
La muerte de Edsel no solo dejaba un vacío moral que la siguiente generación Ford tendría que llenar, sino que también emitía descorazonadores mensajes respecto a los peligros del poder y a la necesidad de tomar y mantener la empresa contra todo lo que pudiera representar una amenaza.
Todos los ojos estaban fijos en Henry II. Al darse cuenta de que la tarea de proteger los intereses de la familia en la lucha contra Bennett podía caer sobre sus espaldas, intentó actuar de manera diplomática. Benson, como hijo menor, no sentía la necesidad de ser diplomático y, de forma poco característica, se enojó muchísimo cuando se enteró de que su padre ya no se recuperaría: "¡El abuelo tiene la culpa de la enfermedad de papá, y no quiero nada con él!".
El anciano Henry comenzó a insinuar su voluntad de que Bennett fuera el próximo presidente de Ford. Eleanor, que controlaba ahora el importante paquete de acciones de su difunto exmarido, tuvo un ataque. Para calmarla, el anciano Henry le prometió que él mismo ocuparía ese cargo, aunque Henry II objetó, sin éxito, lo inadecuado de una designación de nuevo presidente de modo tan inmediato a la muerte de su padre.
Bennett había encargado un codicilo para añadir al testamento del viejo Henry, en el cual se establecía un fideicomiso que controlaría la empresa durante los diez años siguientes a su muerte en el cual él era el secretario. Cuando Henry II se enteró, proclamó: “Que me cuelguen si dejo que me mate a mí. Antes me dejo ir”. Comentó que estaba pensando en dejar la empresa, vender sus acciones y después visitar a los concesionarios de todo el país explicándoles la situación sin futuro para que cortaran sus relaciones con Ford, ya que intentaba volver al paraíso perdido de un solo tipo de motor y de chasis.
Parecía que la rebelión iba a fracasar, pero en este momento las mujeres de la familia, que se habían mantenido en silencio durante la larga humillación de Edsel, se colocaron al lado de Henry II. Clara manifestó a su marido, con toda claridad, que negar a Henry la autoridad dentro de la empresa significaba la ruptura definitiva de los vínculos familiares, ya bastante deteriorados. Eleanor, por su parte, planteó un ultimátum: si su hijo no era colocado inmediatamente al frente de la compañía, vendería todas las acciones que había heredado de Edsel, que representaban algo así como el 41% del total de la empresa. Esta última amenaza hizo reflexionar al anciano.
Clara manifestó a su marido, con toda claridad, que negar a Henry la autoridad dentro de la empresa significaba la ruptura definitiva de los vínculos familiares
Henry estaba excesivamente sumergido en su propio y extraño drama para dedicar tiempo a la creación de un imperativo dinástico para su familia. No obstante, mientras vivió, los miembros de la familia se veían a sí mismos definidos por su relación con él. Todos habían tenido sentimientos ambivalentes respecto al anciano. El reino podía ser puesto en peligro por un rey demente, como el anciano Henry. En él podía desarrollarse el trágico drama del príncipe caído, como Edsel, podían aparecer peligrosos usurpadores como Bennett. Los tres hijos de Edsel se dispusieron a hacer en la época de posguerra.
En vista del papel ejercido por Clara y Eleanor para conseguir que el viejo Henry se retirara, se especuló después de su muerte sobre la posibilidad de que los hombres pasaran a ser controlados por un matriarcado, o al menos por una regencia femenina.
Cuando un consejero ofreció a Henry II encargarse de eliminar a los partidarios de Bennett no lo aceptó. “Tengo que hacerlo yo mismo, o me conocerán como el tipo que no supo enfrentar sus responsabilidades”. Visitó todos los concesionarios Ford dando inspiradas charlas sobre cómo la empresa volvería a ser la número uno y, sobre todo, les permitió ver y tocar a un Ford de carne y hueso. Luego condujo el Ford de prueba en las 500 millas de Indianápolis. Solo hablaba de su abuelo, a veces ceremonial. No había cumplido los treinta años.
Mientras tanto, Ford estaba perdiendo un millón de dólares diarios en 1946.
Como remedio, contrató a diez jóvenes, antiguos oficiales de las Fuerzas Aéreas, ejecutivos cuyo liderazgo se basaba más en el conocimiento financiero y la sofisticación que en una idea sobre el producto en sí. Descubrieron cosas terribles: millones de dólares repartidos en bancos sin intereses; que los anticuados contables dejaban que las facturas amontonadas consiguieran más de un metro de altura, y después estimaban la cuenta de las facturas que debían pagarse midiendo la altura de las pilas.
Henry II, consciente de su precaria posición, que, después de todo, no se fundaba en conocimientos ni experiencia, sino en su nombre y en su calidad de propietario, tenía que incorporar a alguien capaz de conseguir el gran salto adelante de la compañía. Su elección fue Ernest Breech, que inició un plan para secuestrar de la General Motors a los jóvenes de segundo y tercer nivel gerencial, nuestros hombres-cima del futuro.
En esta tercera entrega de la saga Ford podemos reflexionar sobre la importancia de tener un sistema de gobierno fuerte, el rol -muchas veces oculto- de las mujeres en la familia empresaria, la necesidad de demostrar que se merece el poder heredado, el papel de los externos a la empresa familiar. Nos podríamos plantear cuestiones como: ¿Qué papel juegan las mujeres en nuestra familia empresaria? ¿Tenemos un gobierno de empresa adecuado? ¿Incorporamos talento externo? ¿Los continuadores tendrán autoridad o solo poder?