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Desde Londres: el enfriamiento comercial del Atlántico

El acuerdo entre EE. UU. y el Reino Unido es un hito importante, pero se queda corto ante las ambiciones del gran acuerdo bilateral que debía coronar el post-Brexit

El primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sellan el nuevo acuerdo comercial entre ambos países en Escocia | Europa Press
El primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sellan el nuevo acuerdo comercial entre ambos países en Escocia | Europa Press
Xavier Solano | VIA Empresa
Politólogo
03 de Agosto de 2025 - 05:30

En un mundo pospandémico y sacudido por una guerra a las puertas de Europa, uno esperaría que las grandes potencias fortalecieran sus lazos comerciales. Sin embargo, como suele ocurrir en el complejo tablero de la geopolítica, la realidad se empeña en desafiar las expectativas. A pesar de los discursos conciliadores y los apretones de manos, el enfriamiento comercial entre las dos orillas del Atlántico sigue condicionando las relaciones internacionales.

 

Estados Unidos ha negociado nuevos aranceles con varios países sobre una amplia gama de productos. La City de Londres observa con cautela estos acuerdos. El más reciente, con la Unión Europea (UE), establece un arancel base del 15% para la mayoría de los productos, evitando una escalada hacia el 30%. A pesar de aportar cierta estabilidad, este acuerdo está lejos del retorno al libre comercio que algunos aún tenían la esperanza de ver. El coste no es menor: afectará tanto a los consumidores estadounidenses como a sectores clave para Catalunya, como el de la automoción y el farmacéutico, entre otros.

Por otro lado, el Reino Unido, ahora fuera de la UE, ha firmado el llamado Economic Prosperity Deal con Washington. Este pacto contempla un arancel base del 10% para productos británicos, con condiciones preferentes para sectores estratégicos como la aeronáutica y la automoción. Un hito importante, sí, pero que se queda corto ante las ambiciones del gran acuerdo bilateral que debía coronar el post-Brexit. A pesar de un arancel base más favorable que el pactado con la UE o Japón, la relación especial entre el Reino Unido y los EE. UU. no atraviesa su mejor momento en materia de libre comercio.

 

Para las empresas catalanas y europeas, estas decisiones tienen consecuencias palpables: aumento de los costes, barreras de entrada y una menor competitividad. A pesar de las limitaciones, estos acuerdos aportan cierta previsibilidad que puede facilitar la planificación comercial.

Desde Catalunya, la lección es clara: hay que diversificar mercados. La dependencia excesiva de un solo cliente puede ser peligrosa y hay que asumir que el comercio internacional es tanto político como económico. Ante esta realidad, las empresas catalanas, que exportan miles de millones de euros anuales, deberían explorar nuevos mercados, crear filiales en el extranjero, también en los EE. UU., y esquivar así parte de los aranceles para ganar competitividad.

El desenlace de las negociaciones entre Estados Unidos y China será determinante para las relaciones entre Europa y el gigante asiático

Asimismo, también hay que pensar en planes de contingencia como, por ejemplo, revisar las cadenas de suministro, ajustar precios y buscar alternativas logísticas.

Finalmente, la Unión Europea aspira a presentarse como un bloque negociador fuerte, pero su eficacia depende ahora de la ratificación del acuerdo por parte de los 27 estados miembros, un proceso que se prevé complejo debido a las reticencias de países como Francia y Hungría. Al mismo tiempo, las negociaciones entre Estados Unidos y China siguen su curso, y su desenlace será determinante para las relaciones entre Europa y el gigante asiático. Habrá que observar, pues, cada movimiento con la máxima atención, confiando en que el comercio internacional vuelva a ser el puente que conecta continentes, y no el muro que los aísla.