Cuando el hambre llama a la puerta

Las explosiones de precios modifican estructuras de poder hacia una mayor desigualdad y dejan víctimas en forma de hambre y de graves tensiones sociales y políticas

El maíz ha subido el precio un 69% en un año | iStock El maíz ha subido el precio un 69% en un año | iStock

El gobierno austriaco ha considerado interesante prevenir a sus ciudadanos de la posibilidad de que en algún momento se produzca un corte de electricidad de cierta duración. Con esta finalidad, ha recomendado algunas precauciones, entre otras dotarse de un suministro de energía y de alimentos de seguridad. Estas recomendaciones son, en gran medida, las mismas que se tomaban seis décadas atrás, cuando los cortes de energía eran más frecuentes y el recuerdo del desabastecimiento alimentario de posguerra todavía estaba presente. Esta decisión ha provocado reacciones en contra por su alarmismo implícito, supuestamente exagerado, y que podría provocar una sensación de inseguridad a los ciudadanos. Pero la ciudadanía es madura y capaz de evaluar la información, siempre que sea objetiva y transparente.

Por lo tanto, no parece desatinado que un gobierno europeo tome precauciones con respecto a su suministro de energía y alimentos, en un momento de escenario complicado en relación con los precios de los productos básicos (petróleo, alimentos, metales críticos) y los medios para transportarlos (fletes marítimos, por ejemplo). Además de las tensiones geopolíticas presentes (Bielorrusia, Argelia-Marruecos) planteadas bajo la amenaza de restricciones energéticas, en una Europa seriamente dependiente de la energía. Incluso puede tener un valor pedagógico sobre la fragilidad de los alimentos y la energía, con respecto a la que Europa vive en una posición de privilegio. Recordemos que el Titanic no disponía de suficientes botes de rescate, ya que era "imposible" hundirlo.

La otra cara, la realidad del hambre

Al otro lado del mundo, las cosas son diferentes. Al otro lado del mundo, el desabastecimiento no es hipotético, es una realidad. Muchas personas se juegan sus vidas todos los días para acceder a nuestro continente. ¿Cuántas carencias vitales (alimentación, salud, energía...) y cuánta hambre necesita una persona para decidirse a cruzar desiertos y surcar el Mediterráneo en una pequeña embarcación? Los nombres de las crisis humanitarias crecen día a día: Haití, Yemen, Liban, Siria, Etiopía, Afganistán, hasta un largo etcétera. Son la punta del iceberg de un mundo en dificultades. La batalla del hambre, objetivo número dos de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) la estamos perdiendo. El índice de prevalencia de la malnutrición (índice de la FAO) ha pasado del 8,4% en 2019 al 9,9% en 2020. Según la FAO, en 2020 unos 768 millones de personas pasan hambre, 118 millones más que en el año anterior. El hambre no es un recuerdo del pasado.

Pero si faltaban problemas en el escenario pospandemia, los precios se han desbordado alcanzando niveles desconocidos en los últimos 10 o más años. Por ejemplo, hoy, en relación a los precios en el mercado de Chicago del 30 de octubre de hace un año, el trigo ha aumentado un 39% y el maíz, un 69%, incrementos que están impulsando la inflación en toda la cadena alimentaria. Tengamos en cuenta que los cereales son el alimento más importante del mundo. A partir del escenario de altos precios de los alimentos se teme que en 2021 se multiplique el número de personas desnutridas en el mundo.

Las dificultades alimentarias de los países menos desarrollados acabarán llegando a Europa en formato de conflicto

El aumento de los precios de los productos alimentarios es un gran acelerador de las tensiones alimentarias. El hambre llama a la puerta detrás de los precios de los alimentos y, con ella, los conflictos político-sociales que ya estamos empezando a ver. Y, cabe señalar, las dificultades alimentarias de los países menos adelantados acabarán llegando a Europa en forma de conflicto. El hambre es inaceptable. Las guerras en el norte de África que comenzaron en Túnez y Egipto en 2011 comenzaron con el grito de "pan y libertad". Actualmente, se habla del conflicto del hambre en Líbano. En fin, sobran los ejemplos.

Altos precios de los alimentos, una fábrica de hambre

Se había advertido de la posibilidad de una crisis de precios alimentarios y, finalmente, la burbuja ha estallado. ¿Cuáles son las causas? Como factor coyuntural es relevante el conjunto de efectos disruptivos y desestabilizadores de la pandemia. Pero la base del problema es la creciente tensión oferta-demanda de alimentos básicos, específicamente cereales, que provoca una caída sostenida de las existencias, tal como se refleja en el primer gráfico.

