Casa Gispert, de los productos coloniales a la atracción para turistas

Fundado el 1851, el comercio centenario mantiene su actividad como tienda especializada en la torrefacción de café y frutos secos al corazón de Barcelona

Interior de la tienda Casa Gispert. Cedida Interior de la tienda Casa Gispert. Cedida

No hay duda que el doctor Josep Gispert, un médico de Centelles tuvo buena vista por los negocios cuando decidió abrir, en 1851, una tienda de productos coloniales a la calle Sombrerers, en el centro de Barcelona. Quizás no fue en aquel momento un emprendedor innovador, puesto que tiendas de productos coloniales, a la época, había fuerza. Pero se le tiene que reconocer el mérito de haber fundado len tienda de estas características más longeva de la capital catalana. Gispert abrió la tienda para sus hijos Enric y Alfons que, después de aprender el oficio, pudieron añadir con orgullo su título al nombre del negocio: Casa Gispert, Maestros Tostadores.

A lo largo de muchas décadas, la casa Gispert comercializó al por mayor los productos que llegaban de las colonias, es decir, café, té, cacao, azafrán y especies de todo tipo que llegaban de ultramar. Lo hacían debajo la marca Sabor. Más adelante, el negocio se especializaría en la torrefacción de café y frutos secos, productos que encara hoy son la joya de la corona de la Casa Gispert.

La torrefacción de café y frutos secos son la joya de la corona de la Casa Gispert

Durando casi un siglo y medio, el negocio estuvo en manso de la familia Gispert, hasta que en 1995, el último miembro de la saga, la viuda de Enric Gispert, bisnieto del fundador, decidió traspasar el negocio. Fue entonces cuando se puso al frente la familia Margenat, emparentada con los Gispert y dedicados a la producción de avellana. Bajo la dirección de los Margenat el negocio ha cogido un nuevo impulso, explica Marc Martínez, tostador y biólogo encargado de la comunicación de Casa Gispert.

Cuando los Margenat cogieron las riendas de la tienda, explicar Martínez, decidieron ampliar la oferta de productos introduciendo aceites de oliva virgen extras, vinagres, chocolates, turrones, mieles, mermeladas, vinos dulces y otros productos ecológicos, de calidad y de proximidad. La última generación de los Margenat viene representada por los actuales responsables de la Casa Gispert, Enric Comellas y Gemma Marín.

Durando casi un siglo y medio, el negocio estuvo en manso de la familia Gispert, hasta que en 1995, el último miembro de la saga, traspasó el negocio

Comellas y Marin han dado un nuevo impulso al negocio tanto a nivel tecnológico, creando una página web y entrando a las redes sociales, como también impulsando la creación de un obrador en Viladecavalls. Este obrador entró en servicio a finales del 2014 y está equipado con nuevas tecnologías y maquinarias, cosa que ha permitido hacer una apuesta más decidir por la exportación de frutos secos a países como Bélgica, Italia, Dinamarca, Finlandia o Hungría. También desde hace un año y medio han abierto una réplica de la Casa Gispert en Terrassa.

Interior de la botiga Casa Gispert

Interior de la tienda Casa Gispert

Una tienda que es como un museo

Martínez reconoce que la distribución de frutos secos y café representa hoy la base del negocio de la Casa Gispert, pero la tienda de la calle Sombrerers es todavía un activo importante, como reclamo e imagen de marca. La tienda conserva su aspecto original, con un mostrador de una sola pieza, como se hacía antiguamente, y las estanterías de madera, cosa que la convierte prácticamente en un museo en pleno rendimiento. Cuenta también con un antiguo horno de leña donde se continúa tostando los frutos secos como hace más de 160 años. Precisamente, al obrador de Viladecavalls se ha hecho una réplica del horno original de la tienda de Barcelona, para poder tostar desde el obrador con las mismas características.

Este aire de otra época que tiene la Casa Gispert se ha convertido en un reclamo para los visitantes y turistas que cercan por los entornos de Santa Maria del Mar y el Borne. El turismo ayuda a dinamizar el negocio, admite Martínez, pero también son conscientes que la masificación turística está incomodando los vecinos del barrio, que son también los clientes de toda la vida. Encontrar el equilibrio entre estos dos públicos es uno de los retos a los que se enfrentan diariamente.

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