Expediente Rània: la quiebra más extraña

Junto con Ram, Letona y Ato, Rània era una de las empresas catalanas de leche de vaca más importantes de los años 80

Vacas en una granja de producció de leche, en referència a la empresa Ràanida | iStock Vacas en una granja de producció de leche, en referència a la empresa Ràanida | iStock

Es un hecho constatable que en los años 80 consumíamos mucha más leche que hoy en día. En efecto, en aquellos años la leche de vaca tenía mucha más presencia en los hogares catalanes que en la actualidad, con una diferencia espeluznante. Las ventas de leche líquida en el Estado español representaban a inicios de los 80 un consumo per cápita de 132 kilos anuales, unas cifras que hacen empalidecer las exiguas facturaciones anuales, que apenas llegan al 50% de las de aquellos tiempos. Una preponderancia así en la cesta de la compra se reflejaba, entre otros cosas, en más publicidad sectorial, de forma que las principales marcas las encontrábamos a menudo en las páginas de la prensa escrita, en los anuncios de televisión e, incluso, en el mundo de los patrocinios. En Catalunya, los principales operadores del mercado de la leche a finales de los 70 e inicios de los 80 era un cuarteto conformado por Ram, Rània, Letona y Ato.

Empezando por el orden indicado, Ram, fundada por Jaume Serra Noy y Francesc Casanovas Garrigues en 1934, treinta años después había entrado a formar parte del INI, la entidad que agrupaba a las empresas públicas, para después ser vendida a Tabacalera en 1988. En la actualidad, pertenece a Puleva. Había sido históricamente el líder en ventas en Catalunya hasta que perdió esta posición en beneficio de Rània a inicios de los 80. Por su parte, Rània era una marca creada en 1948 por Pere Freixes, propietario de una vaquería en el barrio de Sants de Barcelona. Con los años, llegada la década de los 60, la vaquería se transformó en una industria llamada Productos Lácteos Freixas que no pararía de crecer durante los años siguientes, hasta distribuir el 40% de la leche de Catalunya.

La tercera en discordia durante aquellos inicios de los 80 era Ato, del Centre Làctic Ballcells (Cebalsa), que pese al origen catalán, en 1990 fue vendida a una compañía francesa. También explotaban la marca de yogures Yoplait, muy conocida décadas atrás. Hoy en día, la propiedad está dividida entre productores catalanes (un 60%) y la firma Capsa Food (40%), que pertenece básicamente a Central Lechera Asturiana. Y la cuarta compañía de este gran póquer era Letona, originalmente de la familia Viader (1925), pero que en 1974 la vendieron a Clesa (Centrales Lecheras Españolas, SA). Con el tiempo, Clesa pasó a manos de Parmalat (1988) y con la quiebra de los italianos el propietario sería la infausta Nueva Rumasa. La marca Cacaolat, que pertenecía al grupo, fue rescatada del pozo gracias a una asociación entre la cervecera Damm y la distribuidora de Coca-Cola Cobega.

Joan Freixas se implicó cada vez más con la secta Àgora, que empezó a introducirse en Rània

Este era el panorama de la leche catalana en torno al cambio de década, de los 70 a los 80. Pero pronto se produjo un terremoto imprevisto, porque una de las grandes desapareció del mapa. De todas las maneras de hundir un imperio, sin duda el caso de Rània es el más extraño. No la tumbó la competencia, ni la crisis económica, ni siquiera la caída del consumo. Tampoco fueron problemas financieros o imputables a inversiones mal ejecutadas. Nada de esto. A Rània la tumbó una secta.

Un mar de cambios de estrategia

Ahora hace casi 50 años que se produjo el relevo generacional en Rània, y Joan Freixas se hizo con el control absoluto de la empresa que hasta entonces había liderado su padre. Las circunstancias quisieron que un mal día de mediados de los años 70, Joan Freixas asistiera a un seminario titulado Análisis de la producción social en la empresa organizado por una entidad llamada Àgora, que estaba dirigida por un tal Ángel Nogueira. Desde aquel día, la implicación de Freixas con Àgora fue creciendo, hasta el punto que por allí empezaron a desfilar mandos y trabajadores de Rània con la idea de formarlos. La nueva filosofía se basaba en mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, y esto se canalizó mediante grandes incrementos salariales. Pero también se implantó una nueva estrategia comercial basada en ampliar la carpeta de productos, para acabar ofreciendo absolutamente de todo, desde madalenas hasta chorizos. Una estrategia tan ambiciosa supuso grandes gastos en nuevos centros logísticos y un crecimiento constante de la plantilla. El peso de Àgora, que en realidad era una secta, dentro de Rània llegó al punto que era esta entidad quien asumió la selección de personal de la compañía lechera.

Pronto el caos se apoderó de la empresa, ahogada en un mar de órdenes contradictorias y de cambios de estrategia, que surgían de los dos pilares ideológicos de la secta: abolición de la autoridad y permisividad total con la conducta de los trabajadores. Mientras tanto, Àgora y su constelación de empresas filiales iban engordando sus cuentas corrientes (se calcula que en unos cientos de millones de pesetas) gracias a la generosidad de Freixas, que se embarcó también en una política suicida de préstamos millonarios a los propios trabajadores de la compañía.

Cuando ya no había suficientes recursos para abonar los salarios, Rània entró en una espiral de huelgas y protestas sociales hasta la quiebra de 1980

Hagamos balance: la firma Logópolis, que intermediaba la compra de maquinaría se quedaba el 15% de la facturación de la empresa lechera, más 36 millones de pesetas anuales por tareas de consultoría. Paidópolis organizaba las vacaciones de los hijos de los trabajadores, trabajo por el que cobraba 10 millones de pesetas anuales. Agapània proporcionaba trabajadores a Rània, a razón de seis millones y medio de pesetas mensuales. Finalmente, Anthropos vendía cursos cobrando 120 millones de pesetas anuales.

Con una sangría de tal nivel, es comprensible que la compañía empezara a hacer aguas bien pronto. Cuando ya no había suficientes recursos para abonar los salarios, Rània entró en una espiral de huelgas y protestas sociales que todavía acelerarían más el proceso de deterioro de la firma, hasta la quiebra de 1980. En vista de la situación, 1983 los trabajadores se constituyeron en cooperativa para quedarse los activos de la empresa, pero ya era demasiado tarde para levantar el vuelo. Tres años más tarde, en 1986, el fondo de inversión luxemburgués Interpart-Sasea, de capital mayoritariamente italiano, estuvo a punto de adquirir la mayoría de las acciones, pero la operación no se cerró y como consecuencia de esto el futuro de la compañía quedaba mortalmente amenazado. El intento de salvarla por parte de un grupo de ganaderos de Girona agrupados bajo la marca Danloph no tuvo éxito y la quiebra definitiva se produjo en 1987.

Y de este modo tan singular desapareció una de las grandes empresas del país.

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