La aventura olvidada del Canal 10

Hubo un tiempo en que en España solo había una televisión; décadas de un monopolio que empezó a agrietarse a mediados de los años ochenta

Imagen de un conjunto de televisores| iStock Imagen de un conjunto de televisores| iStock

Hubo un tiempo en que en España solo había una televisión; décadas de un monopolio que empezó a romperse a mediados de los años ochenta con la aparición de las televisiones autonómicas, llamadas “terceros canales” en aquellos tiempos. Para ser más precisos diremos que también existían las televisiones locales, con Radiotelevisió Cardedeu como emblema del sector y pionera en las emisiones (empezaron ni más ni menos que en 1980).

Las cadenas privadas todavía tendrían que esperar, pero entre una cosa y la otra hubo un intento fracasado de abrir el espectro televisivo. Ante la demora del gobierno socialista para aprobar la ley de televisiones privadas, un grupo inversor se lanzó a la piscina con un proyecto que ahora parecería bien estrambótico, pero de esto hablaremos más adelante.

Un intento fracasado de abrir el espectro televisivo

Primero haremos una parada para recordar que los canales privados llegaron a España en 1990, después de que la Ley 10/1988 regulara su existencia. De manera inmediata se puso en marcha la licitación para otorgar las concesiones, que serían solo tres. Se presentaron seis aspirantes: Antena 3 Televisión, que vendía a ser una réplica de Antena 3 Radio, una emisora muy exitosa que tenía al Grupo Godó entre sus accionistas principales.

En la aventura televisiva, los acompañaban el Grupo Correo (hoy Vocento) y el diario ABC. Otro candidato fue Tele5 (hoy Telecinco), la versión española de la cadena homónima italiana, el propietario de la cual era Silvio Berlusconi (que hacía pocos años había cogido las riendas del AC Milan). En la filial española de la cadena transalpina, los accionistas eran, además del magnate italiano, la ONCE y el grupo editorial Anaya (hoy en manos de los franceses Hachette Livre). El tercer candidato era uno de los favoritos, por la fortaleza indudable del proyecto.

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Antonio Asensio Pizarro, fundador del Grupo Zeta | El Periódico



Se trataba de Canal Uno Univisión, que pertenecía al Grupo Zeta de Antonio Asensio Pizarro y que contaba con los apoyos de Mario Conde Conde, entonces presidente de Banesto, y de Rupert Murdoch (News Corporation). Otro de los candidatos, en principio con pocas probabilidades de éxito por su naturaleza singular, era Canal +.

Una propuesta del Grupo Prisa de Jesús de Polanco que permitía la llegada a España del canal de origen francés y que tenía como principal característica que era de pago, gracias a un sistema de codificación de las imágenes que no se podían visionar sin ser abonado. Precisamente esta característica de ser un medio restringido hacía que los analistas le confirieran escasas posibilidades de ser seleccionado. Finalmente, había dos proyectos menores, que eran Canal C y Tele16 (este último vinculado a las publicaciones Diario16 y Cambio16). Hace falta que pongamos la lupa en el mencionado Canal C, porque se da la circunstancia que era una iniciativa del todo catalana.

Los fundadores eran un total de veinticinco personas, entre las cuales había ocho empresarios, tres abogados, un periodista, un abogado del Estado, un auditor, un médico, un escultor y un grupo de cineastas. Las caras visibles eran Josep Maria Forn, Antoni Ainoza y Joan Piqué Vidal. El capital inicial eran 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros), con una expectativa de ampliar capital hasta los 11.000 millones (66 millones de euros) si conseguían la licencia.

Joan Piqué Vidal, un abogado clave en muchas de las tramas que se movieron en Barcelona

Sin duda, del trío de personajes que lideraban el proyecto, el más conocido es Piqué Vidal, un abogado clave en muchas de las tramas que se movieron en Barcelona décadas atrás. Fue defensor de Jordi Pujol en el caso Banca Catalana y más tarde su despacho se constituyó en el epicentro de las actividades del juez Lluís Pascual Estevill, el magistrado que extorsionaba los empresarios investigados por la justicia. Pero esto es otra historia.

