Una droga llamada deuda

Hay una sustancia que a menudo tiene el riesgo de crecer descontroladamente en el balance de las empresas hasta reventarlas por dentro

La planta de Celsa en Castellbisbal | EP La planta de Celsa en Castellbisbal | EP

En la época en que el fentanilo empieza a abrirse espacio a los medios y a la cultura popular como la droga más devastadora conocida nunca, puede parecer oportuno utilizarlo de metáfora para hablar de otra sustancia que a menudo tiene el riesgo de crecer descontroladamente en el balance de las empresas hasta reventarlas por dentro: es la deuda barata esparcida masivamente por los mercados en épocas de tipos de interés bajos.

En mayo de este año publicamos un artículo en el que explicábamos la situación delicada de la firma farmacéutica Grifols ante la pelota de deuda que se le había acumulado producto de un proceso acelerado de compras, no siempre con el mejor criterio. Un mes después, se supo que la empresa había salvado su primer match-ball de vencimientos gracias a la venta de la filial china -una verdadera piedra en el zapato- lo que permitía hacer más digerible el flujo de pagos que había de antemano.

Con una simple comparativa entre ambos negocios, el de los Rubiralta y el del Barça, parece lícito que los culés no puedan dormir bien; tienen todo el derecho

Un poco antes de todo aquello, a finales de marzo, publicamos este otro artículo en el que explicábamos que otro gigante de la economía catalana, la siderúrgica Celsa, padecía la misma enfermedad que Grifols, pero en una fase más avanzada. La afición a consumir esta droga financiera había puesto a la firma familiar en una situación muy comprometida porque era incapaz de hacer frente a los vencimientos de sus préstamos. Lo que en el caso de Grífols eran nubes negras en el horizonte, en la siderúrgica era ya una tormenta con rayos y truenos: literalmente no podían pagar los plazos previstos.

Més info: La guerra por el control de Celsa, un imperio de 6.000 millones

En el momento de escribir el artículo, los fondos de inversión que acumulaban la deuda estaban presionando con mucha fuerza para capitalizar el pasivo que estaba en sus manos, es decir, para transformar en acciones de la empresa los préstamos impagados. En aquel escrito acabábamos diciendo que “la soga en torno al cuello de Celsa se va estrechando a gran velocidad, porque ya han vencido 400 millones en préstamos que han quedado impagados y hay 980 en camino, aparte de préstamos bancarios por 525 millones más. Habrá que estar atentos a este combate multimillonario por el control de la empresa, porque según sea el desenlace, Catalunya perdería uno de sus principales imperios familiares”. En 2022 el conjunto de fondos de inversión acreedores habían planteado la posibilidad de aceptar un finiquito de 500 millones de euros y, a cambio, quedarse con el 49% del capital de Celsa. El rostro visible de la familia propietaria de la compañía, Francesc Rubiralta, no aceptó esta propuesta convencido de su victoria final, que le permitiría salvar el negocio sin que los fondos acreedores consiguieran la más mínima posición en el capital de la empresa. Quería ganar por goleada.

Pero a Francesc Rubiralta el all-in no le ha salido bien, porque en el marco de la nueva ley concursal, el juez que ha tenido que decidir el futuro de la empresa ha visto con buenos ojos la propuesta de los fondos para salvar a la compañía, y que ha consistido en transformar unos 1.300 millones de euros de deuda en el 100% del capital y reestructurar el resto. La clave de vuelta ha sido la consideración de que la deuda acumulada era superior al valor de la compañía. Con esta sentencia, Rubiralta y su familia pierden por completo la firma de que había sido el palo de pajar de su imperio desde los años sesenta. La soga ha terminado cerrándose.

Hay una sustancia que a menudo tiene el riesgo de crecer descontroladamente en el balance de las empresas hasta reventarlas por dentro: es la deuda barata esparcida masivamente por los mercados en épocas de tipos de interés bajos

Con los ejemplos vistos de Grifols y Celsa, con desenlace de momento opuestos, a los que más quien menos le vendrá a la cabeza el Barça, que también sufre esta patología del endeudamiento mórbido y que sobrevive con la fragilidad de un castillo de naipes. Sólo echando un vistazo a las cifras más básicas ya encontramos motivos para temblar por el futuro del club: el accidente que ha hecho que los Rubiralta pierdan su empresa se ha producido en una situación en la que la deuda subía hasta a 3.500 millones de euros, con una facturación de 6.000 millones y una generación de cash-flow muy generosa. Si miramos los números de la entidad azulgrana, vemos que el pasivo actual es de unos 3.000 millones de euros, su facturación recurrente de unos 750 millones y tiene problemas seculares para generar beneficios, aunque sean escasos (las cifras exactas del club no las conocemos porque todavía no se ha publicado el cierre contable de la temporada 2022/23). Con una simple comparativa entre ambos negocios, el de los Rubiralta y el del Barça, parece lícito que los culés no puedan dormir bien; tienen todo el derecho.

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