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Carme Artigas: “Cada vez que creas un ser digital, pones a un psicópata en el mundo”

La exsecretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial reivindica un uso consciente de la IA y rechaza frontalmente la impersonalización

Carme Artigas, durante su intervención en la Semana de la Innovación de la UAB | Xavier Torres-Bacchetta
Carme Artigas, durante su intervención en la Semana de la Innovación de la UAB | Xavier Torres-Bacchetta
Marc Vilajosana, periodista de VIA Empresa | Mireia Comas
Periodista
Barcelona
21 de Octubre de 2025 - 06:00

No descubrimos nada a nadie si afirmamos que la inteligencia artificial, en su variante generativa, es la tecnología del momento. Lo vemos en iniciativas empresariales, investigaciones científicas y propuestas formativas, pero también en las noticias, en las conversaciones de bar y en el móvil de mucha gente de la calle. El impacto de esta tecnología es de tal envergadura que ha sido el tema central de la conferencia inaugural de la Semana de la Innovación de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), el evento anual en el que el centro acerca el ecosistema académico e investigador al resto de la sociedad.

 

La hemos llamado conferencia, pero en realidad ha consistido en una conversación grabada en formato pódcast y conducida por el periodista Oriol Llop. La invitada ha sido, probablemente, una de las catalanas mejor cualificadas para hablar de ello: Carme Artigas, emprendedora de renombre que ocupó la secretaría de estado de Digitalización e Inteligencia Artificial del gobierno español entre 2020 y 2023 y, más adelante, formó parte del consejo asesor de la ONU sobre IA, encargado de hacer recomendaciones sobre legislación internacional en la tecnología en cuestión. La que actualmente es académica sénior en el think tank Belfer Center de la Harvard Kennedy School de Massachusetts (EEUU) no se ha mordido la lengua a la hora de hablar sobre inteligencia artificial: sin caer en el catastrofismo y destacando todas sus oportunidades, la experta ha alertado también de los peligros que conlleva y de la necesidad de “crear conciencia” en el uso que hacemos de ella, especialmente, entre los más jóvenes.

Artigas lo tiene claro: la revolución de la “IA moderna”, es decir, la que tenemos desde 2022 con el lanzamiento de ChatGPT, tiene “tres características únicas” que la diferencian de otras revoluciones tecnológicas de las últimas décadas. La primera es que “afecta a todos los sectores de actividad sin excepción alguna”, entre los que también se incluyen, por primera vez, las industrias culturales; la segunda, que no solo afecta a los medios productivos y económicos, “sino también a toda la sociedad”, y la tercera, que puede “seguir evolucionando sin intervención humana”. 

 

Tres rasgos característicos que también vienen acompañados de tres grandes problemas. En primera instancia, Artigas ha señalado la “falta de inclusión” que esta tecnología tiene debido a una “concentración altísima de poder” y a las “grandes diferencias” que existen entre “el norte global y el sur global”. La segunda alerta ha ido dirigida a la falta de transparencia de estas tecnologías, que como “se han desarrollado en laboratorios privados —por el acceso a grandes volúmenes de datos— y no en la academia”, no se han visto obligadas a pasar por los procedimientos habituales del mundo científico, con publicaciones abiertas, y son “una caja negra”. Y el tercer problema es, también, el más preocupante a juicio de Artigas: la posible pérdida de agencia que los humanos sufrimos con el uso continuado de estas herramientas. “La gran preocupación es que todo vaya tan bien que nos olvidemos de ser humanos”, ha declarado. Una “abdicación en tecnología” en toda regla.

Una cuestión de urgencia geopolítica

La académica sénior del Belfer Center ha identificado la inteligencia artificial como el casus belli de una “batalla sin precedentes entre Estados Unidos y China” para conseguir su supremacía, ya que con ella conseguirán “supremacía económica y militar, y no necesariamente en este orden”. En este conflicto, cada superpotencia ha optado por una estrategia diferente. China ha decidido enfocarse en controlar la industria vinculada a este sector, a través de baterías, robots, coches eléctricos o “plataformas tecnológicas como TikTok”. En cambio, Estados Unidos se ha enfocado “en la batalla de conseguir la superinteligencia”, aquel modelo capaz de hacer cualquier tipo de tarea y por el cual se han invertido ingentes cantidades de dinero. “Y como están obsesionados con ello, ponen menos énfasis en las aplicaciones”, deja caer Artigas.

Con todo, ambos caminos requieren el mismo asfalto: suficiente energía para tener “el músculo más grande posible para poder procesar las GPU que alimentan la IA”. Es este hecho el que explica, según la experta, cuestiones como la importancia de las relaciones comerciales con los Emiratos Árabes e Irán, la tensión por controlar Venezuela, el interés en instalar centros de datos en Europa, donde “la energía renovable es más asequible”, o bien el resurgimiento del debate sobre la energía nuclear.

