La banca va de copas

Los beneficios de las entidades financieras se disparan mientras cae el poder adquisitivo de los trabajadores

 Los analistas estiman que el beneficio de la gran banca crecerá un 23% respecto al año anterior | iStock Los analistas estiman que el beneficio de la gran banca crecerá un 23% respecto al año anterior | iStock

Días de vino y rosas para la banca. Bankinter, Sabadell y Unicaja han iniciado la presentación de resultados para el conjunto del ejercicio 2022. BBVA, Santander y Caixabank, por este orden, está previsto que lo hagan esta misma semana. Ahora que se rinden cuentas públicamente cada tres meses, el cierre del conjunto del año no presenta ya demasiadas sorpresas y se va confirmando la importante mejora de resultados de todas las grandes entidades. En cifras absolutas, algunos son más modestos que otros porque vienen de complejos procesos de ajuste -Sabadell- o de fusión -Unicaja con Liberbank y Caixabank con Bankia-. En total, algunos analistas estiman que el beneficio de la gran banca crecerá un 23% respecto al año anterior y alcanzará los 20.000 millones de euros. Sin embargo, las estimaciones del Banco de España son aún más favorables y calcula que el conjunto de las empresas financieras han aumentado las ganancias un 31% durante 2022, cifra un 50% superior al de las empresas no financieras, que se estima en un 21%.

La semana pasada todo el mundo se alegraba del crecimiento de la economía española de un 5,5% en el último ejercicio. Pero recordemos que el poder adquisitivo de los trabajadores ha mermado de media más de cinco puntos durante este mismo período. Existe una correlación inversa entre la primera y la última variable: la elevada inflación perjudica especialmente al poder adquisitivo de los trabajadores y el aumento de los tipos de interés emprendido para combatirla favorece los beneficios bancarios. Son comparaciones y relaciones siempre más complejas y matizables, pero las cifras son lo suficientemente extremas para no verlas.

La inflación perjudica a los trabajadores y el aumento de los tipos de interés para combatirla, engorda la banca

La banca española no es una excepción dentro del sistema financiero europeo, en la que, pese a los nubarrones que vienen de Ucrania, los resultados trimestrales conocidos hasta ahora apuntan el mismo tipo de comportamiento expansivo de la banca. Y es que el alza de los tipos de interés -el vino de la película de Blake Edwards y Jack Lemmon- los alimenta, los dopa.

Bien distinta es la situación de la banca norteamericana donde, pese a un aumento de los tipos de interés aún más intenso y más rápido que en Europa, el beneficio de los seis grandes bancos caía un 23% durante el tercer trimestre. Unos resultados derivados del aumento de las previsiones para hacer frente a las magras expectativas previstas y por la caída de procesos de adquisición, salida a bolsa y de fusión que condiciona el negocio de los bancos de inversión. Algo deberíamos replantearnos en Europa cuando el comportamiento de la banca está tan condicionado a la política de precio del dinero del BCE y del resto de bancos centrales -Inglaterra, Suiza...-, hasta el punto de que puede evolucionar en sentido contrario a lo que lo hace la economía. En cambio, en Estados Unidos, una implicación más directa de la banca en la economía real tiende a manejarla también en el mismo sentido: si las cosas van bien para la economía, van bien para la banca. Y al revés.

Cabe recordar que, pese a los buenos resultados coyunturales de la economía española, se trata del único socio europeo que no ha alcanzado todavía los niveles de PIB anteriores a la pandemia, en buena parte debido a la recuperación más tardía del turismo. En Europa, donde la recuperación ha sido más rápida, el PIB crecía al 2,5% anual en el tercer trimestre de 2022 y nuestros principales socios comerciales, Francia y Alemania, lo hacían en el 1,0% y en el 1,3 %, respectivamente. En Estados Unidos, el PIB ha crecido durante 2022 un moderado 2,1%, bastante inferior, pero al 5.9% del año anterior. Sin embargo, en todo el último trimestre de 2022 marca una tendencia al estancamiento.