Los porcentajes de las existencias mundiales de cereales en relación con su uso han ido disminuyendo durante cinco años. Con ello, expresan una creciente dificultad de la producción para satisfacer la demanda. En cinco años, han pasado del 31,9% en la campaña 2017/18 al 28,5% en la campaña 2021/22 (previsión). La AMIS (Agricultural Market Information System), que es la agencia internacional creada por el G20 a raíz de la burbuja alimentaria de 2010, acaba de pedir "acciones concretas para garantizar el suministro y el acceso a los alimentos, particularmente a los más vulnerables". Pero ¿cómo se puede revertir esta tendencia? Esta es una dificultad que a menudo se resuelve con más deforestación, una de las causas más importantes del cambio climático. El suministro mundial de alimentos es un tema complejo, dado que existen vectores contradictorios que convergen en el camino de las soluciones. La gravedad del problema requiere reunir todos los esfuerzos empresariales, técnicos e institucionales necesarios para conseguir alimentar al mundo sin cruzar los límites planetarios. Es decir, producir más de forma más sostenible.

La regulación efectiva de los fondos especulativos en los mercados de futuros alimentarios es todavía una asignatura pendiente, que se convierte en imprescindible para evitar los graves impactos de la incertidumbre y los precios altos

Llegados a este punto, los fondos especulativos juegan un papel seriamente desestabilizador. La reducción de los stocks es la señal que los fondos especulativos están esperando para iniciar compras masivas, que impulsan los mercados a unos niveles de precios injustificables por la dinámica ordinaria entre la oferta y la demanda. La regulación efectiva de los fondos especulativos en los mercados de futuros de alimentos sigue siendo una asignatura pendiente, algo esencial para evitar los graves impactos de la incertidumbre y los altos precios.

Los agrocarburantes son otro actor no deseado en este embrollo. La aparición de los agrocarburantes en la escena de los mercados energéticos significó que los precios de los alimentos quedaran estrechamente vinculados a las tendencias de los precios del petróleo. El segundo gráfico muestra conjuntamente la evolución de los precios de los alimentos y el petróleo. El gráfico señala también las tres burbujas anteriores de precios de los alimentos a lo largo de los últimos 12 años, una advertencia que ya no admite retrasos. El gráfico es especialmente explícito sobre la coincidencia de tendencias (expresadas en diferentes unidades) de los precios del petróleo y los alimentos.

Este hecho nos recuerda que la comida es energía y, por lo tanto, puede ser sustituto de ella. Últimamente, con los precios del petróleo alrededor de los 80 dólares, la producción de agrocarburantes ha pasado a ser más rentable. Por esta razón, como se indica en el informe mensual WASDE del Departamento de Agricultura de Estados Unidos del 9 de noviembre, en el último período mensual en EEUU, el uso de maíz para la producción de etanol ha aumentado en 50 millones de bushels (1,3 millones de toneladas). Este uso del maíz desplaza la oferta del mercado de alimentos al de la energía y, por lo tanto, aumenta la tensión en el mercado de alimentos.

Estos importantes aumentos de precios de los alimentos básicos en el mercado de futuros son ganancias para algunos i pérdidas para otros. Lógicamente, en los mercados especulativos algunos ganan y otros pierden. Pero en el mundo real al añadir el factor hambre, todos perdemos.

Las cicatrices del día después

Recientemente, y de repente, los precios de los fletes, que se habían multiplicado por 10, han sufrido una brusca caída. Esto se ha interpretado como la señal de un retorno a los equilibrios rotos por la pandemia. Ello ha supuesto un alivio para las expectativas del mercado. Al mismo tiempo, los precios del petróleo han vuelto a niveles por debajo de los 80 dólares. Rápidamente, a los optimistas habituales les ha faltado tiempo para decir que aquí no ha pasado nada. Su mensaje es: los precios se recuperarán a niveles ordinarios y todo ha sido una distorsión coyuntural sin mayor importancia. Confiamos en su optimismo, pero por ahora el precio del trigo durante noviembre ha seguido subiendo.

Pero, en cualquier caso, estas explosiones de precios con un fuerte componente especulativo modifican las estructuras de poder hacia una mayor desigualdad y dejan víctimas, con consecuencias para los más débiles, en forma de hambre y graves tensiones sociales y políticas. El escenario es complejo, ser conscientes de ello es la clave para convertirnos en actores de soluciones. Y, por el bien de todos, las soluciones pasan por el impulso de la producción agrícola bajo los parámetros de sostenibilidad, la solidaridad y la lucha contra la desigualdad. Sin duda, si hubiera una distribución más equitativa de la riqueza y los alimentos hoy en día, este artículo no tendría sentido.

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