
Un estudio del Institut de Salut Global de Barcelona (ISB), con el apoyo del Barcelona Supercomputing Center (BSC), revela que los europeos nos adaptamos mejor al frío que al calor. La investigación, publicada en The Lancet Planetary Health, analiza 800 regiones climáticas de 35 países europeos y concluye que se ha reducido más la mortalidad asociada a temperaturas frías que a las calurosas. La capacidad de adaptación al frío es un hecho, mientras que los episodios de calor extremo siguen dejando una huella devastadora.
Durante el período de estudio, del 2003 al 2020, los días de frío extremo se han reducido en 2,07 días anuales, mientras que los de calor extremo solo lo han hecho en 0,28 días. En paralelo, el riesgo de mortalidad por frío ha disminuido en 20,7 días por década, mientras que el de calor ha aumentado en 2,8 días por década. El aumento de los llamados “días compuestos”, donde el calor o el frío extremo se combinan con niveles elevados de contaminación, es especialmente preocupante: 2,6 días por década en el caso del frío y 15,2 en el de la calor.
Los efectos de los cambios climáticos
Los efectos del cambio climático son devastadores y evidentes: olas de calor abrasadoras, sequías prolongadas, tormentas repentinas, lluvias torrenciales, incendios forestales, DANAs, huracanes, tsunamis y cosechas perdidas que disparan el precio de los alimentos básicos. Un efecto dominó que agrava los problemas de salud, colapsa las infraestructuras y paraliza el flujo de mercancías en los mercados globales.
El estudio, liderado por los profesores Yuming Guo y Carles Pérez García-Pando, alerta de que las temperaturas extremas perjudican gravemente la salud. Cada año, cinco millones de personas mueren en el mundo por los efectos derivados del agotamiento, la insolación, la hipertermia, la hipotermia o el agravamiento de enfermedades cardiovasculares, respiratorias y diabetes. Esta cifra representa casi el 10% de las muertes a escala global y un gasto que se carga sobre los presionados sistemas de salud de los países.
Cada año, cinco millones de personas mueren en el mundo por los efectos derivados del agotamiento, la insolación, la hipertermia, la hipotermia o el agravamiento de enfermedades cardiovasculares, respiratorias y diabetes
En Europa, en las últimas dos décadas, el calor estival ha provocado más de 70.000 muertes, y otras 60.000 durante las olas de calor fuera de temporada. La tormenta se vuelve perfecta cuando, según el Informe Anual sobre el Clima en Europa de National Geographic, la tasa de calentamiento del continente duplica la media mundial. Desde que hay registros, el 2024 ha sido el segundo año más cálido, formando parte de una tendencia clara y alarmante: los cinco últimos años han sido los más calurosos de la historia reciente.
Ante este panorama, el estudio reclama inversiones en infraestructuras resilientes, una gestión inteligente del agua, reforestación y una transición energética decidida. Es necesario adaptarse tanto al frío como al calor, y mejorar la calidad del aire.
Las actividades al aire libre y el uso intensivo de sistemas de refrigeración y calefacción también necesitan una revisión profunda. Actualmente, 20 de los 38 países europeos han implantado sistemas de detección de temperatura, pero solo 17 controlan las sustancias químicas generadas por la combustión incompleta del carbón, el petróleo, el gas, la madera o la basura: los llamados PAH (Hidrocarburos Aromáticos Policíclicos). Los protocolos han funcionado en el episodio de la semana pasada en el Garraf y Penedès, aunque hay que esperar a las evaluaciones finales.
Neutralidad climática
El reglamento revisado por la UE en 2021 refuerza los objetivos de neutralidad climática y exige una mayor ambición en las acciones estatales. El objetivo es llegar a 2030 con el compromiso del Acuerdo de París cumplido. Esto implica establecer diálogos multinivel sobre el clima y la energía, involucrando a autoridades locales, inversores, partes interesadas y ciudadanía para alcanzar los objetivos de neutralidad climática.
La ola revisionista mundial, el negacionismo y las presiones de las grandes empresas energéticas han ralentizado en los últimos meses los esfuerzos que Bruselas lideraba con determinación desde hace una década
Pero la realidad dista de la retórica. Desgraciadamente, el entorno de 2025 no es el mismo que el de 2021. La ola revisionista mundial, el negacionismo y las presiones de las grandes empresas energéticas han ralentizado en los últimos meses los esfuerzos que Bruselas lideraba con determinación desde hacía una década. Aunque el frío sea más benigno que el calor, no parece que avancemos en línea recta. El liderazgo europeo, que había sido referencia global, se estanca justo cuando urge avanzar para evitar el colapso climático. No es solo una transición; es la imperiosa necesidad que la UE se había fijado para salvar el modelo de sociedad.