Los impuestos especiales sobre la banca dejan de ser tabú

Los impuestos especiales -y de carácter temporal- sobre la banca ya se extendieron a Europa a partir de la crisis financiera de hace quince años, con el objetivo de recuperar al menos una parte de las ayudas públicas que todos los gobiernos tuvieron que encauzar hacia la banca para que los respectivos sistemas financieros no se hundieran. Hungría abrió la veda en el 2010, seguida de Bélgica, Austria, Portugal y Francia. Todos lo hicieron bajo distintos parámetros y variables, pero Portugal, últimamente redescubierto por España, implementó el nuevo impuesto a partir de los beneficios, que es lo más parecido a la fórmula española: un gravamen del 4,8% sobre el volumen total de intereses y comisiones para los bancos que facturen más de 800 millones de euros por este concepto.

De hecho, tras la crisis financiera, países como Hungría y Bélgica han vuelto a establecer nuevas cargas fiscales sobre la banca este mismo 2022. Seguramente este es el problema: el miedo del sector de que lo de los impuestos temporales se convierta en una norma no escrita en situaciones de crisis. Ahora también se ha añadido Suecia y Reino Unido ha aumentado el gravamen del pasivo a corto y medio plazo, y ha establecido un recargo sobre el impuesto de sociedades. En Francia no han vuelto a establecer ningún impuesto especial, pero la banca se ha comprometido a no subir las comisiones más de un 2%, en un ejemplo de autocontención y concertación público-privada. Una cultura que estaría bien que aquí se extendiera.

Sin embargo, parece que habrá pelea. Bankinter ya anunció que recurrirá ante los tribunales el impuesto al día siguiente de pagar su importe. Veremos qué hacen los demás. De momento, el Sabadell dice que su rentabilidad bajará desde el 10% actual en más de un punto debido al impuesto. No parece ser muy grave.

Financiar la lucha contra la inflación

No hace falta extendernos sobre el diferente tipo de reacciones que han tenido las autoridades económicas ante la crisis financiera de 2008, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania. Todos los países europeos han acabado yendo -incluso Reino Unido- en la misma dirección: medidas más o menos efectivas para frenar el alza de los precios más sensibles que evitaran acelerar la espiral inflación-salarios-costes empresariales-inflación y ayudas selectivas y siempre difíciles de materializar de forma justa para los sectores más desfavorecidos de la población. Y para financiarlo, para no tensar más de la cuenta el déficit y el endeudamiento públicos, ingresos extraordinarios que provienen básicamente de tres colectivo: banca, empresas energéticas y grandes fortunas. Esto sin contar con los ingresos extraordinarios -en nuestro país, IVA e IRPF sobre todo, pero también sociedades, hidrocarburos y cotizaciones sociales- que el aumento de la inflación genera para las arcas estatales. Recordemos que el aumento de recaudación tributaria en España ha sido hasta noviembre 17,5%, tres puntos y medio por encima de la suma del crecimiento del PIB y de la inflación. Todo esto a pesar de las subvenciones o rebajas fiscales en las gasolinas, la electricidad y, sólo a partir de noviembre, del gas.

El dopaje del precio del dinero

El dinero barato durante más de una década dopó a la economía y favoreció la especulación, así como a empresas y startups que no ganaban dinero, pero que sobrevivían a base de captar capital sediento de rentabilidades más altas. Ahora corremos el riesgo de que los tipos de interés elevados emborrachen el sistema financiero europeo, esta vez a expensas de la mayoría de la población. Bien está, pues, que mientras tanto los gobiernos y las autoridades comunitarias ensayen fórmulas para que la borrachera de unos no nos perjudique demasiado a todo lo demás.

«Los días de vino y rosas se ríen y huyen como un niño que corre en un prado hacia una puerta que se cierra», cantaba Frank Sinatra. Pues eso.

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