Viernes 25 de agosto del 1989, el gobierno hizo público el resultado del concurso y el día siguiente la prensa abrió con la noticia con grandes titulares. Empezaba una nueva era para la televisión en España, después de treinta y tres años de monopolio de RTVE (si obviamos las televisiones autonómicas, de ámbito geográfico restringido). El veredicto del gobierno de Felipe González incorporaba una gran sorpresa: si bien dos de los favoritos (Antena 3 y Tele5) fueron agraciados, el tercero de los grandes candidatos, Univisión, se quedó fuera contra todo pronóstico.

No resulta exagerado afirmar que aquel primigenio desarrollo de los operadores privados de televisión generó una cierta decepción entre los espectadores, deseosos de acceder a más calidad y a más pluralidad informativa. Por el contrario, se encontraron con una cadena que tenía como eje principal de su programación toda una serie de chicas con poca ropa (Tele5), otra de pago y que solo hacía películas y fútbol (Canal +), y una tercera que justeaba tanto en recursos, que a menudo transmitía una imagen muy tronada (Antena 3).

640px Felipe González recibe al presidente de Banesto y al del Banco Central
Imagen de archivo de Mario Conde y Felipe González | Wikimedia Commons



El chasco de Antonio Asensio y de sus compañeros de viaje se transformó en impulso para tener una segunda oportunidad en el mercado de las televisiones privadas, y así fue cuando, tres años más tarde, el tándem Asensio-Murdoch sumó esfuerzos, junto con el Banesto de Mario Conde, para adquirir una de las licencias ganadoras, la de Antena 3. El Grupo Godó y el núcleo proveniente de Antena 3 Radio se quedaron con una participación minoritaria, mientras que la sociedad Renvir (Asensio-Murdoch) y Corporación Banesto conseguían acumular el 45% del capital y, así, convertirse en los nuevos propietarios.

La cadena de televisión experimentó un cambio de arriba abajo, que llegó a afectar incluso al logotipo, que dejó de ser una versión del de la emisora de radio con la cual estaba hermandada la cadena. Recuperamos ahora el hilo temporal que habíamos comenzado en el primer párrafo, y situémonos en noviembre del 1987, cuando se anunció que un grupo inversor había diseñado un canal de televisión que iniciaría sus emisiones pocos meses después, en enero del 1988.

Canal 10 no tenía marco legal donde ampararse

El nombre de la nueva cadena era Canal 10. Cómo hemos visto, la ley de televisiones privadas no sería aprobada hasta la primavera del 1988, de forma que este canal no tenía marco legal donde ampararse. Para solucionarlo, los promotores se ingeniaron una estrategia tan curiosa, que el proyecto merece el calificativo de estrambótico que le hemos dedicado unas líneas atrás: decidieron emitir desde Londres, con señal vía satélite.

Adicionalmente, se presentaron como canal de pago, lo que hacía todavía más extraña la propuesta para unos ciudadanos acostumbrados, a lo largo de décadas, a no pagar para consumir televisión (recordamos que el Canal + llegaría tres años más tarde del anuncio de Canal 10). Otro elemento en cierto modo paradójico es que los anuncios para captar subscriptores los pasaban a Televisión Española, su rival directo (y único).

Las condiciones para acceder a ser abonado de Canal 10 pasaban por una cuota de alta de 15.000 pesetas (90 euros) y una suscripción mensual de 3.500 pesetas (21 euros), mientras que la antena parabólica la instalaba de manera gratuita la misma empresa. Los reclamos publicitarios, con los ojos de tres décadas y media después, transmiten cierto olor de ingenuidad: "Desde el espacio a su hogar", en referencia a la emisión vía satélite; "cada hora de programación, menos de cinco pesetas"; "conocemos sus gustos: Canal 10 dispone de un equipo de investigación dedicado a estudiar y conocer las preferencias de su público"; "Canal 10 en ningún momento interrumpirá con anuncios las películas". Todo ello bajo el eslogan estrella de la casa: "Apúntese al 10".