Y en todo este contexto, ¿dónde queda Europa? Esta misma pregunta que se hacía Llop en la charla ha sido respondida con un recordatorio: “La IA moderna se crea en Europa”. Con esta frase, Artigas ha hecho referencia a DeepMind, la empresa británica fundada en 2010 que dio “el paso del machine learning (aprendizaje automático) al deep learning (aprendizaje profundo)” y se dio a conocer en 2016 con AlphaGo, el programa informático que logró vencer al campeón mundial de go del momento, Lee Sedol. Comprada por Google en 2014 por unos 500 millones de dólares, dos de sus fundadores, Demis Hassabis y John Jumper, fueron galardonados con el Nobel de química en 2024 por haber predicho las estructuras complejas de las proteínas gracias a AlphaFold.

Artigas: “En Europa tenemos la mejor diversidad de mentes y de conocimiento del mundo, pero no tenemos la capacidad de escalar y acelerar”

“En Europa tenemos la mejor diversidad de mentes y de conocimiento del mundo”, ha reivindicado Artigas, una diversidad que, sin embargo, actúa como espada de doble filo: “Lo que no tenemos es la capacidad de escalar y acelerar, y en el mundo digital ganan las economías de escala”. Es esta la razón que explica el predominio chino y estadounidense del sector, en el que la académica sénior del Belfer Center confía en que el Viejo Continente tiene aún un nicho por explotar: “Quizás no desarrollemos los grandes modelos, pero tenemos la capacidad de hacer modelos energéticamente mejores, más transparentes y, sobre todo, más centrados en las aplicaciones”.

Uso consciente y legislación urgente

Más allá del ámbito geopolítico, la antigua secretaria de estado en Digitalización e Inteligencia Artificial ha trasladado a cada uno de los presentes en la sala la necesidad de fomentar un “uso consciente” de ChatGPT y derivados, en pleno reconocimiento de los efectos que conlleva. “La gente lo utiliza porque es fácil de usar en el día a día, y lo hace sin ningún tipo de filtro, con usos muy claros y beneficiosos”, reconoce Artigas, pero alerta que esta falta de autovigilancia puede derivar en situaciones peligrosas: “Cada vez que la gente joven explica sus problemas a ChatGPT, da su vida íntima a una empresa, que lo convierte en un activo empresarial. ¿Y qué hacen las empresas con los activos empresariales? Los monetizan. ¿Cómo? Sacando dinero de sus vulnerabilidades”.

Esta clase de situaciones son las que hacen que Artigas se posicione “totalmente en contra” de la impersonalización, es decir, la creación de seres humanos virtuales que actúen como asistentes, consejeros o acompañantes. “No tiene absolutamente ningún beneficio”, ha remarcado la experta, que ha definido como “psicópatas” a esta clase de agentes, al carecer de las emociones y empatía que simulan tener en las conversaciones: “Cada vez que creas un ser digital, pones a un psicópata en el mundo”.

Artigas: “Cada vez que la gente joven explica sus problemas a ChatGPT, da su vida íntima a una empresa, que lo convierte en un activo empresarial”

También ha tenido espacio para hablar de los impactos de la inteligencia artificial en el mundo laboral, un ámbito en el que ha asegurado que “se está cargando la capa del medio”. Según Artigas, “los de arriba usan la IA para hacer cosas innovadoras”, mientras que los integrantes de las clases bajas “aún son necesarios para tareas en las que la IA no es eficiente, como llevar comida en bicicleta, hacer de taxista o tareas precarias, como filtrar los contenidos violentos y de abusos sexuales para que nosotros no los veamos en la IA”. Sin embargo, sí que hay una serie de “capacidades cognitivas” que la inteligencia artificial “convierte en irrelevantes” de la misma manera que “la revolución industrial hizo que ciertas habilidades humanas fueran irrelevantes, como la fuerza física”. “Hay unos que tienen los beneficios de la tecnología, y unos que tienen los costes”, ha resumido.

Ante este panorama, ¿generará la IA más productividad tal como se ha prometido por múltiples vías? Artigas cree que sí, pero de manera limitada “a las empresas que las utilicen”. “Pero si esto supone enviar al 70% de la población al paro, no generarán productividad social”, ha dejado claro. ¿Qué hay que hacer, entonces? Políticas públicas que lo mitiguen. La académica sénior del Belfer Center defiende que este tipo de acciones “saben cómo mitigar los problemas” como este, pero tienen en su velocidad su principal problema: “Cambia mucho si, en vez de cinco años, lo haces en dos años”. Y es por esta razón que, al igual que ha hecho Europa con la Ley de IA —de la cual Artigas ejerció de negociadora líder desde su posición como secretaria de estado, durante la presidencia española del Consejo Europeo—, hay que ponerse las pilas: “No todo lo que es técnicamente posible tiene que ocurrir. Y la clave es que estemos a tiempo de resolver el desarrollo ético de la tecnología. Porque si no lo conseguimos a la primera, después no hay quien lo regule”.