra camareros, cocineros, personal de limpieza, pero la realidad es que estos perfiles ya existen en el mercado. El problema de que el número de las personas que podrían ocupar estos puestos de trabajo no case con la demanda es otro. Lo que restringe el flujo natural de los posibles trabajadores es la temporalidad extrema, las condiciones de trabajo y la precariedad. Al clamor de la falta de personal de los empresarios turísticos de temporada, muchos trabajadores replican:

 

- "¿Qué me da a cambio de trabajar con usted?"

- "El salario estipulado, los horarios habituales y el gozo de estar activo" -le responden el empresario-.

Cada trabajador hace su cálculo:

- "Tanto de salario legal, multiplicado por tres o máximo por cuatro meses, más si adopto el fijo discontinuo, menos los impuestos, menos el alojamiento, menos los gastos directos, menos, no me sale a cuenta. O quizás cojo el trabajo, y si por el camino me sale otra cosa mejor, la dejo".

Esta es la dialéctica, más o menos, de la mayoría de los empresarios de temporada y de los trabajadores del sector.

Un camarero con talento no sólo sirve mesas; sabe interpretar al cliente, anticiparse a sus necesidades y aspiraciones, gestionar conflictos con empatía, y transmite una imagen de profesionalidad y seguridad, fundamentos de la marca que atrae. Un cocinero prepara las perolas de gazpacho, pero, como decían la semana pasada Joan Roca y Nandu Jubany en la Jornada TTS de la Fundación Jordi Comas en Cap Roig, vinculan la gastronomía con el territorio y la cultura elevando la experiencia.

El personal de limpieza, aparte de dejarlo todo pulido, contribuye a dar vida al contacto con el cliente. Todas estas habilidades se vuelven indispensables y no se improvisan. Hay que redactar los protocolos. Formar permanentemente a los equipos. Son lentas de conseguir. Más caras. Y, por tanto, no encajan para cuatro días. Los profesionales que disfrutan de este nivel de servicio no tienen suficiente con los sueldos bajos, las jornadas maratonianas, la falta de perspectivas laborales y la precariedad del trabajo. Se van a otros sectores donde puedan desarrollar una carrera profesional a lo largo de todo el año; empezaron a hacerlo a raíz de la pandemia y el sector sigue desangrándose.

Demasiados negocios de temporada

Desgraciadamente, en España quedan demasiados negocios de temporada. Es como si el herrero o el fabricante de chips trabajaran unos meses al año; como si el cirujano operara esporádicamente; como si las tiendas y los mercados municipales abrieran de enero a mayo; o como si el financiero invirtiera un día y fuera a tumbarse el resto del tiempo. En los años sesenta, setenta y ochenta, los pioneros descubrieron que servir a los numerosos clientes que venían los meses de verano era una gran oportunidad; se aliaron con los turoperadores.

Pero a partir de entonces, los más avanzados se dieron cuenta de que el ocio no es sinónimo de verano: dentro de la sociedad de consumo plenamente desarrollada, la gente lo disfruta a lo largo de todo el año. Parece extraño que muchos se queden con esta porción pequeña de pastel cuando el resto ofrece más beneficios y reduce drásticamente todos los cuellos de botella, porque cada vez es más caro abrir unos meses, tanto los servicios públicos como los privados, y más aún dejar amortiguado el pueblo al terminar la temporada, sin luces en las calles, farmacias o bares...

Un camarero en la terraza de un bar de Gracia | ACN
Un camarero en la terraza de un bar de Gracia | ACN

Si muchos no se hubieran dado cuenta de esta nueva visión y no la hubieran aplicado, no existiría el Empordà o Salou abiertos prácticamente todo el año. Ni La Roca Village. Ni el Musclarium en el Delta del Ebro. Ni los campings, las casas rurales, las estaciones náuticas y de buceo, el rafting o los centros de belleza y masaje. Ni los Aiguamolls del Empordà. Ni Montserrat. Ni la Ruta del Cister. Ni Món Sant Benet. Ni Taüll. Ni Barcelona. Ni miles de hoteles que han consolidado el sector con temporadas mucho más largas, ni los sesenta y tres restaurantes de la Guía Michelin que hay en Catalunya.

¿Qué han hecho todos estos actores? Se han dado cuenta de que, más o menos, los turistas internacionales realizan una media de cinco escapadas a lo largo del año entre cuatro y siete días, una estructura similar a las de la temporada de verano, con tendencia a aumentar los viajeros y la frecuencia. Con mayor o menor apoyo del sector público, estos destinos y empresas han ido añadiendo meses y llenándolos de oferta o se han estructurado para ofrecer servicios plenos los 365 días.

En un mercado de demanda que se expande, nos preguntamos cómo todavía hay tanta oferta dedicada a cultivar negocios de unos pocos meses, cuando en el resto del tiempo hay tantas oportunidades

No han hecho nada más que adelantarse a lo que los viajeros hace tiempo que piden. En un mercado de demanda que se expande, nos preguntamos cómo todavía hay tanta oferta dedicada a cultivar negocios de unos pocos meses, los de julio y agosto, cuando en el resto del tiempo hay tantas oportunidades. No estamos en los setenta, ni en los ochenta ni en los noventa, donde los pioneros hicieron un gran trabajo. En la era internet, algunos van con una alpargata y un zapato.

Si en el Mediterráneo creamos el paquete vacacional que después han copiado en el Caribe o en el Mar de la China, ya es hora de que frente a la moda del verano con sus grandes concentraciones en las playas, los quioscos y las tiendas de descuentos, nos apuntemos a la moda del ocio todo el año. Quizás muchos deberían releer el clásico La estrategia del océano azul, de Kim i Mauborgne (Profit, 2015), para darse cuenta de que compitiendo dentro de los océanos rojos conduce a la autodestrucción del modelo de negocio: precios baratos, retribuciones exiguas, escasa motivación en el trabajo, mala satisfacción de los clientes, y beneficios muy nimios. El círculo vicioso.