Un conglomerado de accionistas muy heterogéneo

Detrás de este proyecto había un conglomerado de accionistas muy heterogéneo. El líder era el empresari italo-andorrano-catalán Enrique Talarewitz, hijo de un personaje clave en el mundo del cine catalán, porque su padre -Alfredo Talarewitz Rosenthal- había sido un alto ejecutivo de la Metro Goldwyn Mayer para Europa y fundador de la productora Fílmax (inicialmente como distribuidora de títulos de la industria americana). El Talarewitz júnior era titular del 39% del capital de esta nueva televisión. Un peldaño por debajo en el listado de accionistas, y de manera sorpresiva, había la CASS, o lo que es lo mismo, la Seguridad Social andorrana, que poseía un 15% del capital.

Los dos bloques siguientes de este núcleo eran vascos: por un lado, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Vitoria (que tres años más tarde se fusionó con Caja de Álava para formar Caja Vital, de la que sería presidente el padre de Iñaki Urdangarin), con el 12%; por otra banda, el propietario de la marca de bebidas Kas, Luis Knörr Elorza, que acompañado de otros empresarios de la zona atesoraban un 10%, de forma que el bloque del País Vasco totalizaba un 22%.

El porridge empresarial no acababa aquí, porque también tenían acciones el Canal + (todavía solo francés, faltaban dos años para su llegada a España), que era titular del 10%, el hombre de negocios Jacques Hachuel (muy próximo al banquero Mario Conde) y la cadena RTL, estos dos últimos con un 5% cada uno. Más tarde también entró el magnate de los medios Robert Maxwell, que en 1991 desapareció misteriosamente mientras navegaba por aguas de las Islas Canarias.

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Imagen de Nadia Calviño, en las escaleras de Moncloa | Gobierno



A pesar de todo, la nueva cadena era conocida por el público en general como "el negocio de Calviño", en referencia a José María Calviño Iglesias, que había sido el omnipotente director general de Televisión Española, entre 1982 y 1986, y que parecía ser el hombre que movía los hilos del proyecto desde un discreto segundo plano.

De hecho, Calviño era el nexo de unión de algunos de los accionistas implicados y parece que él mismo participó también en el capital del proyecto, mediante la sociedad Lake Wood Enterprises. Ah, por cierto, para los quién se lo estén preguntando, sí, hay una relación entre este señor y la actual vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño Santamaría: son padre e hija.

En enero de 1988 empezaron las esperadas emisiones, primero en abierto y más tarde ya en formato de pago. Entre películas y programas de José Luis Moreno, el proyecto fue declinando, con disputas entre socios, incluidas que acabaron para agrietar los planes. Además, las acusaciones de puertas giratorias y connivencias espurias entre Canal 10 y TVE que hicieron varios medios y el principal partido de la oposición, Alianza Popular, todavía contribuyeron a deteriorar más la imagen del nuevo canal.

La realidad empresarial que había detrás era un fracaso absoluto a la hora de captar clientes; algunas informaciones cifran el número de abonados conseguidos por debajo de los setecientos, una cantidad del todo insuficiente para sostener un canal de televisión. Con el otoño llegó el colapso del proyecto, en medio de un montón de demandas por impago por parte de los proveedores y también de los socios, entre ellos, con acusaciones de mala gestión, donde Talarewitz era el que salía más malparado

La realidad empresarial que había detrás era un fracaso absoluto a la hora de captar clientes

Esta fue una aventura pionera en el mundo de las televisiones privadas, una historia tan fugaz que casi todo el mundo ha olvidado, y también difícil de creer por las generaciones que no lo vivieron y que tienen la percepción que la multiplicidad de canales de televisión ha existido siempre. Pero en todo siempre hay una prehistoria desconocida.

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