El virus de las terrazas

En tiempo de elecciones no parece que los ayuntamientos se embarquen en aplicar soluciones drásticas o urgentes que los enfrenten con el sector de la restauración

Terraza en la vía pública en una calle de Barcelona | David Zorrakino | Europa Press Terraza en la vía pública en una calle de Barcelona | David Zorrakino | Europa Press

Otra de las novedades de regresar en verano al pueblo es que uno se se encuentra con las calles y plazas llenas de mesas y sillas de los bares y restaurantes. Decimos novedad, respecto a años anteriores, pero es lo mismo que pasa en Barcelona. La pandemia permitió que los alcaldes concedieran manga ancha y ahora ninguno de ellos, y menos en periodo preelectoral, sabe cómo solucionarlo. ¿Era necesario tomar esta medida? Claro que sí; dar un apoyo a los bares y restaurantes después de tantos días cerrados se convertía en una acción indispensable. ¿Qué pasa ahora? Todos hemos entrado en una especie de virus de convivencia que si no se desarrolla en el exterior de los establecimientos no tiene valor. Este virus de la terraza incluso ha afectado al precio de los pisos. Siempre existió un plus en favor de los apartamentos con alguna salida exterior; pero ahora esto significa, como mínimo, el incremento de un 15% o 20% del precio de la vivienda. Los que buscan piso se enfadan por el hecho de que apartamentos pequeños con terracitas mediocres cuesten un riñón. No hay para tanto y esto tenderá a equilibrarse.

Con la venia colectiva, los restauradores y el público en general se han apoderado todavía más de la calle

Ahora tenemos dos problemas. El primero, como volvemos a excitar a la gente para que acepte tomar la consumición, el almuerzo o la comida en el interior. Y el segundo, como recuperamos el paisaje urbano postpandemia, de forma que los que quieran andar tranquilamente por la calle puedan hacerlo sin trabas de sillas y mesas, y los que quieran sentarse en el exterior lo puedan hacer. Ni una cosa ni otra serán fáciles, sobre todo, si queremos que el sector se siga ganando bien la vida. La primera, porque en el mediterráneo hace siglos que estamos acostumbrados a realizar muchas actividades en las calles y, con la venia colectiva, los restauradores y el público en general se han apoderado todavía más de la calle; quizás se tendrá que volver a los precios distintos entre dentro y fuera, a segmentar claramente lo que se sirve en el interior y en la terraza, o incluso se acabarán especializando los establecimientos en una cosa u otra diferencialmente. Y la segunda, todavía será más complicado de resolver. Los ayuntamientos apuestan por recuperar los espacios ocupados por las mesas y las sillas, la movilidad de antes de la pandemia, y el predominio de los peatones perdido; ahora les preocupan menos las tasas que se derivan por ésta actividad económica, aunque a muchos ni se les ha pasado por la cabeza cobrarlas. En tiempo de elecciones, no parece que se embarquen un aplicar soluciones ni drásticas ni urgentes enfrentándose al sector. Por la parte del sector, mientras dure este virus de las terrazas, los restauradores saben que el negocio está fuera y cada vez menos en los espacios de dentro. Y por lo que afecta a los clientes, no parece nada claro que estén dispuestos a entrar a la cueva si ésta no se presenta de otro modo que facilite una mejor experiencia o unos precios más baratos.

Habrá que volver a la negociación y cada cual (ayuntamientos, restauración y ciudadanos) tendrá que defender fuertemente su posición

A todo esto, se ha generado un problema adicional que lo complica aún más. Dos años no pasan en balde y el modelo de ciudad del 2019 ha evolucionado hacia el de 2022 y no es evidente que sea el mismo que tienen en la cabeza el consistorio, el sector ni los ciudadanos. Habrá que volver a la negociación y cada cual tendrá que defender fuertemente su posición y ceder hasta llegar a un acuerdo entre todos.

Quería pasear por la calle principal y bajar por las escaleras que conducen al puerto de l'Ametlla de Mar. Es una delicia hacer este recorrido por la mañana, por la tarde o al atardecer: el pueblo marinero, las tiendas diversas y los escaparates, los nativos, los nacionales, los extranjeros, arriba y abajo... El recorrido estaba interrumpido por bares y restaurantes que pueblan la calle, más o menos como el resto de pueblos de . Catalunya. Al día siguiente reservé en uno de los restaurantes y cené espléndidamente. Desgraciadamente, aunque veraneo aquí desde hace más de treinta años, como estoy empadronado a mi residencia habitual no me pedirán la opinión.

Més informació
¡Viva Zapata!
Más marcas, más fabricantes y menos tiendas
Dónde (no) aprender a (mal) tratar a los clientes
Hoy Destacamos
Lo más leido