Dress code

El regreso a la presencialidad reactiva la relevancia de la moda como emisor de mensajes sobre la personalidad del individuo

La Reunión del Círculo de Economía es uno de los acontecimientos en que más relevancia toma el código de vestimenta en Barcelona | Cedida La Reunión del Círculo de Economía es uno de los acontecimientos en que más relevancia toma el código de vestimenta en Barcelona | Cedida

Los hombres también nos preguntamos qué ropa ponernos según el acto. Corbata, no corbata. Camisa abierta o abrochada. Traje, chaqueta con jeans o el chaqué, si hace falta. Zapato blucher, mocasín o unas convers. La Rosalía lo ha tenido mucho más fácil para presentarse a la Gala del Met, en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, estos días: un Givenchy de tul transparente blanco con apliques de pedrería; no ha necesitado perder kilos como la Kardashian. Hace años, recuerdo, a propósito de la Reunió del Cercle d'Economia de esta semana, cuando todavía se celebraba en Costa Brava, el presidente recomendó: "el primer día, casual; el último, traje y corbata". Muy bien, todo el mundo vino desde el primer momento con ropa absolutamente formal. Hice el ridículo; era el único bobo. Nunca más me han pillado. Justo es decir que los catalanes gastan algo más en ropa y calzado que los españoles (417 euros de media al año, según IDESCAT) y el gasto se ha espabilado mejor que en el resto del Estado, mostrando niveles anteriores a la pandemia.

Las decisiones sobre el dress code obedecen a una serie de factores coyunturales y estructurales.

Depende del clima: Se hace difícil interpretarlo estos días de primavera –otoño, invierno y verano, mezclados por el cambio climático que avanza y deja grietas–.

Depende del personal: Aunque la pandemia ha cambiado radicalmente los hábitos de vestir, nadie se puedes fiar, porque un detalle lo puede excluir de la tribu, sobre todo entre los hombres. Los políticos van habitualmente más oscuros. Los grandes empresarios, relaciones públicas y similares, con la corbata al cuello bien anudada. Los emprendedores, con ropa fashion, reluciente y botines mal abrochados. Los líderes sindicales, tocados con un pañuelo. Y los académicos, ni fu ni fa.

La impronta personal decidirá finalmente qué imagen se quiere proyectar

Depende del momento del día: Impermeable o paraguas, por si acaso. La ropa se va oscureciendo a medida que pasan las horas, aunque los colores de primavera se acaban implantando a lo largo de todo el año haga frío o haga calor: azules, limas, rosa claros, melocotón, negros...

Depende del tipo de acto: Cultural, político, deportivo, social, una clase física o virtual, una manifestación, la presentación del libro de un amigo, un entierro, un partido de las chicas del Barça...

Depende de la conciencia ecológica: Implicado y militante; híbrido –mucha defensa del planeta, pero poca acción–; o pasando de todo. Si uno coincide con el primer estado de conciencia, tenderá al algodón orgánico, al bambú, al tencel, al lino o a los tejidos de leche, y se abstendrá de hacerse ver con todo aquello que no tenga la trazabilidad impecable, o irá directamente a las piezas de segunda mano; en el caso contrario, no le dará ninguna vergüenza lucir un buen acrílico, un nilon, un rayón, un poliéster... o cualquier cosa de moda rápida.

La impronta personal decidirá finalmente qué imagen se quiere proyectar. Siempre se acaba intentando que, sea cual sea la posición pretensa, la acompañen los adjetivos de simpatía, seriedad, juventud, desenfadao, jovialidad, inteligencia, sagacidad... y otros más que adornan las personalidades arrasadoras; todas forman parte del dress code.

Después de la fiesta

Acabada la fiesta, uno se vuelve a casa. Se desviste. La mitad de lo que se ha usado va a la lavadora directamente, y el resto a la plancha o al armario, después de una buena cepillada. Estos actos mecánicos posteriores se realizan del mismo modo que si uno se queda todo el día en casa teletrabajando, haciendo el gandul o viendo una serie, con chándal, o incluso con pijama. La única diferencia es que ahora la gente vuelve a salir a la calle.

Cuando la gente abandona los chándales y los pijamas para vestirse de verdad, las manifestaciones y salones nos vuelven a mostrar ropa exquisita para cada circunstancia

Francesc Paesa era (es) el hombre de las mil caras: agente secreto, espía múltiple, banquero, traficante de armas, colaborador, tramposo, traidor, gigoló, playboy internacional... Iba siempre con trajes caros y corbata; representaba todos los papeles de la obra, pero no abandonaba nunca el mismo estilo de vestimenta. Ahora se actúa de la forma contraria: ropa adecuada a cada circunstancia, para acabar representando siempre la misma figura.

Catalunya ha sido uno de los países pioneros del textil en Europa. Lleva más de cincuenta años haciendo de la necesidad virtud: De la crisis permanente a ser ejemplo de la nueva industria, decía Bernat Bella (VIA Empresa, Noviembre 2021). El 80% de su facturación es internacional, lo cual es consecuencia de la triple transformación: la multitud de marcas propias, la digitalización y la sostenibilidad. Muchas menos empresas pero más grandes, de más alto valor añadido en el sector de la moda –menos fabricación, mayor facturación global, más logística y más diseño–. Siete años después de su muerte, no sé si el tiempo ha acabado quitándole la razón a la malograda Margarita Rivière cuando afirmaba que en el siglo XXI la moda ha muerto y que ahora está más volcada al culto al cuerpo que a la creatividad. Cuando la gente abandona los chándales y los pijamas para vestirse de verdad, las manifestaciones y salones nos vuelven a mostrar ropa exquisita para cada circunstancia: La imaginación, es la imaginación nuevamente.

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