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Nos hemos convertido en una ciudad de carga y descarga

La regla de los tres ochos (ocho horas para trabajar, ocho para el ocio y ocho para descansar) salta por los aires

Plaza del Ayuntamiento de Valencia | iStock
Plaza del Ayuntamiento de Valencia | iStock
Valencia
24 de Septiembre de 2022

Hace menos de un año, el Ayuntamiento de Valencia decidió que el estacionamiento pagado en vía pública (conocido como ORA) no tendría parón a mediodía. Es decir, que quien quisiera ir a un restaurante y aparcar en zona azul tendría que rascarse el bolsillo doblemente. Que viene la recesión (aunque en aquel momento apenas se atisbaba) y hay que recaudar dinero de donde se pueda. Aunque sea a costa de un bien en teoría común como es la calle.

 

Algún tiempo después, esa misma situación se daba en los denominados puestos de "carga y descarga". Habilitados, aunque cada vez más difíciles de encontrar, para que los proveedores de comercios dispongan de tiempo y espacio para nutrir de sus productos a quienes se los compran al por mayor a diario.

Hablamos de la dificultad para acceder a ellos o simplemente vislumbrarlos por el hecho de que cada vez son más comunes las peatonalizaciones. Y la convivencia de lugares de tránsito rodado con carriles para autobuses y taxis, junto con los habilitados para ciclistas y usuarios de patinetes. Lo que dificulta, en gran medida, disponer de espacios donde los camiones y furgonetas puedan ejercer aquello para lo que se han inventado. Teniendo que exponerse a multas por estacionar en sitios indebidos, en la mayoría de los casos.

 

Este símbolo escenifica todo lo que está mal en nuestra sociedad, donde el balance entre vida personal y profesional sigue siendo (en muchos casos) abrumadoramente favorable a la segunda

Pero no es esta la problemática de la que vamos a hablar hoy, si bien existe y debería ser repensada en el marco de una ciudad que cada vez pretende ser más eficiente y verde, pero que no puede por ello dificultar el trabajo de muchos de sus ciudadanos y ciudadanas.

La reflexión real aparece cuando, ya que muchas personas ni siquiera comen en casa por la dificultad de volver a ella durante su jornada laboral, éstas llegan a sus domicilios al finalizar su trabajo diario. Y estacionan con alegría (¡con alegría!) en las rayas amarillas diagonales que ubican las señalas de carga y descarga.

No hablamos de la dificultad de encontrar aparcamiento, que cada vez es mayor. Entendible en una urbe que busca fomentar los medios de transporte sostenibles, pero difícilmente explicable si los tiempos y ayudas para derivar a la gente a ellos no se corresponden con la velocidad a la que se cercenan comodidades que faciliten la transición.

La regla de los tres ochos (ocho horas para trabajar, ocho para el ocio y ocho para descansar) salta por los aires

En realidad, este símbolo escenifica todo lo que está mal en nuestra sociedad, donde el balance entre vida personal y profesional sigue siendo (en muchos casos) abrumadoramente favorable a la segunda. Porque la regla de los tres ochos (ocho horas para trabajar, ocho para el ocio y ocho para descansar) salta por los aires con la hora de ir y volver al trabajo, los 30 minutos de media en encontrar aparcamiento, el cuidado de los hijos y la necesidad de desconectar viendo una serie ya a altas horas de la noche.

Y yendo aún más allá, nos define como propuesta de vida. Hablábamos en párrafos anteriores de alegrarse de encontrar un lugar donde depositar el coche en la calle sin que esto nos penalice económicamente. Esto es, sin tener que pagar ORA ni destinar dinero mensual a un parking.

Lo que significa que, si la placa pone que está prohibido estacionar de 20 horas por la tarde a 9 de la mañana, esa es nuestra franja de vida real. Llegar a casa casi con el sol puesto y marcharnos de ella cuando apenas ha levantado el vuelo.

Lo cual, en una sociedad basada en el conocimiento y donde disponemos de la tecnología para trabajar menos (y de manera mucho más eficiente) que nuestros padres, nos pone una vez ante el espejo. Y, como el reflejo sigue sin gustarnos, lloramos por volver a la vida rutinaria en septiembre.